¿Qué nos pasa con Canosa?, por Daniel Mundo
Por Daniel Mundo
“No te exijo sino una cosa:
sostener el interés hasta la última página”
Marqués de Sade
Quiero elaborar un breve análisis anti progresista del discurso de Viviana Canosa, dos o tres ideas para cambiar el horizonte de la interpretación que hace de ella la clase media letrada, beneficiaria y víctima de ese discurso incendiario.
Para empezar, tenemos que aceptar que nosotros, la clase culturalmente hegemónica (o mejor dicho: la clase que se piensa hegemónica porque es la clase letrada, escolarizada, universitaria), somos uno de los problemas que tiene nuestro país. El problema que nos aqueja y que pone en jaque al país (al país tal como lo imaginamos nosotros, que nos creemos infalibles), no son los Milei ni las Canosa, que están reavivando la llama del espectáculo y que obviamente representan un conflicto político y estético con mucho futuro. El problema real, de fondo, somos nosotros, que miramos todo lo que pasa entre fascinados y asustados, mientras no encontramos las palabras no solo para pensar lo que contemplamos, no solo para saber qué nos pasa a nosotros mismos mientras miramos y escuchamos a estos personajes que están cambiando la lógica del show político (nos parecen aborrecibles, lo sé, pero algo de lo viscoso de su imagen nos encanta). Lo peor es que ya no encontramos las ideas ni los métodos para oponernos a esa lógica letal que bombardea la convivencia democrática. Nuestras grandes consignas están vencidas, en los dos sentidos de esta hermosa palabra. El progresismo se quedó sin discurso mediático, es decir, sin discurso político (pensemos que nuestro bunker ideológico son dispositivos como Radio con Vos, así estamos). Apelamos a las palabras consignas del pasado sin atrevernos a revisar su sentido. Vivimos alarmados moralmente, porque nos creemos buenos y honorables. Somos un poco ingenuos, confiamos en la buena fe de los actores. Nos alarmarnos, denunciamos la realidad perversa a voz en cuello, incluso podemos burlarnos cínicamente de nuestros enemigos (el auténtico Otro), pero nos quedamos sin alternativas políticas y estéticas para enfrentar esta deriva del espectáculo. El poder de Vivi Canosa, representante de cierto sentido común, proviene de la impotencia del progresismo intelectual para imponer su relato o su mística.
Ya lo decía el gran Roland Barthes en sus Mitologías hace setenta años: la derecha tiene más capacidad discursiva que el progresismo porque no le importa la verdad, mientras que para éste la verdad es fundamental. Habla en nombre de ella, aunque todes nos hayamos deconstruides. Nos reímos con sorna del concepto de no-verdad porque no lo entendemos, pensamos mecánicamente que es igual a la mentira. Pero no es así. La no-verdad es un limbo entre la verdad y la mentira, sin llegar a ser ni una ni otra. Es difícil concebir incluso a nuestra misma existencia si no es como un fraude.
El sábado pasado la compañera Manuela Bares Peralta publicó una nota en la APU reconstruyendo brevemente la trayectoria “artística” o periodística de Viviana Canosa, es decir, presentó la construcción del personaje, que ahora está jugando a dar el paso gigante hacia la política. Nadie sabe cómo le puede ir, porque entrar a las “grandes ligas” de la política implica, por lo menos hasta ahora, moderar el discurso, racionalizarlo, en fin, institucionalizarse y argumentar, que son características discursivas que más bien faltan en este personaje que nos machaca que habla desde el corazón, el sentimiento, y que lo hace en nombre del pueblo y de sus propios hijos. Al tele-vidente no le interesan tampoco los argumentos, cuando el discurso se pone “pedagógico” y plomo cambia de canal. El recurso al sentimentalismo es kirsch, pero evidentemente todavía muy efectivo. Cada vez más efectivo. Incluso este personaje mediático, Vivi Canosa, puede emocionarse de verdad. Por supuesto, no está muy claro a qué refiere esa palabra tan complicada: la verdad.
Hay un dato en su trayectoria hacia la radicalización política de Canosa significativo: quizás soñó en algún momento en ser la primera dama de nuestro actual presidente, allá por el 2019 cuando flirteaban. Fue despachada y todos sabemos lo que ocurrió. El dato de esta anécdota consiste en la volatilidad ideológica de este personaje mediático que se convirtió en un formador de opinión, o en todo caso en un reafirmador de las opiniones anti-políticas del sentido común.
Desde el corazón del espectáculo, que supone toda una forma compleja de vinculación social y psíquica, se atenta contra el discurso político. Y el discurso político sigue atrapado en su tautología sorda: nos gusta escuchar lo que dice alguien que dice algo que tranquilamente lo podemos decir nosotros. Recontrautoafirmación. En el fondo se remite a la misma vieja cantinela de siempre: “Que se vayan todos”, salvo “nosotros, los buenos”.
Como dice mi amigo Matías Repar, lo que caracteriza a Canosa es el enunciado que impacta como un shock, el dramatismo que de pronto toma la escena, y ese mantra que la hace columpiar para adelante y para atrás como si estuviera rezando, mientras que con su voz nasal y aspirada ella desnuda su alma frente a las cámaras. El espectador se calienta, le empiezan a correr los ratos por el morbo frente a semejante desnudez. Es un discurso que nos incita. Nunca se va a vencer a este tipo de discursos recargados de sentimentalismo con argumentos racionales. Basta recordar lo que le pasó a Yoma hace unos días: luego de ser agredido discursivamente por dos panelistas, Yoma quiere responder algo y Canosa lo interrumpe y le dice que nunca había hecho esto antes, pero que le pide que se retire de su programa, porque no puede soportar que alguien defienda a AF. Yoma, con mucha racionalidad, se saca lentamente el micrófono de la solapa y se pone de pie mientras Canosa sigue arengando pausadamente (nadie quiere pasar el papelón del brotado de Casero con Majul). Yoma se pierde por un pasillo detrás de las cámaras y pasa lo que para mí es uno de los peores rasgos de una subjetividad: hablar mal de un ausente.
Por un lado, Canosa con este gesto recontra guionado está delimitando de manera irrefutable quiénes pueden ir a su programa y quiénes no. Traza una frontera inviolable entre nosotros y ellos, que es también un abismo. Por otro lado, es tal vez una nueva modalidad que está tomando el show donde el huésped echa de su programa al invitado por cualquier cosa, sin razón, por una estupidez. Acá también la frontera del diálogo profundiza un abismo: estamos en guerra. Al progresismo le cuesta aceptar esta evidencia.
En una guerra, los combatientes no quieren ponerse a platicar con el enemigo a ver cómo arreglan el mundo, lo que quieren hacer es a aniquilar al enemigo, y si no lo puede aniquilar, reducirlo a su mínima expresión, burlarse de él, quitarle todo el poder que pueda quitársele. Ésa es la lógica de fondo que gobierna el programa de Viviana Canosa. Como dije al principio de esta nota, el problema es que nosotros, que queremos otra forma de vínculo, como dice el sociólogo Martín Plot, nos quedamos sin consignas creíbles o verosímiles. No tenemos un plan. Lo que sabemos es que el dialoguismo fracasó, y que no era por una cuestión de formas que la grieta impedía el diálogo: es por una cuestión de fondo, es un proyecto de país y un proyecto de vida lo que está en juego.
Matías Repar dice: lo que hace Canosa es un happening. Sí, ok. Solo que es un happening del que conocemos el final, porque siempre “termina” igual. Nunca termina, mejor dicho: funciona como una cinta de Moebius. Todo es reafirmación de los prejuicios atolondrados que tienen los que la ven, de un lado y del otro de la grieta. Quiero decir: Canosa construye una narrativa, es cierto, pero también es verdad que las condiciones de recepción de esos discursos, los televidentes, los que la miran en YouTube, Tik tok o la siguen en las redes, lo que hicieron fue ir estirando los límites de lo que se puede decir y hacer. Y Canosa estuvo atenta para marchar al frente de ese discurso que podemos reducir caricaturescamente al nombre de “discurso del odio”, pero que abarca muchos otros afectos más políticamente aceptables, aunque muy problemáticos como el del resentimiento, la envidia, el narcisismo, el sentirse estafados, burlados, pelotudeados.
Estamos presenciando una aceleración en el discurso televisivo que va a cambiar la lógica del espectáculo y de la política. Ya lo hizo. Es que el progresismo le entregó el discurso mediático (en sentido amplio del concepto, no solo televisivo) al enemigo. Y el enemigo le sacará todo el provecho que pueda. El enemigo no es idiota, aunque juegue a parecerlo. El enemigo es intercambiable, no como nosotros que nos quedamos sin referentes o estamos atados a una referente gigante que trae consigo discursos y prácticas políticamente conflictivos. No es por medio del usufructo de la cadena nacional como vamos a vencer a los videoclip del horror.