Crónica de viaje: California (agosto, 2016)
Por Carla Repetto
California, Agosto 2016.
México me dejó en quiebra y mi única opción era seguir hacia el norte. California era, por predilección, la mejor opción. Un poco ambiciosa, pero me importó un comino. Mi primera parada fue algo que prometo no olvidar, la segunda, me cambió la vida: cuando conocí a Eli, el hijo de la Sra. Wolman.
“Ahora tengo que terminar estas conservas, pero voy a mostrarte el jardín y los vegetales que tenemos más tarde. Vas a tener que ayudarnos a comer todo eso.”, dijo Kathy.
En la cocina había un jarrón enorme blanco, ancho como su torso, muchos frascos de vidrio, tres tipos de pimientas, repollo blanco en cantidades industriales y un olor a vinagre que no te dejaba atravesar el marco de entrada. Su recorrido era en zigzag, estaba sin zapatos y llevaba su clásico rodete.
Un sábado de agosto llegué a la casa de la Sra. Wolman pero la conocí mucho después. La presentación fue muy coloquial y fluida, había estado fumando toda la tarde y cuando fumo me pongo muy charlatana, me sirve para desinhibirme, lo cual está bueno porque al principio mi inglés era desastroso. Nos reímos, o ella se rió de mi, y se asombraron al ver que viajaba sola. Ya me caía bien. La cocina era el epicentro de sus quehaceres cotidianos.
Además de pasar mucho rato en la cocina, Kathy también daba clases de ballet en el centro de Redway. Pero la casa y el jardín eran muy grandes, si bien no había nada que ostentar y menos que menos glamour que pretender, había mucho trabajo para hacer.
Mientras Kathy cocinaba toda la cosecha o la disecaba o la hacía mermelada o pickling, John, su pareja, entraba y salía de la casa al jardín con su radio intervenida por un pedazo de alambre larguísimo que pasaba su altura y que servía de antena. Hay que tener en cuenta que a duras penas llegaba algo de señal de alguna que otra compañía celular.
A mí me daba cierta desconfianza la parsimoña y la lentitud con la que John hacía todos los trabajos de la casa. lba y venía cien veces, todo en partes. Agarraba el hilo y se iba, volvía, agarraba la agujereadora y volvía a irse, aparecía por tercera vez, tomaba su pipa, la encendía, fumaba y se iba. Me enteraba que estaba llegando porque Burrito anticipaba su llegada. Siempre. Ese perro lo seguía a todos lados y atrás, John con su serena cojera.
Burrito y John daban largos paseos por la mañana. Tomaban la derecha del camino y se perdían entre los pinos. Kaito el perro de Eli, los seguía también, y de vez en cuando se escuchaban los alaridos desde lejos por alguna trifulca con los perros del vecino. Kaito es un Pastor Alemán cachorro que se desesperaba por las noches cuando escuchaba a los coyotes. Tiene la potencia de una Coupe Fuego.
La familia Wolman estaba compuesta por ellos cinco; Kathy, John, Eli, Burrito y Kaito. Y a partir de ese momento, también por mí, que andaba medio desorientada siguiendo a uno y después al otro, tratando de adivinar qué mierda me decían.
Mi ingles, como dije antes, era un desastre. Las conversaciones con mas de dos personas eran un infierno, verles las caras de preocupación tampoco me alentaba mucho. Eli tenía una forma muy particular de hablarme: usaba sus manos y hacía mímicas muy graciosas. Tenía la facilidad de moverse y expresar con el cuerpo lo que él quisiera. La suavidad de una bailarina de ballet y la fuerza de un caballero. Kathy repetía todo tres o cuatro veces. Separaba las palabras en sílabas como si fuera sorda o tarada, cuando en realidad por mas que deletree yo jamás iba a identificar la palabra. John, generalmente seguía hablando, entendiera o no, creo yo que intuía que algún día iba a terminar aprendiendo. Lo único que repetía eran sus historias de cuando viajó desde el Este hasta California en los 70’s.
“Mi jardín es un desastre, no tuve el tiempo de cercar y dividir por sectores la cosechas (…) Cuidado con esta planta, no se ve aún, pero ahí abajo están las remolachas, estas de acá son las cebollas, acá están las zanahorias. A ver, mirá. Agárrate esta. ¿Ves? Ya están listas. ¿Viste que no tuve ni que hacer fuerza para sacarlas?, están flojitas. Así tienen que estar. Esa grande que ves ahí, es la planta del repollo. El blanco y el de la derecha el morado”.
No me alcanzaban las manos para agarrar todo lo que me iba dando. El jardín era un despiole, había malezas en todo el camino, se me enredaban los pies a cada paso y sentía como crujían los vegetales que pisaba, dios quiera no me haya cachado. Mientras ella iba casi en puntas de pie con una naturalidad envidiable entre las plantas, corriéndolas como sin fuese cortinas, yo me tragaba ramas, esquivaba arañazos y pisaba en falso cada tanto, sostenía una palangana del tamaño de una cuna y miraba mis manos llenas de tierra y mojadas, como todo mi cuerpo, por los rociadores.
Había Squash, Calabazas, Zapallos, Kale, Albahaca, Maíz, Brócoli, Baby Brócoli, Tomates Cherry y de los grandes, rojos, naranjas y amarillos. Tenía frambuesas doradas, Blackberrys, Blueberrys, Aceitunas, Pepinos y Lemon Cucumber, que a diferencia del que se consigue acá, es un pepino del tamaño de una pelota de tenis, amarillo y exquisito. Pimientos y muchas especias de todo tipo. Manzanilla, Comino, Tomillo, Romero, Rosemary, Orégano y frutas: Manzanas, Peras, Melón. Bienvenidos al paraíso Old Scohol.
Al salir de ese santuario selvático lleno de vida y plantas que pasaban mi estatura, estaba John. Ahí se lo veía parado regando sus florcitas. Ese rincón de la casa era el lugar más colorido y lleno de abejas que jamas había visto. Tenía Morning Glory, San Pedro, Opio y Marihuana. Ésa es otra crónica. “Hola”, “Hola John”. Me saludaba con la mano bajando y subiendo los dedos todos juntos de 90 a 45 grados, ese saludo me enternecía hasta la médula. Lo buscaba todas las mañanas para recibir eso que para mí era como el beso de mi papá.
Cuando llegamos a la entrada de la casa, dejé la palangana en una silla de madera y Kathy entró. Miré mis manos, mi remera, mis botas y pensé en las palabras que tenía que usar para preguntarle a la Sra. Wolman si me dejaba usar su baño y su lavarropas, o quizás solo su baño, o solo su lavarropas. Ahí estaban Burrito y Kaito mirándome con un peluche-gallina en el piso, seguro también pensando en cómo hablar conmigo. Tomé aire y preparada para usar mis manos, me abalancé sobre la puerta.