Manual de la colonización futbolera
Por Diego Kenis
Ahora sí, se terminó el fútbol en casa. El residual preelectoral del enterrado Fútbol para Todos concluye con sólo cuatro partidos por cable y diez para los cuales habrá que tener cable, más codificado.
Se impone el boicot, por varias razones. En muchos casos, será involuntario. Forzado. Quienes no pueden pagar. No pocos votantes macristas habrá entre quienes, aún pudiendo, ahora reaccionen y desistan de pagar por lo que por ocho años tuvieron gratis. Cuestión, esa, de calculadora. Finalmente, estará el boicot militante. Como aquel que llaman desde la Coordinadora de Hinchas. No pagar, e ir a la cancha, o verlo en la filial en el interior, o ver partidos viejos, o un picado silvestre. Porque el fútbol brota, genuino, por doquier del generoso suelo.
El fin del Fútbol para Todos no es el principal de nuestros problemas, aunque resulta una carátula de época. Es un negocio, un avance hacia la privatización, un símbolo y un mensaje cultural, el fútbol como mercancía, como hecho privado por el que todos debemos pagar. Más de una vez: impuestos, cuota de socios, compra de camisetas o llaveros.
Hay, sin embargo, un punto poco explorado. El de la implícita colonización cultural, que se multiplica con la privatización del fútbol en tevé. Y se inserta en un esquema previo, en un ámbito donde sobrevive la más acabada versión de la división internacional del trabajo: producimos talentos que serán moldeados industrialmente en la Europa central. Que recibe un Agüero con cintura imprevisible y lo convierte en un nueve de hombros anchos, que funciona en Manchester pero cosecha repudios en las canchas que lo idolatraron.
En concreto, los números de septiembre muestran que un porcentaje mucho menor al diez por ciento de los abonados de cable contrataron el servicio de Turner-Fox. Significa que el grueso de las personas con acceso a televisión por cable verá por semana más partidos de los campeonatos de España, Francia, Italia, Inglaterra y Alemania, televisados sin necesidad de decodificador, que del nuestro.
Si eso no es colonización, entonces qué será. Nuestros clubes, la mayoría proclives a mimetizarse con el oficialismo actual, deberían comprenderlo. Prestar atención a un fenómeno que se inserta sobre una realidad que trajo la globalización: hace años que nacen nuevos futboleros que se dicen primero hinchas del Real Madrid, el Barcelona o el Manchester antes que de Boca, River, Racing, Huracán o de los equipos de los barrios y del interior que a su vez los nutren. El Fútbol para Todos, entrando domingo a domingo en los hogares, atemperó esa tendencia. ¿Qué pasará ahora?
Cinco años de contrato son millones de dólares para la AFA y los clubes, pero también es una distancia temporal atendible de corte entre generaciones. Quienes nazcan en 2018 habrán visto, a sus cinco años de edad, más partidos del Bologna o del Niza que de los equipos argentinos. Una situación que amenaza incluso los espacios de poder de los dirigentes que corrieron presurosos a firmar el convenio con la tevé privada. Pueden terminar siendo príncipes de reinos devaluados, que ellos mismos habrán entregado por un dinero efímero.
Quizá cuando eso ocurra se comprenda que el Fútbol para Todos no era sólo una garantía de disfrute universal del ocio, sino un modo de preservar la propia identidad en tiempos de asfixiante trasnacionalización.