Mejor estar herido, por Natalia Torrado
“La vida no vale nada
Si yo me quedo sentado
Después que he visto y soñado
Que en todas partes me llaman”
Pablo Milanés
La expresión máxima de la vida es la herida. Todos estamos más o menos heridos. La herida es el borde en que vida y muerte confrontan, coexisten, se dan mutuo sentido. La herida amenaza a la vida tanto como garantiza su presencia. La herida siempre es de los vivos. Los muertos nunca están heridos. Porque sufrieron la herida máxima, el cumplimiento de la herida, la consumación de la amenaza a la vida. Muerte mata herida. Y si finalmente estás muerto, la herida poco importa. Por eso siempre es mejor estar herido. Para dar fe de que se está vivo. Las heridas sólo cuentan como tales en la vida.
Esto es cierto desde el punto de vista del muerto, que nunca es muerto para sí. El muerto lo es sólo para otro. Y ese otro es uno, el uno que narra, la voz donada al muerto. Los que no estamos muertos tenemos que narrar a partir de las heridas. Contar lo que pasó, bien donar una palabra a ese cuerpo que no habla para que su muerte efectivamente sea, para dar razón y sentido a esa pérdida. El muerto no está realmente muerto hasta que alguien narra su muerte. Y todos tenemos derecho a nuestra muerte, y somos, a la vez, responsables de narrar la muerte de otro para otorgársela.
Que el muerto pueda morir es responsabilidad de todos. Y para esto la herida no sólo computa, sino que es decisiva, vale como origen y prueba del relato, que le devuelve la muerte al muerto y al vivo la vida. De lo contrario, sin herida y sin relato, todos vagamos como espectros en una zona incierta, entre la vida y la muerte, en un mero estado biológico que no justifica el hecho de llamarnos vivos, que no se justifica.
Los medios de comunicación alineados y cómplices del Estado Nacional, responsable del asesinato de Santiago Maldonado y sus horrores, sostienen que el cuerpo hallado y reconocido como el cuerpo de Santiago “no tiene lesiones”. Sin lesiones nada puede decirse, por ahora, sobre su muerte, peor aún, no puede si quiera decirse su muerte. Porque no es una muerte, sino dos. Santiago Maldonado está dos veces muerto, o mejor dicho, fue dos veces asesinado: una vez cuando se atenta fatalmente contra su vida biológica, y la segunda cuando el encubrimiento del paradero de su cadáver y de las causas de su muerte aniquilan su vida simbólica. Dos veces muerto es no muerto. Por lógica la muerte como final se produce una vez. Una segunda muerte anula la primera en su carácter de límite de la vida. Por lo tanto Santiago Maldonado no puede estar muerto. No terminó de morir. Es tal la aberración de sus circunstancias que ni siquiera, una vez muerto, el Estado responsable de ella permite que se cumpla su derecho a morir. Doble crimen del Estado Nacional. No hay más palabras. Permaneceremos sin palabras hasta que no haya verdad y justicia.
Sólo queda por decir de nosotros: si Santiago no está muerto, nosotros no estamos vivos. También el Estado es responsable. No asesina únicamente la violencia fulmínea del aparato represivo del Estado. La violencia sistemática Estatal que en su práctica judicial hace de las victimas dos veces víctimas, también asesina.
Después de cuatro horas de esperar parados a la intemperie, en una larguísima fila de cortados, tullidos, machucados, rotos y cosidos, malheridos cuerpos, compuesta principalmente de mujeres, algunas embarazadas, y niños, después de cuatro horas de esperar, después de varias interrupciones por el abrupto ingreso de los detenidos, indistinguibles de aquellos que los traen esposados, exceptuando por su media sonrisa libertaria (sí, la de los detenidos, una media sonrisa en la que relampaguea la historia); después de mates, bizcochos, puchos y desgracias que se comparten e intercambian, después de algunas lágrimas mal disimuladas, tanto las de la culpa como las de la rabia, resulta que después de todo esto, con todo esto a cuestas, el único (¡el único!) médico legista del Departamento Judicial de Morón abre la puerta y dice que se retira porque tiene que hacer una autopsia y “el muerto es prioridad”. Ahí mismo se manifiesta la primera y única señal de vida de esta corte de los milagros: es la carcajada general, bajo los puntos que tiran y narices rotas. Nos reímos, ¡el muerto es prioridad! Rápidamente la risa se apaga, hay que volver mañana, y mañana, y mañana, siempre es mañana el día en que tal vez tengamos respuesta. Nunca jamás es hoy para los no vivos. Me cuentan que esto paso ayer, y antes de ayer, y el día anterior. Que no se sabe si el médico viene ni qué horario de atención tiene. Siempre hay que llamar mañana, para escuchar al responsable de turno decir que no se puede saber con anticipación si vamos a ser atendidos porque depende de que ese día nadie muera, “esto es así, nosotros jugamos con el destino”, dijo. Y claro que sí, literalmente juegan con el destino. Para cuando el médico legista efectivamente atienda a la hilera de heridos, los heridos ya no serán heridos. Las heridas del cuerpo sanan. Las hinchazones bajan, los moretones cambian de color y se van, los puntos se sacan. Si tenés suerte te queda una cicatriz y podés contar qué te pasó, y podés pedir justicia. Pero sin herida y sin cicatriz, no hay narración, y no hay hecho. El informe que tiene que dar cuenta del grado de violencia infringido se efectúa cuando la agresión ya es incomprobable, y así las agresiones se repiten una y otra y otra vez. Agustín tenía cuatro años y era la tercera vez que venía, pero tardaron tantos días en atenderlo que las marcas se le fueron, y como no se murió y no tenía heridas, el cinturón que su papá le puso alrededor del cuello para ahorcarlo desapareció del mundo de lo visible y lo evidente, y ahora sólo vive en su memoria. Lo mismo en cada dependencia judicial, en cada paso legal que nos instan y a la vez nos impiden dar, para hacer justicia.
En la guardia del hospital público rige la máxima “si no hay sangre no es emergencia”. Pero cuando efectivamente hay sangre, de todos modos el sistema judicial deja que la sangre se seque, se limpie, y se olvide. Estamos acorralados. No es raro que en estas circunstancias haya de los que salen a matar.
Matar, morir, o estar heridos. Permanecer heridos, cuidarnos bien de que las heridas no sanen si queremos que alguien las recuerde, las haga constar, les haga justicia. Ante estas opciones, mejor estar heridos. Para que nos dejen vivir, para que nos dejen morir en paz.
Santiago: espero que conserves muy bien tus heridas. Así en quince días, cuando nos digan que te hicieron, podemos salir a hacerte justicia. Y si no nos dicen, Santiago, qué te hicieron, nosotros, los eternamente heridos, empujaremos la Historia y su inevitable venganza.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).