Nick Cave: la tensión y la furia
Por Pablo Vázquez*
Lo gris de la primavera macrista no abandona su espíritu taciturno, de mueca hipócrita y desabrido aliento de resignación, bregando por una alegría insulsa cada vez más lejana. La esperada llegada de Nick Cave y sus Bad Seeds a tierras porteñas no trajo precisamente luces plácidas de esperanza sino la iluminación estroboscópica, como en el video del tema Magneto, de su álbum Skeleton Tree. Luz que incomoda, afectando nuestros ojos y nos pone en estado de tensión. Como la banda de sonido de este tiempo, sus murder ballads nos transportan, entre el frenesí y la nerviosa calma, desde el desierto australiano de sus lejanos Birthday Party, al suburbio londinense de los Peaky Blinders, sea en las alas del ángel de Der Himmel über Berlin o en una caravana de predicadores fanatizados en el pantanoso sur estadounidense, de allí sin escalas a Buenos Aires.
Tras sus recitales porteños de fin de siglo en el teatro Ópera, el Festival Alternativo y el mítico Dr. Jekill, casi dos décadas nos separaron de sus actuaciones, por lo que el reencuentro con el público local tuvo ribetes místicos. La estela sombría por la muerte de su hijo y de Conway Savage, fiel músico de su banda, trocó a Nick Cave en una mezcla de showman y predicador, entregando todo de sí con su grupo, con Warren Ellís como “director musical”, tomado la posta del rol que siempre ocupó Mick Harvey.
El tour suramericano repitió las 19 canciones, centradas en los álbumes Skeleton Tre, Push The Sky Away y Let Love In, más imprescindibles de todas sus épocas.
Tras la banda soporte y el justo homenaje a Conway arrancó con Jesus Alone, ejecutada con precisión y pasión, extendida – como todas las canciones – como un tour de force hasta dejar a la audiencia extasiada, entre la sorpresa y el asombro. Percance técnico y hit del verano dedicado al primer mandatario mediante, la ejecución que siguió de Magneto y Higgs Bosom Blues fue lo más parecido a una ceremonia pagana, con el público con los brazos en alto en éxtasis bajo envolventes luces rojas y un Nick Cave poseso que nos hipnotizó entre susurros y gritos como profeta del Antiguo Testamento.
Cada tema afincaba la comunión colectiva, donde la cercanía con las primeras filas, entrelazando manos y voces, hizo las veces de fiesta pagana con la audiencia pugnando por tocar a un místico ruso de algún relato de Tolstoi.
El crooner apareció en The Ship Song, Into My Arms, The Weeping Song y en la recuperada Shoot My Down, mientras que el post punk noise asomó en la inoxidable From Her To Eternity, en City Of Refuge y en la casi obligatoria The Mercy Seat.
Tupelo fue, sin proponerlo, la traducción en sonido del actual huracán Michael que azota las mismas tierras sureñas que Cave describió décadas atrás, entre la furia bíblica y el misticismo pentecostal. Mientras que Jubilee Street marcó la epifanía del concierto.
Un recital excelente e inolvidable, de un artista que traduce su dolor en oscuras e inolvidables canciones punzantes, como necesaria música de fondo para este Buenos Aires donde debemos “indignarnos “menos y conmovernos más, para sacudir nuestra absurda placidez y resignación.
*Politólogo; Docente de la UCES y Miembro de los Institutos Nacionales Eva Perón uy Juan Manuel de Rosas.