Crónica de la gira papal en Chile: ceremonias en la tormenta
Por Lucas Zalduendo (en Chile)
Fotografías: Manuel Yomal
Del 15 al 18 de enero Santiago de Chile se vistió de amarillo y blanco. El gobierno dio asueto durante esos días para que miles de personas tengan la oportunidad de concurrir a los eventos y a las inmediaciones por dónde iba a pasar el Papa. La visita titulada “Mi Paz les doy” tuvo una agenda apretada con más de diez eventos y con recorridos de Francisco en el Papamóvil.
Santiago estuvo totalmente sitiada, pero muy bien organizada. Aunque claro, al Estado le costó más de diez millones de pesos, lo cual fue factor de muchas críticas. La organización tenía a sus “voluntarios papales”, vestidos con una gorra amarilla y una pechera blanca, que eran los encargados de orientar a los creyentes y de trabajar en conjunto con los carabineros para organizar los accesos y las salidas de cada evento. El despliegue de las fuerzas de seguridad fue descomunal. El gobierno montó un megaoperativo para controlar al extremo el desarrollo de las actividades. “Se intensificaron aún más las medidas porque estuvieron quemando iglesias”, comentaba uno de los carabineros que cuidaba las vallas en una de las pasadas del papamóvil.
Sin dudas, la Santa Misa en la plaza O´Higgins del martes 16 fue el evento más masivo de su visita al país trasandino. Así abrió su seguidilla de encuentros el Sumo Pontifice, logrando la convocatoria de más de 400 mil fieles, que coparon el lugar desde temprano. Con frazadas y mantas las distintas congregaciones de diferentes lugares del país bancaron las frías temperaturas de toda la noche para luego recibir el sol del amanecer y contemplar la misa en un clima agradable. A diferencia de la madrugada de esta jornada, en el resto de los encuentros los peregrinos se vieron obligados a llevar protector solar, gorros, anteojos de sol, agua y hasta paraguas para mitigar las altas temperaturas que reinaron en las distintas tardes.
Los banderines con la cara de Francisco y las distintas banderas extranjeras le dieron color a las distintas jornadas. Sin embargo, a sorpresa de muchos, no hubo demasiado emblema blanco y celeste. Mucho menos de lo que se venía augurando en los medios locales. Esos pronósticos de rutas atascadas por el tráfico para cruzar a Chile a ver al Papa nunca existieron.
Carmen de 72 años fue una de las tantas chilenas que asistió a la misa. Vino con dos amigas desde La Serena y las tres estaban muy emocionadas. Fueron a que Francisco las llene de bendiciones para luego llevarlas a sus familias. Ellas, al igual que otros feligreses destacaron la necesidad de paz y unión en su país. “Estamos muy distanciados”, afirmaban aunque no supieran explicar bien el porqué.
Para los distraídos, hace poco Sebastián Piñera acaba de ganar nuevamente las elecciones presidenciales con el 54% en el ballotage, sin embargo, la desunión que hace referencia Carmen tiene que ver con problemas más estructurales e históricos que subsisten en la sociedad chilena como es la mirada con respecto a lo que ocurrió en la dictadura militar, el conflicto mapuche, la desigualdad económica, y últimamente la problemática de los migrantes en el país.
Justamente esa noción de unidad que pide Carmen va a ser uno de los conceptos que el Papa resalte durante su estadía y con el que va a finalizar en su plegaria de despedida en la ciudad norteña de Iquique. Un concepto que, casualidad o no, también cae en el momento preciso para la dirigencia de la oposición de nuestro país. Al respecto, Francisco dejó una frase en la misa de O´Higgins que viene a la ocasión y que expresa que “el trabajador de la paz sabe que muchas veces es necesario vencer grandes o sutiles mezquindades y ambiciones, que nacen de pretender crecer y darse un nombre”.
Un Papa Latinoamericano
A María Gracia (18) y a María Ignacia (17) se las veía muy contentas por el trabajo que estaban desarrollando como “voluntarias papales”. Las crucé en el encuentro de la juventud y estaban desarrollando esas funciones ya que venían con su escuela secundaria. Muchos de los “voluntarios papales” eran estudiantes de colegios privados católicos, integrantes de distintas parroquias o boys scouts. Me contaban que todos los días tenían una función diferente: barrera papal, asistir a los sacerdotes mayores que venían en micros, cortar entradas, orientar a los distintos feligreses y hasta animar con canciones y cánticos a las personas que esperaban horas y horas para ver a Francisco. En todas las jornadas deletreaban las siglas de su país y terminaban el cántico con la frase: “viva el Papa y Chile”. Ese fue el single que más se cantaba.
“Nosotras somos jóvenes y no tuvimos la oportunidad de ver a otros papas, pero que este sea latinoamericano significa mucho para nosotras porque nos habla directamente en nuestra lengua”, dice María Ignacia, que es la que más se anima a hablar. Mirella (36), profesora de historia, al igual que las chicas rescata también la importancia de que sea latinoamericano. Ella, que no es católica, se acercó igual a la catedral por lo que significaba como hecho histórico la visita del Sumo Pontífice a su país y porque quería estar a metros de un “líder político mundial que viene dando muestras de querer cambiar a la institución más conservadora de la historia, pero sobre todo de intentar cambiar un mundo muy injusto”. Es que hace rato que Francisco viene pateando el tablero mundial, logrando que su voz se escuche en el mundo entero, hasta en los países que no son católicos. Así lo demostró en su viaje a Medio Oriente.
Es un Papa que en sus discursos habla de justicia social, del bien común, de la cultura del descarte y de la idolatría del dinero. Que también habla de corrupción, pero no al estilo vacío y deformador de los los grandes medios locales para cazar a figuras políticas de la oposición de nuestro país. Al contrario, siempre profundiza y ahonda más sobre la idea de lo que es corromper.
En el encuentro de la juventud definió ese concepto como el intento de dejar las cosas como están y de abandonar las convicciones: “Pareciera que madurar es aceptar la injusticia, es creer que nada podemos hacer, que todo fue siempre así. Y para que vamos a cambiar si siempre fue así. Eso es corrupción”. En la jornada en Temuco rescató la idea de “buen vivir” (Küme Mongen), un concepto del bienestar colectivo acuñado por los pueblos originarios, que recoge una cosmovisión del mundo que propone una vida armoniosa entre las personas, la comunidad y la madre tierra.
Quizás por estos pensamientos Francisco reciba tantas críticas del establishment, que no se aguanta que el máximo líder clerical se manifieste en contra de una “economía de la exclusión y la inequidad”, ya que según él “esa economía mata”. El Papa tiene esa visión sobre el mundo que incomoda al poder instituido y como el representante de Dios en la tierra no le escapa a ese rol político que ocupa. Al contrario, lo ejerce.
El entusiasmo chileno
“Hace 30 años que no viene un papa a Chile, y la última vez fue en la dictadura de Pinochet” recuerda Luis (70), un ex periodista del diario local La Tercera. Como católico le parece que esto es una inyección de optimismo muy fuerte para la sociedad chilena, lo cual se evidenció en el clima de los distintos encuentros, en donde se brotó un entusiasmo religioso, pero también un nacionalismo exacerbado. El aplauso constante a las fuerzas de seguridad fue algo que sorprendió. “Creo que la visita del Papa para los chilenos es sentir que el país es importante y a la vez, nos retroalimente para tener expectativas” comenta Luis, mientras esperábamos en las cercanías de la Catedral a Francisco en su Papamóvil. Minutos después el Santo Padre estaría pasando en el típico auto al descubierto, sin temor alguno. Romper con el protocolo es algo que lo identifica. Lo hace con estos gestos, pero también lo expresa en su discurso y en sus actitudes. Así lo demostró el jueves en Iquique, cuando frenó al Papamóvil para socorrer a la carabinera que se había caído del caballo.
El ex periodista chileno destaca esta cercanía del Papa con la gente y marca la diferencia con Juan Pablo II, a quien tuvo la ocasión de poder verlo en 1987. A Mirella también le gusta la sencillez con la que habla Francisco porque dice que “se dirige a las personas de forma fácil y entendible, sin tanto lenguaje institucional que muchas veces genera distancia”.
En todos sus discursos, el Sumo Pontífice logra entablar esa empatía con sus fieles. Durante el encuentro de jóvenes citó una frase del grupo de rock chileno La Ley, mientras que en Temuco parafraseó a Violeta Parra. Las metáforas que emplea sobre el celular y las selfies son uno de sus recursos más utilizados para hacer más terrenal sus discursos religiosos. Pero eso no quita la profundidad del mensaje. “Somos, si, llamados individualmente pero siempre a ser parte de un grupo más grande. No existe la selfie vocacional. La vocación exige que la foto te la saque otro”, expresó en la Catedral de Santiago, cortando con el individualismo y fomentando el sujeto colectivo.
La visibilización de los pueblos originarios
A Francisco también se lo identifica por poner en la agenda las problemáticas de los pueblos originarios y en esta visita no fue la excepción. Este asunto y el caso de los curas pederastas fueron los puntos claves que generaban expectativa en la sociedad chilena antes de su llegada. Hace años que el pueblo mapuche exige la restitución de tierras que les fueron despojadas históricamente y que hoy en día están en manos de empresas forestales. En el último tiempo el conflicto se intensificó con represión, persecución y encarcelamientos de dirigentes indígenas. Un método que Macri quiere importar acá, como ya lo vivimos durante el año con el caso de Santiago Maldonado y con el asesinato de Rafael Nahuel, por los cuales todavía no hay justicia.
Por lo tanto, allá fue el Santo Padre el miércoles 17 a La Araucanía, cuna mapuche ubicada en la ciudad de Temuco. Ya en el 2015 en Santa Cruz (Bolivia), como en el 2016 en Chiapas (México), Francisco había pedido perdón por las ofensas de la Iglesia y por los crímenes cometidos en su contra durante la conquista. Pero también había instado a todos los gobiernos a revertir las situaciones de injusticia que afectan a los pueblos originarios y a reconocer sus derechos. “Lo hacemos en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar graves violaciones de derechos humanos”, expresó frente a más de 200 mil personas, haciendo referencia a las torturas, a la represión y a las violaciones que el pueblo mapuche sufrió durante la dictadura de Augusto Pinochet en ese lugar y que incluyó la incautación de sus tierras. El hecho en sí, y el mensaje que brindó en apoyo a la diversidad cultural, logró la visibilización del conflicto mapuche, lo cual generó cierto recelo desde los sectores del poder económico, ya que la defensa de las formas de vida de los pueblos indígenas choca contra sus intereses particulares.
La mayoría de los fieles entrevistados tenían una respuesta medida sobre el conflicto. Estaba mal que le hayan quitado sus tierras, pero tampoco estos grupos pueden generar violencia. A diferencia de la deformación que hacen los medios sobre el tema, una de las jóvenes voluntarias me dijo que no había que generalizar, que era un grupo minúsculo dentro del mundo mapuche y que había que “resguardar la cultura de los pueblos originarios porque ellos son el cemento de nuestra sociedad”.
Sin embargo, todos los entrevistados concordaron en repudiar los hechos violentos que se sucedieron. En esa sintonía habló Francisco en Temuco, solicitando explorar “el camino de la no violencia activa como estilo de una política de paz”. Aunque también fue contundente al manifestar que la violencia también son las falsas promesas, “los bellos acuerdos que nunca llegan a concretarse” porque “frustra la esperanza”. Como diría el pastor de otras misas: violencia también es mentir.
El perdón de la iglesia
Uno de los temas candentes, del que había mucha expectativa y que finalmente trajo mucha repercusión fue el tema de los casos de pedofilia en las iglesias chilenas. En uno de sus primeros discursos, el Sumo Pontífice pidió perdón por los abusos sexuales y declaró sentir “dolor y vergüenza”.
Sin embargo, en su última jornada en Chile, Francisco dijo no tener pruebas en contra del obispo chileno Juan Barros, quien participó en las misas y que está acusado de encubrir los abusos sexuales cometidos por el sacerdote Fernando Karadima. Por este motivo, el Papa recibió fuertes críticas de las víctimas y de un sector de la iglesia que exigía la renuncia del obispo.
Las “voluntarias papales” destacaron que les parecía bien que el Papa haya pedido perdón, pero que “al mismo tiempo la gente se equivoca en pensar que porque un grupo de sacerdotes se equivoque, no significa que la iglesia entera sea pecadora”. De una forma más verborrágica se expresó el padre Carlos (65), vicario de una pastoral juvenil: “estamos en la iglesia porque necesitamos del perdón y la misericordia de Dios, nadie es perfecto, solamente Dios, y algunos se sienten con ánimos de condenar a los demás. Es cierto, condenamos la pedofilia y hay sacerdotes que se equivocaron y que hicieron mal”. A su vez, acusó a un “pequeño grupo” de usar este tema para intentar destruir la presencia del Papa en Chile.
Por otro lado, con respecto a la visita del Papa a la Pontificia Universidad Católica de Chile durante la tarde-noche del miércoles, los medios resaltaron las menciones que hizo el Papa sobre Silva Henriquez y del Padre Hurtado, como una especie de insinuación sobre el modelo de iglesia que idealiza para el país trasandino. Mencionar a estos iconos encorsetados como de izquierda, antes que personajes conservadores como Santa Teresa de Los Andes, también fue un claro mensaje para el mundo católico chileno.
La sensación que queda es que Chile fue un lugar bastante adverso para el Papa y que no se lo notó tan cómodo como sí ocurrió en otros países. Para el episcopado chileno, la oportunidad de remontar su imagen negativa en la sociedad quedó truncada, por más que los haya visitado el Santo Padre más carismático y popular de la historia. Para los pueblos originarios fue esencial la visita del Papa a Temuco, para desmitificar ciertos imaginarios sociales que se construyeron sobre ellos y para que su voz y su reclamo salgan al mundo. Para los sectores del poder económico siempre es una puñalada que el Santo Padre critique el sistema económico que prevalece en el mundo. Por eso, siempre que haya un acontecimiento del Papa, allí están sus emisarios mediáticos para emitir opinión al respecto.
El establishment mediático argentino
Como no podía ser de otra manera, los interlocutores del poder económico sacaron a relucir sus nuevas (viejas) artimañas para desprestigiar al Papa antes de una nueva visita a Latinoamérica. Las editoriales de Ricardo Roa en Clarín y de Alfredo Leuco en TN haciendo una vinculación tendenciosa de Francisco con el dirigente de la CTEP Juan Grabois y el kirchnerismo, hicieron que el episcopado tuviera que sacar un comunicado para que los grandes medios dejen de tergiversar la figura del Papa. Sin embargo, la frutilla del postre ocurrió cuando los medios le dieron pantalla a un liberal antiperonista como Juan José Sebreli, para que su argumento de que Francisco es un conservador popular se introduzca en el imaginario social. El diario La Nación lo asentó a través de una editorial de Fernández Diaz, en donde sostiene la idea de cómo Bergoglio tiene presencia en los pobres entonces él, como cualquier líder populista, necesita que se mantengan en la pobreza para poder seguir “conduciéndolos”.
Esta crítica, como también todas las otras, oculta la cólera y la indignación de un poder económico que no se banca el discurso antiliberal de Francisco. Sebreli, que se jactó de emparentar al peronismo con el fascismo, podrá hablar en los medios de cómo el peronismo por su condición de populismo no puede eliminar la pobreza. Sin embargo, nunca entenderá este intelectual que, como dijo el Padre Mugica, “la mayoría de los pobres son peronistas” y que “por el Evangelio, por la actitud de Cristo hay que mirar la historia humana desde los pobres”.