Cuba: una Revolución contra el racismo y el asedio de la operación “Peter Pan”
Por Salvatore Izzo, desde La Habana (*)
“Mi padre era negro. Antes de la Revolución, su vida aquí no valía ni un centavo. Ni la suya, ni la de los negros como él”, dice el viejo comandante. Noventa y tres años, postrado desde 1957 en una silla de ruedas debido a un disparo de los soldados del ejército de Batista que lo golpearon en la espalda sin someter su mente revolucionaria, a tal punto de que aún inválido retomó el mando, Manuel Nuoriega es uno de los compañeros de Fidel Castro y el Che Guevara. Nos recibe en su residencia, un pequeño edificio en las afueras de La Habana: una casa de campo muy simple y acogedora, pero que ciertamente no es la lujosa residencia que en cualquier otro país del mundo tocaría a uno de los padres de la Patria.
De piel clara y estudiante modelo, Manuel podría haberse salvado a sí mismo ocultando sus orígenes afro, pero desde la década de 1940 hizo, revela, su elección de campo: estar del lado de los más humildes. Cuba, explica, es una isla que tiene un fuerte componente negro en la población: los esclavistas importaron mano de obra para las plantaciones de azúcar y los negros llegaron en cadenas desde la isla de Gorea en Senegal, el lugar donde San Juan Pablo II pidió perdón a las víctimas de la esclavitud comparando su tragedia con el genocidio nazi: de hecho, millones murieron en los viajes que enfrentaban abarrotados en barcos, como los judíos en los trenes que iban a Auschwitz.
Una historia, la del comandante Manuel, que corre paralela a la de Fidel Castro, como el líder máximo, de hecho, desde que era un adolescente, Nuoriega fue testigo de la violencia infligida en particular a la comunidad negra por un régimen basado en la fuerza, en el abuso. “Vi -escribió Fidel en su diario- la actitud machista y dominante de los soldados del ejército de Batista. Fueron elementos que me formaron y que despertaron en mí la repulsión: noté la arrogancia, la prepotencia, el machismo, el abuso de autoridad, las amenazas, el uso del miedo y el terror contra las personas. Recibí una serie de impresiones que me hicieron sentir repulsión por esa forma de poder, porque la estaba viviendo, la veía todos los días. Diría que de niño comencé a sentir cierta repulsión hacia esta forma de autoridad armada, en virtud de la cual los que tenían las armas también tenían el poder y lo ejercían: los soldados golpearon a las personas, las maltrataron y dieron la impresión de poder matar a cualquiera sin que pase nada”.
Manuel Nuoriega cuenta la misma historia, con otras palabras: “en Cuba –explica-, no hubo segregación racial contra el género sudafricano, pero sí hubo una discriminación muy fuerte y actos repetidos y continuos de violencia contra los negros por parte de sus dueños, tanto los lugareños como los yanquis que se establecieron allí o vinieron de vacaciones, regalando a los primeros cierto consuelo porque hace 70 años el turismo era la principal fuente de ingresos a cambio de la cual Estados Unidos tenía derecho, garantizado constitucionalmente, a interferir en los asuntos internos de Cuba. Una situación intolerable para un patriota, a la que se agregó el sufrimiento de ver a mi padre y a los negros como él tratados como si fueran cosas o animales”.
Este hombre amable y muy dulce relata su vida mientras sus hijos y su nuera preparan el almuerzo para la delegación italiana, encabezada por el vicerrector de la Universidad de La Sapienza, Luciano Vasapollo (regresó a Cuba después de la visita a Venezuela, para brindar solidaridad a ambos países, que sufren un estrangulamiento económico injusto para defender su soberanía del ataque imperialista de Estados Unidos). Se ha ganado el rango de “Comandante de la Revolución” en armas. Recuerda al “Doctor Guevara”, reclutado como médico en las filas de los revolucionarios, y el programa político conocido como “La historia me absolverá”, sintetizado en la defensa de Fidel cuando se lo juzgó por los ataques a los cuarteles “Moncada” y “Carlos Manuel de Céspedes”, que describió por primera vez aquello en lo que Cuba se convertiría más tarde: el país donde todos tienen los mismos derechos y posibilidades, donde lo poco o mucho que hay se divide en partes iguales para todos.
“La cifra más importante es la de la mortalidad infantil, que es de menos de 4 por mil, al nivel de los países escandinavos”, explica Nicolás Valladares, presidente provincial de ANEC, la institución que reúne a los economistas cubanos, que nos acompaña en todas las etapas de la isla. Y agrega: “nada se puede entender acerca de la revolución de Castro si no se considera a los niños: son los principales destinatarios de la atención estatal”.
Valladares reconstruye para nosotros lo que él cree que es la página más trágica en la historia de Cuba, ciertamente la que ha condicionado las relaciones entre la Iglesia local y el pueblo cubano durante varias décadas. La operación “Peter Pan”, que a pesar del eslogan que evoca un hermoso cuento de hadas, incluyó abusos muy serios, incluso sexuales, sufridos por menores cubanos. Entre 1960 y 1962, catorce mil niños cubanos fueron entregados por sus padres a organizaciones de “caridad” creadas para recibir a niños llevados a los Estados Unidos, donde fueron alojados en hogares de extraños y en orfanatos, para ser en muchos casos víctimas de actos de pedofilia.
“No es difícil imaginar la terrible experiencia de esos niños, abruptamente separados de sus padres y de otros parientes, llevados a un país desconocido en manos también extrañas y sin la menor idea de cuándo volverían a encontrarse con sus padres”, enfatiza Rita Martufi, observadora permanente en la FAO por la Federación sindical mundial. Lo que no se vio fue el aspecto delictivo de las atenciones que a menudo les reservaban los sacerdotes (de origen irlandés) y de buenos padres de familia yanquis, que los habían “comprado”.
Algunos de estos muchachos han contado en libros y películas esos recuerdos amargos, la angustia y soledad infinitas que los invadieron cuando se descubrieron en el centro de un episodio totalmente fuera del alcance de su comprensión. Un drama, cuyas consecuencias psicológicas nunca han sido superadas por muchos.
El coordinador de la operación fue monseñor Bryan O. Walsh, un sacerdote de origen irlandés perteneciente a la Diócesis de Miami, estrechamente vinculado a la CIA, según ha sido reconstruido. La campaña de terror comenzó en octubre de 1960, con transmisiones de Radio Swan en las que los yanquis publicitaban una ley de Patria Potestad falsa y nunca concebida, en virtud de la cual los niños serían separados de sus padres, a menudo madres jóvenes o parejas sin casa ni trabajo. Los primeros cinco niños llegaron a Miami el 26 de diciembre de 1960. Un doloroso éxodo que concluyó en octubre de 1962, cuando el gobierno de Estados Unidos eliminó unilateralmente los vuelos directos desde Cuba. En la isla había miles de padres a quienes se les habían prometido visas y que esperaban ansiosamente el regreso de sus hijos todos los días, lo que en algunos casos llegó muchos años después.
“La operación ‘Peter Pan’ -explica el economista Valladares- fue un acto de extrema crueldad y un ejemplo de la capacidad humana para mentir, manipular y explotar los sentimientos por sus propios intereses mezquinos. Una página oscura que durante años ha envenenado las relaciones de los cubanos con la jerarquía de la Iglesia católica, de la que, sin embargo, siguen siendo muy devotos”.
“No podemos entender la Revolución cubana si olvidamos las heridas que originó”, comentó Vasapollo, que fue uno de los asesores económicos de Castro y hoy, gracias a las relaciones académicas entre La Sapienza y las instituciones culturales cubanas, es uno de los principales referentes del pensamiento castrista (y chavista) en Italia.
(*) El periodista italiano Salvatore Izzo forma parte de la comitiva italiana que viajó a Cuba con los objetivos que se describen en esta nota y sus precedentes, que pueden leerse en este enlace. Izzo se desempeña en la Agenzia Giornalistica Italia (AGI) y dirige el diario digital Faro di Roma, en cuya edición del sábado 18 fue publicado originalmente este artículo. Su autor es vaticanista desde 1986 en la AGI, para la que a su vez edita el blog Il Papa pop, y es coautor de la transmisión A sua immagine, de la RAI.