Lo único seguro es el futuro, el pasado cambia todos los días, por Guillermo Cieza
A mediados de 1999 empezamos a realizar reuniones con la intención de hacer un homenaje a los compañeros desaparecidos y asesinados de las Fuerzas Armadas Peronistas. En agosto de ese año se cumplían 20 años de la desaparición de un grupo de compañeros entre los que se contaban quienes habían sido algunos de nuestros principales dirigentes: Raimundo Villaflor, Roberto Palazzesi, Enrique Ardeti y Elsa Garreiro Martínez.
Los invitados a esas reuniones, que en algún momento de nuestras vidas habíamos transitado una historia común, en los últimos veinte años habíamos transitado otros mundos y otras historias; y quizás por eso no fue fácil ponerse de acuerdo sobre qué habían sido las FAP. En homenajes posteriores, a los 25 y 30 años, se suscitaron parecidas discusiones, pero ya para aquellos momentos contábamos con el aporte inestimable de la recopilación de documentos que realizaron Eduardo Pérez y Eduardo Duhalde que se publicó en 2002 con el título “De Taco Ralo a la Alternativa Independiente, con la historia de las Fuerzas Armadas Peronistas”. Con los documentos en la mano, era más difícil tratar de acomodar el pasado para justificar algunos presentes bastante confusos.
La referencia viene a cuenta de señalar que cualquier referencia a los años 70 está teñida por nuestros presentes y además por el lugar que ocupamos, por nuestro punto de observación y militancia, en aquella epopeya. Afirmar que fue una epopeya supone una valoración personal, otros pensaran calificarlo como una tragedia. Pero como intento explicar desde el principio, no me parece conveniente presumir de objetividad. Cada cual habla desde su pasado, y sobre todo desde su presente.
Continuidades
La particularidad argentina que la distinguió en el continente durante los primeros 75 años del Siglo XX, fue el papel que jugaron los trabajadores como principal obstáculo a la acumulación capitalista y a la estabilización política de los regímenes burgueses.
El carácter temprano de los procesos de industrialización en la Argentina, en relación a los otros países de Latinoamérica, no explica mecánicamente el desarrollo de las organizaciones obreras y la dimensión de las luchas sindicales que en los años 20, por su masividad y combatividad, podían compararse con las mejores batallas desarrolladas en los centros industriales europeos. Hubo un encuentro de vocaciones combativas de trabajadores del interior, herederos de las luchas por la independencia y de proyectos antioligárquicos y federales, con exilados políticos que eran cuadros fogueados en las mejores luchas desarrolladas por el anarquismo y otras corrientes socialistas en Europa.
La rebelión obrera del 17 de octubre de 1945, expresó una continuidad de esas luchas, lo fue también la resistencia peronista, y la nueva oleada de puebladas populares que se iniciaron con el Cordobazo.
Polemistas de clase media, o funcionarios de aparatos partidario tejieron otros relatos de rupturas y desencuentros. Pero el mundo obrero fue mucho más cercano al que describe Walsh en “¿Quién mató a Rosendo?”, donde el activista de base sindical peronista Raimundo Villaflor, protagonista de la Resistencia, tenía un padre que había sido militante anarquista, y un maestro, Domingo Blajaquis, que era un marxista disidente de su Partido. Hubo un tiempo histórico 1946-1960, en que la antinomia peronismo-antiperonismo pareció resumir la lucha de clases, pero después de ese momento, como bien se desnuda en el tiroteo de “La Real”, hubo peronistas de los dos bandos, y como bien decía Villaflor, la unidad del peronismo se convirtió una utopía reaccionaria.
Descubrir tardíamente al peronismo desde fuera del movimiento obrero generó no pocas fantasías, la más penosa fue identificar a Perón como un líder revolucionario. No advertir la continuidad de las luchas obreras y confundir la experiencia, las luchas, los sueños y los esfuerzos de los trabajadores peronistas, con el proyecto del Perón que regresó del exilio, fue la contracara de este equívoco.
El ejercicio de la lucha armada fue parte de las luchas obreras desde principios del Siglo XX, se prolongó en la resistencia peronista y todos los combates que dieron los trabajadores a partir de la dictadura de Onganía. El tapón a los reclamos y a la democracia obrera impuesta por la burocracia sindical a partir de los años 60, las listas negras de los activistas obreros, la proscripción electoral del peronismo, y la sucesión de regímenes dictatoriales; facilitó que naturalmente las búsquedas revolucionarias locales empalmaran con la revolución cubana y con la propuesta del Che de extender la insurrección revolucionaria. En nuestro país se dio el paso de utilizar la lucha armada como método de lucha, a organizarla apostando a disputar el poder político. Hubo otras lecturas y confusiones que sustentan viejos y actuales revisionismos, pero como sucede con otros relatos los registros escritos quitan margen a la fábula. Basta repasar los nombres de quienes se incorporaron o mantuvieron alguna vinculación con las organizaciones armadas peronistas y no peronistas para advertir que los mejores activistas sindicales, los mejores intelectuales, los mejores escritores y poetas, la flor y nata de la generación de los 60 y los 70, se sumaron a esa apuesta.
La epopeya
Como bien decía el Che, la voluntad revolucionaria pone en marcha los grandes motores de las transformaciones sociales, pero, también como decía Raúl Sendic, los pueblos son estrategas y son ellos los que definen los momentos de avanzar o replegarse.
El momento más cercano a la revolución no coincidió con el auge de las organizaciones armadas, ni con la asunción de Cámpora y de gobernadores y diputados “compañeros”, sino con el pico de luchas obreras 74-75, vinculadas por las coordinadoras interfabriles. Fue en ese momento, y no otro, donde el capitalismo local y el Imperio vigilante vieron en riesgo su hegemonía. Fue en ese momento y no otro, donde se expresaron todas las continuidades, donde se condensaron toda la experiencia y la decisión política de los trabajadores para ir por todo.
En aquellos meses pródigos y riesgosos, como son todos los momentos revolucionarios, los trabajadores nos convencimos a nosotros mismos que si podíamos manejar los ritmos de producción de las fábricas, podíamos controlar al país. Nunca fuimos más plenos y más felices que en aquellos años. Hubo episodios duros como ocurre con todos los procesos revolucionarios, el fascismo se hizo presente con los asesinatos de las Tres A. Pero creo recordar que enterrábamos a nuestros muertos convencidos de que nos seguirían acompañando en esa posibilidad extraordinaria de cambiar la historia y que seguirían viviendo en la nueva sociedad que construiríamos.
No puedo asociar esos años al dolor, solo al amor y a la alegría. No alcanzó, pero nadie nos quita la vivencia de haberlo intentado.
Muchos años después y a la luz de otras vivencias protagonizadas en el 2001 y en la Venezuela bolivariana, puedo concluir que lo que tuvimos fue sujeto y momento revolucionario, y lo que no tuvimos fue vanguardia política que liderara esa oportunidad histórica excepcional.
Después
Dicen que un problema que nos aqueja a los adultos mayores es la propensión a la fantasía. Advertido de este trastorno he tratado de ser muy prudente en mis asociaciones y es por eso que me he negado a reconocer cualquier vinculación entre el kirchnerismo y el peronismo revolucionario de los 70, al menos el que yo conocí, que leía a John William Cooke, se construía desde las fábricas, y apostaba al socialismo.
Me animo si a advertir que el Plan económico que denunciaba Walsh en su Carta a la Junta de Comandantes es muy parecido al de quienes hoy nos gobiernan. Que los mismos sectores medios que aplaudieron el golpe del 55, apoyaron la dictadura de Videla y se entusiasmaron con la plata dulce de Menem, ahora son la base electoral de sustentación del macrismo.
También que muchos jóvenes dirigentes territoriales empiezan a parecerse a los vandoristas de los años 60 y que muchos jóvenes dirigentes políticos se parecen a los jóvenes frondicistas que promoviendo la Integración y el Desarrollo, pretendían convertirse en la “materia gris” del peronismo.
Pero francamente me preocupan otras asociaciones y me desvelan otras preguntas.
¿Hay lazos de continuidad entre el poder obrero construido en las fábricas en los años 70 y el poder popular construido desde las organizaciones territoriales en los últimos veinte años?
¿Hay similitudes entre la Comuna de Paris, los Soviets, los Consejos obreros de Italia en los años 20, las comunas de la Revolución china, nuestras experiencias prefigurativas de organización obrera y popular, las comunidades bolivianas, los Caracoles zapatistas y las Comunas venezolanas?
¿Hay coincidencias entre el cerco y la política de aniquilación a la que fue sometida la revolución paraguaya con la Guerra de la Triple Alianza, con el cerco y la amenaza de intervención que hoy se cierne sobre Venezuela?
¿Vuelve a ser la unidad de quienes comparten un proyecto revolucionario, nuestro problema principal como en los tiempos de las luchas independentistas?
¿Volverá a sucedernos como ocurrió en los 70 y en el 2001, de que seamos capaces de impulsar un momento revolucionario y no podamos capitalizarlo por falta de unidad y liderazgo?
Quizás mi única certeza es que las continuidades en la base, que salieron a la luz revolucionariamente en los años 70, siguen transcurriendo. En tiempos de confusión, más que pontificar, me parece necesario escuchar y acompañar.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotos: Colectivo Manifiesto