Género

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Género

14 Julio 2019

Por Daniel Mundo

 

 

Les pregunto a mi hija mayor y sus amigues adolescentes a qué les remite el término “género”, y me responden que, a las mujeres, a los gays, a les trans-, a las travestis… Ahí se pusieron a discutir si había o no más géneros. Como provengo de la literatura se me dio por decirme en silencio a mí mismo: falta uno, el fantástico. Pero no lo dije.

No sé si en las mujeres y varones y gays de mi generación la palabra género remite a toda esta serie plural y polimorfa, más bien creo que no. No es que el feminismo se haya apropiado del término “género”, es que el feminismo fue el actor político más importante que conocimos en la última década (salvo que pensemos en el (no)actor neoliberal que está conduciendo las riendas de nuestro país). Obviamente que hablar de el feminismo me parece una aberración, más que por un juego de artículos por la multiplicidad de feminismos que engloba el término. La postura extrema indica que los cis hombres no pueden pertenecer a ese colectivo. Muchas diferencias alejan y acercan a distintos movimientos feministas, cada uno con su larga historia. Lo que instituye una unidad para afuera es el rechazo de un tipo de vínculo intersubjetivo e intergénero que se volvió insostenible, con dominación e injusticia ejercida indiscriminadamente de una parte por sobre la otra; el enemigo es el patriarcado, el falocentrismo, el Hombre, y las violencias que derivan de esas estructuras.

Múltiples motivos condujeron a esta situación histórica en la que el lugar del hombre se ve cuestionado y, desde mi punto de vista, a punto de caer con un cross en la mandíbula. Motivos políticos, epistemológicos, sociales, psíquicos, intervinieron para poner fin a una era en la que primaba una especie singular por sobre todas las otras especies vivas y no-vivas, la especie creada por Dios a su imagen y semejanza, y adentro de esa especie un género y una raza por sobre los otros géneros y razas. El combate aún no terminó, más bien casi acaba de iniciarse. La destitución del hombre de su control de mando debe venir acompañada de la destitución de todos los valores que lo catapultaron al dominio y lo sostuvieron en él. A la larga la diferencia de género no podrá sostenerse.

Igual, el tema que quería plantear era otro. Como decía, múltiples motivos llevaron al cuestionamiento del dominio masculino, el que me gustaría indicar aquí es uno en particular: los medios. Creo que los medios de información y vinculación de masas fueron grandes actores en este proceso de liberación que estamos viviendo. No me refiero a la ampliación de temas sexuales y de género que se exponen en los medios, aunque creo que, en el fondo, en esta dimensión mediática, en la dimensión del contenido que los medios transmiten y exponen, los medios son muy conservadores (como tal vez lo sea la sociedad que ellos representan, por otro lado). Me refiero a otra dimensión, fundamental, y que llamo, siguiendo a M. McLuhan, la dimensión mediática, donde lo importante es la acción directa del medio sobre la percepción, la sensibilidad y los afectos (es decir, una dimensión sin figurabilidad ni significado claro y distinto, donde el sentido es ambiguo e imperfecto).

Sin duda que la liberación casi total de la pornografía, así como hablar y escuchar más sobre el género y el sexo, sobre las violencias y los feminicidios y los travesticidios, es importante en el proceso de liberación del sexo, pero a veces creo que el fundamento de este derrocamiento proviene de otro lado, proviene de los medios disponibles para hacerlo. Si, como decía McLuhan, la televisión exhibía nuestro inconsciente, y la electricidad extendía nuestro sistema nervioso en el entorno, entonces la digitalización de la información y la creación de los smartphones supone un nivel de integración orgánica con la técnica o los medios que no solo afecta a la naturaleza humana, sino que la transforma, así como transforma a todos los seres vivos y las cosas que conviven en la tierra. Por lo menos en la tierra. En otras palabras, son nuestros vínculos originarios, nuestra percepción y nuestros afectos, los que están mutando. Y lo están haciendo porque se están integrando orgánicamente con la técnica o los medios, que dejaron de ser apósitos exteriores que extendían o ampliaban los sentidos, para in-corporarse y mediomorfesearse y volverse parte del cuerpo humano. Esto lo permitió la digitalización de la información. Y durará hasta que logremos mantener la ficción eléctrica.

¿Qué significa “integración orgánica con la técnica o los medios”? ¿Y cómo eso colaborará en el proceso de liberación general de la sexualidad? La estructura binaria propia de la metafísica (cuerpo/alma, hombre/mujer, materia/espíritu, etc.) ingresó en un proceso de fusión a nivel teórico tanto como práctico. Como dice provocativamente P. Sloterdijk, hay ahora seres que son nadas y nadas que son seres. Si es cierto que nuestro afecto y nuestros deseos no son naturales ni transhistóricos, sino conformados y ampliados y potenciados por la técnica o medios, entonces los medios en tanto medios (no por lo que transmiten sino por lo que habilitan, dificultan o prohíben) integran, se diluyen como quién diría, en nuestra misma afectividad. Nuestra afectividad se acopla a los medios, así como los medios se acoplan a nuestra afectividad. Como dijo W. Benjamin, el cinematógrafo inventó gestos. No debemos olvidar que esos gestos, que para nosotros ahora parecen naturales (el beso, el primerísimo primer plano de un lunar, las pestañas), se originan en una potencia de visión que sólo fue posible con la lente de la cámara. Si doblo esta reflexión como un guante me encuentro con que, desde el otro lado, aparece un personaje como el semiólogo Ch. Metz asegurando que la identificación primaria del telespectador no es con lo que mira en la pantalla, sino con lo que le permite ver lo que está viendo: el lente/cámara. De allí en más esa potencia de integración orgánica no dejó de incrementarse, hasta que llegamos al smartphone, multimedio con el que los antiguos vaticinios de Lacan se cumplieron: vivimos un momento de transición en el que la división vida privada/vida pública está fundiéndose en una nueva experiencia que algunos/as teóricos/as llaman extimidad. No es posible que nuestra sexualidad no termine consumándose en este nuevo nivel afectivo que nos habilita el multimedio. Los Beatles podían estar filmándose durante días enteros sin interrupción, o A. Warhol podía hacer una película en la que registraba el sueño de sus efebos, porque estos gestos técnicos anunciaban un medio que todavía no había aparecido, pero que no sólo ya estaba latente, sino que nuestra sociedad deseaba. Lo llamaron smartphone. El smartphone es el medio que colabora de una manera inédita en esta integración de la técnica en nuestra propia naturaleza hasta volverlas inescindibles. El smartphone habilita que la fantasía sea una dimensión posible y real de la realidad cotidiana.

Entonces, en esta dimensión de análisis originaria y fundamental para comprender la acción de los medios, en la dimensión en la que “el medio es el mensaje”, digamos, afecto, sensibilidad y percepción constituyen medios de vinculación originarios que nos unen a los otros seres vivos y a las cosas y a todos los mensajes que se desprenden de allí. Terminan organizando (o desorganizando) un nuevo ser o ente que por costumbre seguimos llamando “ser humano”. De las muchas cosas que ya no podemos hacer, es seguir imaginando a este ser humano desde las categorías inventadas en el siglo XIX, donde la potencia mediática apenas estaba despuntando (el concepto “homosexual” se patentó recién en 1870, por poner un ejemplo, un cuarto de siglo antes de que apareciera el cinematógrafo). Este ser humano que in-corporó los medios (mejor dicho, el multimedio o smartphone) está transformando sus condiciones perceptuales y afectivas, y los gustos que derivan de ellas. Por supuesto que esos gustos provienen tanto de los medios como de otras influencias (la familia, la escuela, etc.), pero seguro que no reproducen la lógica de sentido del siglo pasado. Lengua materna, familia, barrio, club, escuela, imaginación social, están atravesados por la lógica mediática. Imposible que los medios no afecten a estas instituciones venerables, no sólo en la dimensión del contenido sino principalmente en la dimensión de sus acciones y sentidos prácticos. Si bien no hay una afectividad o una percepción naturales o universales, nos encontramos ahora con un tipo de afectividad o percepción que se superpone a nuestra percepción y afectos cotidianos. Esa pátina de barniz mediático fue absorbida por los poros de nuestro cuerpo. Mientras tanto, nuestras racionalizaciones y justificaciones siguen concibiendo a los medios como instrumentos exteriores a nosotros, y que nosotros, sentando la cabeza, podremos manejar para el bien y lo mejor. Pero hasta que no sentemos la cabeza, corremos el riesgo de que los medios se insubordinen y nos aplasten. Esta fantasía gótica no soporta ni una ojeada. Otra es la realidad cuando digo que nuestra percepción del mundo, instancia originaria, viene ensamblada por los medios con los que nos vinculamos. No se trata ni de reflejo ni de alienación, se trata de ejecución y concreción mediática. Al fin de cuentas, estamos hechos de información.

Percibimos el mundo, las cosas nos afectan, entramos en vinculación íntima con los seres y las cosas en la medida en que nuestra percepción y nuestros afectos encajen en alguno de los modelos mediáticos que se nos ofrecen. La vinculación íntima está mediada. Siempre lo estuvo, podrán decirme. OK. Lo que sucede es que esta mediación ahora está mutando de actores. Ya no son el lactante, el pecho y los valores de ese vínculo, o el espejo, el niño y la constitución de la psique, sino los medios de vinculación de masas: una app, la piel depilada, los labios apenas entreabiertos, una serie de Netflix, la babysister con la bebé, etc. No son las figuras de un Tinelli o una Mirta Legrand o cualquiera de esas caricaturas mediáticas que los medios exponen de lo que estoy hablando, me refiero a la lógica de vinculación que los medios ofrecen, llámese Whatsapp o Tinder. La constanteneidad, la disponibilidad, la reemplazabilidad, la excitabilidad, la exitocidad, la espectatividad, son algunas de sus características básicas. Los medios de vinculación o información de masas extendieron o ampliaron su potencia hasta un punto que terminaron superponiéndose a la dimensión afectiva, sensible o perceptual del ser humano, y el ser humano está feliz con este acoplamiento. La técnica o los medios ganaron su lugar en la historia humana. Ahora bien, que los gustos cambien, que la afectividad amplíe su potencia, que la sensibilidad se estremezca con sentidos que hasta hace muy poco tiempo no tenían sentido, que la sexualidad se amplíe y los géneros identifiquen las violencias que los afectan, no significa necesariamente que lo harán para el lado que a nosotres nos gusta, y que imaginamos bueno y justo. El macrismo es un ejemplo de esto.

El smartphone como medio hegemónico de vinculación de masas colabora en buena medida en derrocar un tipo de gubernamentalidad donde los géneros tienen que estar divididos y enfrentados, para pasar a otro orden en el que cada posición sea aleatoria y variable de acuerdo a los intereses y gustos de un momento histórico y subjetivo singular. Frente a la dispersión sensible y afectiva que vivimos, no sirve llamar a las hadas madrinas para que nos restituyan la carroza y el cochero. Sloterdijk anunciaba hace más de una década que nos guste o no nos guste estamos tomando decisiones de especie. Una decisión de especie no consiste en cambiar los gustos, ampliarlos o ignorarlos; consiste en cambiar la naturaleza de las relaciones entre los gustos, los afectos y los seres.