Feminismo en confusión: los sectores populares y la ola verde
Por Paloma Baldi y Juan Manuel Ciucci | Foto: Lucía Barrera Oro
Para encarar cualquier batalla es necesario partir de un buen diagnóstico. Usemos por un momento una metáfora bélica: para ir a la guerra hay que conocer el terreno de batalla, delimitarlo, saber cuántas soladas y cuántos soldados tenemos, cuáles son nuestras debilidades y cuáles nuestras fortalezas, y de qué insumos disponemos. Y lo más importante: hay que saber quién es el adversario.
Hay una guerra por los significantes que nos dificulta el diagnóstico al mismo tiempo que nos impide autopercibirnos como lo que verdaderamente somos. Cuando hablamos de clase media, el cliché es pensar que es una clase sin clase, o desclazada, con aspiraciones que no le son propias, que son de las y los de más arriba en la pirámide social. Pero, ¿qué pasa con la clase media que denosta su propia clase? Me refiero a esta idea: “desde la comodidad clasemediaera hay cosas que no se entienden”. ¿No debería ser el revés? ¿No deberían las y los militantes con otras posibilidades de acceso a bienes culturales, a la educación formal, a la universidad, hacer un esfuerzo por complejizar esta idea?
Hay una trampa ideológica en pensar que quien es clase media no entiende, entonces debe callarse y escuchar a quienes pertenecen a los sectores populares. ¿No deberíamos construir todas y todos a la par? Desde la premisa de una clase media imposibilitada de comprender las inquietudes de los sectores populares se reproduce una lógica jerárquica al mismo tiempo que se romantiza a los sectores populares. La romantización de los sectores populares es el pilar sobre el que se construye esta imposibilidad de diálogo para abordar problemáticas que nos son transversales. La romantización de los sectores populares es la actitud más clase media que podremos ver, y es un lugar desde el que se obtura el debate.
Hay mucha confusión en torno a los feminismos, la ola verde, los reclamos masivos y los sectores populares. Sobre esto, y en sintonía con esta vocación de bajar del pedestal una idea que hoy resulta anacrónica e importada, hay que decir fuerte y claro que el patriarcado está presente en todos los estratos sociales. Hay quien en este punto dirá: “la única opresión verdadera es la de clase”. Aquí un contraejemplo: una monarca del Siglo XVIII ¿oprimía a las clases subalternas? Sí, las oprimía. Una monarca del XVIII ¿era oprimida por su género? Sí, claro que sí. Y no hace falta entrar en detalles para saber el tipo de opresión que sufrían las mujeres de la realeza, por cuya vagina pasaban los pactos entre familias por la propiedad de la tierra.
Hay distintos niveles de machismos, hay distintos tipos de opresiones y de violencias. Pero ¿por qué diríamos que una mujer de clase media sufre menos opresión de género que una que pertenece a los sectores populares? Podemos hablar de distintas violencias, pero no podemos jerarquizar que unas sean más graves que otras, o más legítimas de impugnar. La violencia es violencia, es estructural y nos golpea a todas. El feminismo, y la sororidad, son conceptos que vienen a recordarnos que los lazos entre nosotras deben fortalecerse, que hay que tender puentes de diálogo para avanzar juntas.
Hay que tener cuidado cuando decimos que la ola verde ha sido un reclamo de la clase media, porque políticamente estamos articulando un discurso que parte aguas entre esas mujeres y aquellas que -desde la boca de la clase media- ‘no se sienten representadas’ por la ola verde. No hablemos por ellas, y mucho menos pongamos a dirigentes varones a hablar por ellas, porque eso no es sororidad.
Construyendo un feminismo popular
Para solidificar las bases de un feminismo popular es menester que las militantes de base, territoriales, que son en su mayoría clase media, no se apuren a decir “la ola verde es masiva pero no popular”. Porque hacer ejercicio de la sororidad no es hablar por las compañeras, ni articular un discurso que las excluye del debate público, que las posiciona en un lugar diferencial, romantizado, absurdo. Todas habitamos esta tierra, este tiempo y este espacio. La tarea es multiplicar el debate, replicarlo, mixturarlo. La tarea es incorporar a las compañeras a la ola verde, y que la ola verde se tiña de pueblo, de barrio, de barro. Hay que establecer una posición de igualdad para el diálogo. No se trata de que los sectores populares impongan su forma de ver el mundo a las demás. Tampoco de que las clases medias lo hagan. Se trata de sumar dimensiones de análisis, perspectivas para la deconstrucción. Se trata de que nos deconstruyamos juntas. No a través de mecanismos diferenciales que nos dividan, no a través de operaciones ideológicas que perpetúan nuestras divisiones.
Para solidificar las bases de un feminismo popular es necesario entender que el eje debe estar puesto en construir y no en señalar. Hay que arremangarse y transformar lo que nos incomoda de la ola verde. Pero no podemos andar diciendo con una liviandad que asusta que un varón que pide que se escuche a las mujeres que se embanderan con el pañuelo celeste es más solidario que las compañeras. No podemos poner en una posición de igualdad a quienes militan contra un derecho que a quienes luchan por ese derecho. Aunque es admisible este gris: Las y los militantes del pañuelo celeste no son antiderechos todo el tiempo, ni las y los militantes del pañuelo verde son proderechos todo el tiempo; el ejemplo es la diputada de cambiemos Silvia Lospennato y el debate que suscitó su intervención en la discusión sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo y sus posteriores votaciones.
Ahora bien, aun suponiendo cierta la premisa de que el reclamo por el aborto “no representaba a la mayoría de las mujeres, no al menos a las de los sectores populares”, esto no implicaría renunciar al debate. Aún sin sentirse representadas en el debate, se trata de un derecho que también les pertenece. No sería el primer derecho conquistado por las clases medias que beneficie -también- a los sectores populares. Cuando decimos que la única verdad es la realidad tenemos que recordar que las mujeres de los sectores populares son las que corren más riesgo de muerte en abortos clandestinos.
El concepto de sororidad es extensivo a los vínculos entre mujeres y géneros disidentes. Un varón dirigente que pone en igualdad de condiciones el pañuelo verde y el celeste está ejerciendo su poder. No hay un lugar neutral para los dirigentes políticos en este debate. Es legítimo que elijan articular políticamente a sectores que se identifican con el pañuelo celeste, pero darle cauce político a un discurso antiderechos es cuanto menos problemático. Si queremos convocar a estos sectores a una construcción política que dispute poder en el marco de la unidad, desde el campo popular es necesario dar el debate de ideas. Y con esto quiero decir que no es lo mismo atender la demanda de que es necesario hacer extensivo el debate por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito a los sectores populares, que poner en posición de igualdad a alguien que lucha por un derecho y a alguien que lucha contra un derecho. Si una mujer, dirigente territorial, elige embanderarse políticamente detrás del pañuelo celeste, es legítimo impugnar esa posición en el debate público y social. De eso se trata el debate político. Es tarea de la militancia feminista que las mujeres de los sectores populares puedan abrazar el pañuelo verde, porque somos peronistas y sabemos que sobre la base de esa necesidad estamos construyendo un derecho. Y también sabemos que lo que nos atañe no es el debate metafísico sobre la vida y la muerte, sino que lo que nos convoca es evitar las muertes de las mujeres por abortos clandestinos. Y porque somos feministas, y queremos que las voz de las mujeres y los géneros disidentes la tengan las mujeres y los géneros disidentes.
Nos cansamos de respetar a quienes militan por cercenar nuestros derechos. Ahora es nuestro turno de exigir respeto. De ocupar el lugar que nos demanda la hora. De ser sororas. De dejar de defender dirigentes para pasar a ser nosotras nuestras propias dirigentes.