Toy boy: el nuevo éxito de Netflix es un “thriller telenovelesco”
Por Diego Moneta
En el mes de febrero Netflix estrenó Toy boy, la serie española que rápidamente se convirtió en éxito y se sumó a una lista de nombres resonantes, como Elite o La casa de papel. Es una producción de Atresmedia, en colaboración con Plano a Plano; y, antes de llegar a la plataforma de streaming, fue emitida por la cadena Antena 3.
Su paso por la televisión fue un fracaso. No tuvo las visualizaciones esperadas y fue cancelada. Sin embargo, explotó una vez subida a Netflix. De esta manera, consiguió una segunda oportunidad, algo que suele suceder últimamente con las producciones españolas que llegan a la plataforma.
La tira mantiene la fórmula central de su productora: una temporada inicial de trece episodios con más de una hora de duración. A su vez, podemos observar rasgos del formato televisivo, como el resumen del capítulo anterior al principio de la emisión y los adelantos del próximo, al final de la misma. A diferencia de lo sucedido con La casa de papel, Netflix no reeditó los episodios y mantienen su extensión original.
La historia gira en torno a Hugo Beltrán (Jesús Mosquera), stripper condenado por un crimen que alega no haber cometido. Tras una noche de fiesta y excesos, se despierta al lado del cadáver decapitado y quemado, de un hombre que es —supuestamente— el marido de su amante, Macarena Medina (Cristina Castaño). En un juicio acelerado y viciado de nulidades, se dictamina que Hugo deberá pasar 15 años en prisión.
Siete años más tarde, la joven abogada Triana Marín (María Pedraza), consigue la anulación de la condena y su libertad condicional, a la espera de un nuevo dictamen. A partir de este momento, Triana y Hugo, de mundos opuestos radicalmente, tendrán que trabajar en conjunto para desentrañar una compleja trama que llevó a un inocente a la cárcel.
Toy boy podría ser definida tranquilamente como “thriller telenovelesco”. Los ejes que articulan la narración son los usuales en una telenovela: se aborda un conflicto melodramático protagonizado por una pareja, marcada por diferencias sociales, y por una contrafigura como villano. En este caso, se suman a la trama elementos propios del thriller (el misterio sobre un asesinato y un falso culpable) y se lo envuelve todo en un aire de erotismo.
Si combinar esos dos géneros parece demasiado, es porque definitivamente lo es. Se sabe que en un melodrama reina la exageración. La serie no escatima en aristas secundarias durante la narración, las cuales muchas veces nacen sin explicación y no tienen buen desarrollo. Así, terminan apareciendo en escena tópicos como la corrupción, el narcotráfico, abuso de menores e incluso la hipnosis. Se pasa de un tema a otro sin el menor cuidado y, por eso, muchos terminan colgados sin saber de dónde sostenerse.
A pesar de tener su “peso”, el crimen y lo policial están la mayor parte del tiempo en segundo plano, debido a que la narración queda estancada en tres instancias: el boliche Inferno, donde Hugo y cuatro amigos repiten —hasta el hartazgo (y para la audiencia)— coreografías eróticas. De ahí que se hayan bautizado los “toy boys” (como si fueran juguetes sexuales). En segundo lugar, los encuentros del protagonista con Macarena, que —según él— es quien le tendió la trampa. Finalmente, el romance que se desarrolla entre la abogada y su representado, otra obviedad de la trama novelesca.
Podemos rescatar tres puntos de Toy boy, más o menos fuertes. Por un lado, el exhibicionismo del lujo y de las perversiones que identifican a la élite de Marbella; que constituye el marco en donde se pone en juego gran parte de la acción que ocurre en la serie. Por otro lado, hay una constante demostración de los abusos policiales, tanto a nivel corrupción y negociados como en los procedimientos (allanamientos e interrogatorios ilegales).
El elemento más firme de la tira es la metáfora alrededor del infierno para el protagonista, y que sobrevuela a todos los personajes en general. Caer en prisión injustamente, codearse con la corrupción empresarial, perder un hijo, recibir presiones del narcotráfico todos los días, son sólo algunos ejemplos. Se presentan correctamente las idas y vueltas —o caminatas sobre la cornisa— del elenco, para ver quién puede salir del infierno y quién cae nuevamente en él. Hugo debe cargar no sólo con el estigma de su profesión, sino con ser un ex presidiario al que la comunidad asume como culpable.
Sin mucho más que ofrecer, Toy boy falla en todo el resto: pocas actuaciones están a la altura, y el guión también juega en contra. El protagonista no puede salir de un gesto seductor constante, que tal vez se deba a la inexperiencia del exfutbolista Mosquera como actor. El promedio general se logra salvar, a duras penas, por el trabajo de María Pujalte (actriz de Merlí sapere aude) y Pedro Casablanc (el comisario de El guardián invisible). María Pedraza todavía no logra despegarse de sus papeles en Elite o La casa de papel. Por otro lado, el guión presenta diálogos excesivamente extensos, con escenas que parecen interminables. De todas maneras, mantiene cierta intriga acerca de quién fue el verdadero asesino. Esta pregunta, de alguna forma, empuja a la serie hasta el final.
De todas las vueltas de tuerca que aparecen a lo largo de los trece capítulos, alguna va a conseguir llamarte la atención. Sin embargo, la mayoría nacen de manera forzada y, por momentos, resultan inverosímiles. Toy boy termina siendo una suerte de Magic Mike (película protagonizada por Channing Tatum, como bailarín de club nudista) mezclada con Cómo defender a un asesino (la serie en donde Viola Davis debe resolver un crimen), adaptadas a un thriller telenovelesco.