Entre lo ilusorio y lo material: las palabras de Macri y sus paradojas, por Victoria Raña
“Debido a la razón correlativa de que cuanto más cercano parece un objeto, más confuso parece y viceversa: aquello que está lejos gana en precisión- como si la aclaración directa de lo real tuviera por efecto enmarañar las pistas y extraviar la visión”
Clément Rosset
El miércoles primero de marzo, el Ing. Mauricio Macri dio inicio al año legislativo con un discurso que, cuanto menos, puede ser leído como una declaración de principios. Podríamos leerlo como un mero discurso más que alude a la polarización política, pero perderíamos de vista aquello que está explicitando aún sin proponérselo. Podemos pensar, es cierto, que cada una de sus palabras están milimétricamente medidas, quirúrgicamente corregidas y cual collage perfecto, ensambladas para formar una armonía que resuene a cualquier cosa menos a conflicto. No obstante, y salvo que se ensayara una pantomima total –inalcanzable aunque se intentase-, las formas de ver el mundo se nos escurren entre los dedos. La lectura que hagamos de la realidad social teñirá, muy frecuentemente, las conclusiones que esbocemos sobre todo aquello que nos rodea. Incluso, también, la de los excelsos analistas y asesores que diseñaran el discurso del presidente. Nada puede ser, tan perfectamente medido. Por tanto, y paradójicamente, las palabras expresadas frente a la asamblea legislativa expresan justamente su contrario: el suelo de conflicto social sobre el que camina y acciona el Ing. Macri y todo su gabinete. El fertilizante de lo político, por cierto, ya que no podría entenderse nada de esto si no fuese en las relaciones de fuerza y la pugna por modos de ver el mundo, y redistribuir la riqueza. Para no caer en las “grandes retóricas”, como dijo Mauricio, no diremos que se trata de lucha de clases, refirámonos más bien a conflictos de interés. Si bien lo que subyace será, utilicemos el eufemismo que utilicemos, justamente la lucha de clases.
No sabemos si, como expresión de deseo o como convicción, el gobierno de Cambiemos cree en la continua performatividad de sus palabras. Lo que sí sabemos es que, efectivamente, esos enunciados tienen un papel que los excede ampliamente, en relación a su potencia creadora, pero también a aquello que los genera. Sobre todo las expresiones repetidas hasta el hartazgo por los altos funcionarios de gobierno, como por ejemplo, todas aquellas que aluden a algún modo particular de sinceramiento, de retorno a algún estado primigenio de verdad perdida. Dichos discursos habilitan espacios de pensamiento, categorías: “marcan la cancha”. O la embarran. Esto último puede suceder, en este caso, porque se intenta generar un velo a aquello mismo que fue condición de posibilidad de la administración Macri: el conflicto y la disputa por el poder político. El intento de hacerse con la capacidad de la decisión estatal.
La mejor manera de naturalizar algo es invisibilizar su sustrato, aquello que es la clave de su existencia. Negar su emergencia será quitarle la condición de realidad. Sin embargo, el quid de la cuestión no es –solo- la negación, sino más bien la vocación de realidad. Podemos rastrear, en los discursos oficiales, una constante inquietud fundante. Esto es, un intento siempre inacabado de hacerse con las definiciones legítimas de lo real. Lo que existe y lo que constituye una simulación. ¿Es que todo existe, o nada existe? Lo cierto es que hay formas de configurar la mirada, y ella esculpe asimismo la entidad de lo que nos circunda. En términos sociales, hacerse de las definiciones legítimas del mundo que nos rodea es en realidad la victoria última: construir hegemonía.
“(el país cuando asumimos) venía de años de simulación y de un intento intencional y organizado de ocultar los verdaderos problemas.”, explica el presidente en su discurso. Entonces, se desprende que existen problemas carentes de realidad, y por tanto una simulación organizada en torno a aquello que el Estado entendía como problemático. “Nuestro desafío más grande es sacar a millones de argentinos de la pobreza. Para hacerlo, necesitamos más acuerdos y más realidades; menos exaltación y menos símbolos; menos relato y más verdad”, había dicho unos minutos antes. Lo exaltado, lo simbólico, los relatos, vendrían de la mano de lo ficticio: el conflicto deviene de la simulación, y los acuerdos empalmados con la realidad. Macri prosigue explicando que los problemas nacionales “exigen un cambio de mentalidad y una nueva manera de vincularnos (…) acabar con el enfrentamiento que nos ha estancado y dar paso a una cultura del diálogo, de comprensión, de trabajo y de entusiasmo.” El presidente entiende que lo problemático está anclado en lo vincular, justamente en lo social. Pero las respuestas que da a ello no son sociales, más bien individualizantes. La solución reside, para éste, en comprendernos los unos a los otros y en el trabajo de la mano del entusiasmo individual. Queda así expresada la intención de voluntarización de las disputas de poder.
Velar la figura del conflicto implica negar también su materialidad. Esto es, los actores que lo expresan y lo encarnan. La figura del diálogo vendría, en este caso, a anular también los efectos materiales de las luchas por las definiciones legítimas y, en primera instancia, las luchas por la distribución de la riqueza, sustrato de lo político por antonomasia. Nos valemos de este último recurso argumental para sostener que, en la construcción de regímenes de veridicción –en el sentido foucaultiano del término- y sus cimientos discursivos, se encuentra una visión muy particular sobre las condiciones materiales de vida. Sobre cómo debe organizarse la riqueza.
¿Para qué se dialoga? ¿Quién dialoga? ¿Qué se obtiene de ese diálogo? Clément Rosset nos invita a pensar en el concepto de infra-tautología “a propósito de esos dichos que no dicen nada” (Rosset). En esta clave, el concepto de diálogo se convierte en un concepto paradójico. “La herramienta principal para construir el futuro es el diálogo", dijo Macri el 27 de marzo, veintiséis días después de la apertura de las asambleas legislativas, coherentemente con el “Comienza un tiempo de diálogo” esgrimido en su discurso de asunción. Sin embargo, dos días después el diario La Nación titula: “Una exhibición de diálogo para atraer capitales”. Pues bien, pareciera existir materialidad en ese diálogo. Por lo menos, se devela alguno de los interlocutores de éste: los capitales. También éstos son presentados como algo inmaterial, como una entelequia que existe más allá y sobre los actores que lo encarnan (más bien, que lo poseen). Por tanto, lo invisible aquí, “lo que deberíamos ver y no vemos (…) la imagen fantaseada con la que nos ofrecen los enigmas de los diarios en los que nos piden que hallemos la imagen de un objeto que está escondido”, el diálogo, adquiere materialidad fuera de éste. Percibimos lo que hay, lo que subyace a estos discursos, desde estas construcciones ilusorias, paradojales. Detrás de las ficciones, subyacen los cuerpos. Y éstos se cimentan inmersos en un modo de producción específico, y de reparto de riquezas específico. Nadie vive de diálogo, y los capitales ciertamente no esperaran ganancias de éste.
Desde el discurso, Macri se niega a sí mismo. En tanto niega el conflicto, se convierte a sí mismo en objeto paradojal, que existiría surgido de la nada, expresando intereses de nadie, y sin consenso que haya sido condición de posibilidad de su acceso al poder político. La relación de fuerzas que quiere ser invisibilizada es aquella con vocación de perpetuidad, tal vez. El principio rector de la elaboración de los discursos de Cambiemos es lo ilusorio, “aquello que no vemos pero que terminamos por creer que vemos, a fuerza de tener por cierta su existencia” (Rosset). Sin embargo, lejos de ello, escapando a ello, se agitan las realidades subyacentes, veladas por aquello que busca hacerse de lo real.
* Socióloga (UBA)
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).