Elecciones en Brasil: se juega el destino político de la región
Por Adrían Dubinsky
Por fin llegan las elecciones en Brasil que podrían terminar con el golpe iniciado en 2016 contra Dilma Rousseff y, sobre todo, contra la voluntad popular. El actual presidente, perteneciente al Partido Movimiento Democrático Brasileño, que fue aliado en las elecciones que consagraron a Dilma como presidenta y que luego le asestaron el golpe final, no representa a nadie, y el candidato que representa a la posibilidad de la alternancia, del PSDB (de las filas del expresidente Fernando H. Cardoso), el exgobernador del Estado de Sao Paulo, Alckmin, cuenta con un escaso 6% de intención de voto.
Lo cierto, es que estas elecciones se juegan no solo el destino del país más grande de América Latina, sino la posibilidad de invertir en todo el continente una reacción conservadora que se esconde bajo el tutelaje de una potencia, EEUU, que ha sabido hacer valer sus principios hegemónicos, la doctrina Monroe y se aprovechó del cipayaje de las élites que están gobernando -por las buenas o por las malas- en todo el cono sur, a excepción de honrosos bastiones de soberanía política, aunque no económica, como lo son Venezuela y Bolivia.
En estas elecciones se vislumbra la posibilidad de que por fin el PT pueda gobernar con fuerza propia y aliados de valía, lejanos a los sectores de la politiquería tradicional que se han movido según les convenga a sus jefes de los multimedios y de los poderes concentrados, aunados a un poder judicial que cuenta con un cruzado, el juez Moro, que hace y deshace vulnerando el estado de Derecho brasileño.
El domingo 7 de octubre, dentro de unas horas, se vota no solo presidente y vice, sino que se renueva la cámara de diputados que permitió el impeachment con voces como la del exmilitar y candidato a la presidencia, alias el Coso, que reivindicó la tortura y el golpe militar del 64 y personajes como el evangélico Eduardo Cunha que fungió como impulsor de una parodia destituyente y que luego termino preso, un auténtico preservativo de uso descartable. Ahora se renueva el parlamento completo, las 513 bancas, un tercio del senado -27 de 81- y los 27 gobernadores de los correspondientes Estados que conforman la República Federativa de Brasil.
Por primera vez, el PT jugará con aliados de su misma sintonía política, y salvo algunas excepciones (como el caso de Aracajú, en el que el candidato del PSDB -Partido Social Demócrata Brasileño- no acompaña a Alckmin, sino a Lula) las huestes que integran las listas son fieles -y nada indica que dejen de serlo- al Lulismo en su esencia más pura. En el nordeste, jugar en contra del Lulismo es dedicarse a perder las elecciones, ya que la aceptación del líder enjaulado es cercana al 80%. Eso significaría que, de acceder Haddad a la presidencia, al menos sus diputados -ya que el 28% con que cuenta el exmilitar también tendrá representación en el poder legislativo- serían consecuentes con el legado popular, con el mandato que los electores le transmitirán mediante el voto.
No obstante lo dicho, todo ello sería relevante en un país en el que el juego democrático se hallase consolidado. Por el contrario, en Brasil, desde el golpe parlamentario-judicial-mediático que permitieron la emergencia de un candidato bestial como don Jair, se habilitaron las posibilidades de enunciar barbaridades racistas, misóginas, homofóbicas y de amenazar al sistema político en su totalidad. El candidato del Partido Social Liberal, que todo indica que será escogido para disputar el segundo turno, ya dijo que el único resultado que reconocerá es el que lo da como ganador, poniendo en cuestión la legitimidad del voto y el sistema de votación electrónico que según la ley rige en el país. Sus aliados en actividad castrense, en los dichos de su jefe máximo, el general Villas Bôas, ya cuestionó la legitimidad del próximo presidente y amenazó con una intervención militar para “normalizar” el país.
La marcha en reacción a la movilización de mujeres en contra del innombrable vio desplegar un patrioterismo más de índole futbolero que de convicciones soberanas, y si bien coreaban su rechazo a tener una bandera roja en el país -color que identifica al PT- desfilaba entre el verdeamarillo de la insignia patria la bandera de Israel. Nada indica que sus partidarios sean más brasileños que Lula o los millones de seguidores que el expresidente tiene; nada indica que el PT, que ya gobernó al Brasil durante 13 años (paradójicamente, o no tanto, tienen ese número de lista), sustituya la bandera del Orden y el Progreso.
Es un símbolo muy fuerte que la bandera de un país como Israel, que no respeta los derechos humanos y encarna a la derecha más recalcitrante y militarizada del planeta, se enseñoree entre los seguidores de Bolsonada. Por otro lado, en esa marcha había banderas que decían Mujeres con Bolso…; lo curioso es que los tríos eléctricos (camiones con parlantes a todo lo que da esbozando consignas en contra del “comunismo”) estaban conducidos por hombres y no se veía mujeres conduciendo los actos. En la mayoría de las fotos que trascendieron se veían hombres bien machitos afirmando que las mujeres apoyaban a su líder.
Mientras tanto, el poder judicial prohibió a Folha, el principal diario paulista, hacerle una nota a Lula en la cárcel. La proscripción es de carácter total y totalitario. Hasta los narcos, asesinos confesos, pueden hacer declaraciones desde la cárcel; pero no lo puede hacer el líder más carismático de Brasil que sacó de la pobreza a un tercio del país y que instaló al gigante sudamericano dentro de los BRICS como potencia emergente, independientemente de que el sea culpable o haya sido una condena manipulada e injusta, sin pruebas. Los asesinos pueden ocupar las pantallas de la televisión de los hogares brasileños, Lula no. Pareciera que para el poder fáctico que lleva las riendas en Brasil sigue siendo más peligroso Lula que el Comando Vermelho.
Las cartas están echadas, y todo parece indicar que únicamente un triunfo contundente en segundo turno y con movilización masiva posterior, sea la única posibilidad de recuperar la democracia en lugar de profundizar el golpe y dotarlo, ahora sí, de la fuerza de las armas sin eufemismos. Los dichos de algunos de sus votantes son preocupantes. En comunión con las declaraciones de su dirigente, afirman que quizás haya que derramar sangre para alcanzar la paz. Solo la participación masiva, contundente y movilizada podrá poner fin a la desmesura y a un principio de fascismo sin ambages que quiere apoderarse no solo del motor económico de la región, sino de Nuestra América en su totalidad.