El cielo de los peronistas
Por Pablo José Torres
Este es un cuento sobre un cuento, es decir un metacuento. En el futuro (quizás) se escriba una historia que suceda en el cielo de los peronistas. Si tienen un par de líderes muertos, una jefa espiritual, decenas de artistas, cantantes y deportistas, cientos (o miles) de mártires, un himno, entre otras cosas… también tendrán un cielo, pensé.
Nadie que creyera en Dios estaría en condiciones de negar la existencia de ese edén peroncho. Y menos ahora cuando parece que hasta un Papa fue peronista.
Si se da por válida la existencia de ese cielo, podrá decirse que también habrá un infierno. Superpoblado, por supuesto. No me atrevo a negar ni su existencia ni su superpoblación. La desmesura es peronista, y de desmesurados estará lleno el infierno, ese y todos los otros que pudieran existir.
Pero este es un metacuento del cielo. No niega la existencia del infierno, aunque no se habla de él porque la historia que en alguna otra oportunidad se contará ocurre en el paraíso. No faltarán ocasiones para narrar los hechos que se suscitan en el averno.
Volviendo al cielo, es de suponer que debe ubicarse en algún lugar concreto. La abstracción no es peronista, así que tendrá que estar situado en un espacio físico perfectamente identificado. Un lugar donde se crucen los dirigentes y la muchedumbre, la puteada y la sonrisa, un lugar donde estuvieran felices de estar juntos y comieran choripanes con vino, lo que no es sino otra forma de la felicidad.
El lugar de los muchos.
La Plaza de Mayo.
Aún sin rejas.
También podrán decir que esa plaza fue escenario de la tristeza más atroz: allí los aviones que debían defender la Patria bombardearon al pueblo en 1955. Sí, así fue, pero el cielo de los peronistas no elude la tristeza, aunque milita con fervor la alegría.
Por supuesto, será la vieja plaza, con fuente y todo, como para meter las patas cansadas después de la larga marcha. Meter los pies en la fuente fue apenas un hecho fisiológico, una simple refrescada de patas, interpretada luego como provocación. La provocación es peronista. Los hechos fisiológicos, también.
Así que el espacio físico del cielo de los peronistas será la Plaza. Con muchedumbres que llegan por las diagonales y por la Av. de Mayo. Multitudes que coinciden en algo, en poquito, en lo mínimo, y después discuten a los gritos por sus muchas, vigorosas, diferencias. Discutir, pelearse, putear al compañero es tan peronista como declamar Lealtad, así con fingidas mayúsculas.
¿Quién es el dios del cielo de los peronistas? ¿Qué valores premia ese dios de la grasada? ¿A quiénes permite ingresar a su edén? Cuesta responder dudas aparentemente tan sencillas. Tienta decir: “muchachos, este es el cielo de los peronistas, así que el que vino hasta aquí y tiene ganas de entrar, entre”.
Pero los guardianes de la ortodoxia no estarán de acuerdo:
-Aquel, ese flaquito barbudo es un zurdito, no es peronista, saquémoslo.
El uso del inexistente peronómetro es peronista. Todo peronista es más peronista que el resto de los peronistas. Éste será un cielo sin portero: ¿a quién sacrificar en un rol que implica continuas discusiones y peleas, enojos y desgastes? Salvo que el famoso peronómetro apareciera y el San Pedro de los cabecitas negras lo tuviera en su mano para franquear la entrada, o no, según los dictados de ese aparatito. Así que, por ahora, mejor que entren todos y después se verá como resulta.
¿Y el dios?
Carajo. Tendría que ser el mentado Juan Perón. Pero algo cruje, demasiado pícaro y terrenal para fungir de deidad. ¿Si no es dios, qué hará Perón en aquel cielo? No es una duda tan importante, el líder se mantendrá ausente, apareciendo cada tanto desde el balcón de la Rosada para enardecer a la masa o bajar línea con un discurso que cada uno de los que están abajo, sobre la Plaza, interpretará como desee.
Interpretar las cosas como más convenga es práctica peronista. Putearse entre compañeros por quién es el mejor intérprete… también.
En la Plaza, en el cielo, ocurren eventos felices. Todos a la vez, mezclados, revueltos, como en una gran fiesta. No puede ser de otra forma porque la felicidad es peronista.
Algunos morochos hacen un asadito resguardados en la recova de la Catedral. La monada goza la impertinencia, mientras humea el ingreso a la iglesia del Dios de los católicos, que está lindera al cielo peroncho, pero no es parte de él. Alguno canta, una guitarra criolla entona un tango y la voz del cantante, al que escucho pero no veo, suena conocida. Lo es. Entre los impertinentes que asan carne a la parrilla humeando la Catedral está el cantor. “Al mundo le falta un tornillo –frasea– que venga un mecánico a ver si lo puede arreglar”. Subraya la palabra mecánico con el gesto de elevar sus dos manos abiertas: el saludo del General. Gozar la impertinencia es muy peronista.
Trato de identificar al cantor: ¿quién iba a ser? Julio Sosa. El fuego quema demasiado oscuro, se lo digo al morocho que hace el asado. Dice que sí y se ríe. Se ríe y le grita al resto de los parroquianos: “Acá el compañero dice que la leña está quemando muy oscuro”. La carcajada es generalizada. El guitarrista deja de tocar, Julio Sosa mira y con su voz límpida sentencia: “En este cielo, compañero, los asados se hacen con piso de parqué”. Los gritos atronadores festejan la ocurrencia, la guitarra vuelve a sonar. El piso de parqué es de otros, pero su uso como leña para asados es peronista.
* * *
El sol brilla, los de la recova de la Catedral siguen escuchando a Julio Sosa, pero más allá se distraen, ajenos al tango. En el vértice este de la Plaza improvisan un cuadrilátero con cuatro camisas, una en cada esquina. Los púgiles imaginan el Luna Park repleto, que está ahí nomás a pocas cuadras. Escuchan el aliento que baja de la popular, ni miran a la platea, la desprecian.
Un negrazo de camisa y pantalón de grafa marrón clarito golpea un tacho de aceite YPF viejo con un palo: suena la campana. Los púgiles se encuentran en el centro del ring, se saludan y comienza el combate. Intercambian golpes. El ringside está repleto. El Mono Gatica fuma un habano sentado sobre un tronquito; Nicolino y Acavallo miran y conversan. El morochón de camisa de grafa señala, con otro golpe al tacho, que terminó el primer asalto. El Mono hace la inequívoca seña de “después te la doy” a un negro grandote. Demasiado grande para vos, Gatica. El segundo round ya está en marcha. La multitud festeja un cross a la mandíbula del púgil de pantalón negro, se amuchan contra las sogas imaginarias del ring.
-Es aquél –señala al negro un pibito de pantalones cortos mostrándoselo a otro, un poco más grande que él.
-¿Qué hacé acá? –pregunta el otro, incrédulo.
“Se lo ganó” dice Tito Lectoure. Mohamed Ali en el cielo de los peronistas cruza fanfarroneadas con el Mono Gatica. La escalada verbal crece, el público se desentiende del combate y vuelve su cabeza hacia el ringside.
-Vení que te hago mierda –le dice el Mono, el otro contesta algo en inglés, que nadie entiende.
Chamuyar en inglés no es peronista, pero todos advierten que el negro no se achica.
Cuando quedan cara a cara, Ali mira desde arriba y Gatica, sin mostrar miedo, le sostiene la mirada desde abajo. Mirar desde abajo es peronista; sostener la mirada, también. Hasta los que pelean abandonan el combate y se asoman. La tensión crece con las dos caras separadas apenas por centímetros, el silencio es sepulcral hasta que el negrazo de ropa de grafa lo rompe:
-¡¡¡Viva Perón, carajo!!!
Gatica suelta su sonrisa: “Dos potencias se saludan, grone” y le estampa un beso en la mejilla al negro que un día perdió su título de campeón del mundo de los pesos pesados por no querer ir a una guerra contra un pueblo pobre.
Después se da vuelta, aprovecha que el otro no manya el castellano, y dice en voz bien alta, como para que lo escuchen todos: “Cómo se achicó el grone!!! La biaba que se comía no iba a tener nombre…”
* * *
-Che… ¿y Evita?
* * *
Leonardo Favio sueña. Sus sueños son como películas que pueden filmarse. Y cuando filma, sus sueños se hacen los sueños de todos. Leonardo Favio sueña, como antes soñó a Gatica, al Aniceto y la Francisca, al niño solo.
Sueña.
Unos cuatro o cinco tipos en mangas de camisas, sentados en lo que alguna vez fue el césped de la plaza, lo rodean. Favio les cuenta su sueño, o su próxima película, que es lo mismo.
Es otra historia de dioses sucios.
A Favio le disgustan los dioses perfectos. La imperfección es peronista, los dioses sucios se amontonan en este cielo, el chapoteo en el barro de las calles de tierra de los barrios los atrae más que las luces del centro.
Favio sueña con un negrito pobre, nacido en una villa, que hace jueguitos con la pelota. El cura Mugica, que ama a los negritos nacidos en la villa, lo escucha, y dentro de su cabeza corren las imágenes, como en celuloide. La película de Favio se proyecta en su mente.
El cura rubio escucha (ve) la historia del negrito que juega al fútbol.
Su gol a los ingleses es un gol peronista. No el de la corrida larga esquivando rivales. No, ese no. Demasiado limpito, de tan bello se vuelve poco peroncho. El que relata Favio es el otro, ese en el que alza la mano, la disimula, la esconde, pero toca la pelota y el arquero inglés no entiende nada, porque el balón de pronto aparece en el fondo del arco.
Detestar a los ingleses (y a sus hijos, los norteamericanos) es peronista. Tratar de burlarlos, como sea, también.
Favio lo cuenta, y el cura rubio que ya estaba en este cielo cuando el negrito alzó el brazo y tocó la pelota sin que el árbitro lo viera, se entera ahora.
Y se caga de risa, el cura se caga de risa.
El loco Houseman y Orestes Corvatta también. Ellos también fueron el negrito pobre que juega a la pelota en la villa, los dioses sucios del panteón de los imperfectos.
Favio los mira reírse a carcajadas y sabe que su sueño es una bella película.
* * *
-Che… ¿y los fusilados de José León Suárez?
* * *
El cielo de algunos es el infierno de otros. O en otras palabras: el cielo de los peronistas sería un infierno para los gorilas. “¿Vas a poner gorilas en nuestro cielo?”, se ofende un compañero:
-No seas hijo de puta, no nos arruinés así –se queja– nos bancamos la gorilada desde el primer día, ya el 17 de Octubre nos acusaron de aluvión zoológico, no nos cagues el cielo eterno... –ruega.
Le hago caso. El cielo de los peronistas no tiene un anexo “infierno de los gorilas”.
Sólo hay uno, un gorilita aislado, que camina por la Plaza con evidente depresión. Ese no se podía salvar, así que está. Deambula… escucha los cantos, se asoma al picadito de fútbol donde Corvatta juega con Garrincha.
-¿Garrincha está en el cielo de los peronistas? –pregunta el compañero, curioso.
-Por supuesto, ¿dónde va a estar? Pelé no, los negros blanqueados no tienen lugar en este cielo.
El gorila, único, sufre su infierno viendo la alegría de los grasas que juegan al truco o discuten de política, y bailan tango o cumbia, según su edad.
-¿Quién es el gorila solitario? –se impacienta el compañero.
Camina, sin rumbo fijo, vestido con chaqueta de tweed, sin hablar con nadie. Todavía tiene las manos sucias de pintura blanca, nadie lo reconoce porque fue anónimo. Es el pequeño energúmeno al que se le ocurrió pintar en una pared de Buenos Aires “viva el cáncer”.
El rencor no es peronista, pero el hambre de justicia sí.
La memoria, también.
* * *
-Che… ¿y los muertos en el bombardeo a la Plaza de 1955?
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-Parece un cielo misógino –rezonga una feminista peroncha.
Tiene razón. Ya dijimos que es un cielo imperfecto: demasiado macho junto. El patriarcado es peronista, su demolición… también.
Evita no permitiría la misoginia: en el cielo de los peronistas mandan las minas. Es el reino de lo diverso, con minas, tortas, trolos, transexuales y cuanta definición sexual más quiera inventarse.
Los ortodoxos miran, reacios, pero evitan hablar -como no sea en voz baja y lejos del oído de la Abanderada-. Si los escucha… habrán comprado un boleto hacia el infierno.
Por Avenida de Mayo ingresa una columna. La bandera que portan, en tela celeste, letras negras con la típica imagen de los perfiles de Perón y Evita casi superpuestos que aparece en todas las boletas electorales tiene la estética de muchas en la Plaza, pero su contenido es al menos extraño para el machismo reinante.
Dice la bandera: “Putos peronistas. Tortas, travestis, trans y putos del pueblo”. Abajo, en letras más pequeñas transcribe una estrofa de la Marchita: “…para que reine en el Pueblo el amor y la igualdad”.
Si, como se dijo anteriormente, la provocación es peronista, los putos peronistas hacen estallar el aún no inventado peronómetro.
Evita aún no las vio. Recién entran a este cielo, pero ni bien las vea, correrá a pararse debajo de esa bandera, con las tortas, travestis, trans y putos del pueblo. ¿En qué otro lugar del cielo es posible imaginarla?
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-Che… ¿y Néstor?
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En este cielo de peronistas no hay gorilas. Salvo uno, ya lo dijimos. ¿Pero hay no peronistas? ¿Y pre-peronistas? El Che o Alfonsín, para el primer caso, o Yrigoyen, para el segundo. ¿Pueden tímidamente sumarse, caminando por los costaditos de la Plaza?
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Jauretche y Scalabrini. Alberto Castillo. John William Cooke y Rodolfo Walsh. Roberto Arlt y Quinquela Martín. Discepolín…
¿Cristina, el Indio y Maradona?, por supuesto… esos tienen espacios asegurados, pero todavía falta para que lleguen. La parca no es peronista y no es cuestión de darle ideas.
* * *
Listo.
La infraestructura básica está completa.
Sólo falta diseñar la trama. Será una historia de amor. ¿Qué otra cosa puede suceder en el espacio de los muchos felices?
Busco mi cuaderno “Gloria” y una birome azul, en el primer renglón escribo el título: “El cielo de los peronistas”…