Mora o la belleza melódica del tango

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Mora o la belleza melódica del tango

19 Abril 2020

Por C. Adrián Muoyo

 

 

Al periodista Julio Jorge Nelson llegaron a apodarlo “la viuda de Gardel”, por el ahínco que ponía en difundir la obra del Zorzal Criollo en sus audiciones radiales. Allá por 1934 se cruzó con un amigo músico, quien le propuso hacer un tango. “Escribí la letra y le pongo música”, le dijo. Nelson (seudónimo de Julio Rosofsky) no tenía ni idea de cómo hacerlo, pero aceptó entusiasmado. Como él mismo confesó, no sabía nada de “métrica, rima, estrofas”. Recurrió entonces a la obra de su ídolo. Escribió una letra sobre la música del clásico gardeliano Mano a mano. Se la pasó a su amigo, sin decirle nada del método utilizado. Y éste la envolvió en una bellísima melodía que lo convirtió en el tango Margarita Gauthier, que a partir de allí se integró al repertorio de algunas de las más renombradas orquestas de la Edad de Oro del Tango. Basta volver a la versión que el cantor Raúl Berón hizo con la orquesta de Miguel Caló, formación extraordinaria que en ese entonces contaba con Enrique Mario Francini, en violín, Armando Pontier en bandoneón y Osmar Maderna en piano, entre otros. Al escuchar esta grabación, es imposible no sentirse substraído por un cierto poder hipnótico de la trepidante melodía. Es acaso una de las mejores interpretaciones de este tango, que también fue grabado por Troilo con la voz de Fiorentino y, ya en los cincuenta, por la orquesta de Salgán con un joven Roberto Goyeneche. Años después, habría una versión instrumental solista a cargo de Astor Piazzolla.

Semejante fascinación con esta obra es entendible. Su autor era Joaquín Mauricio Mora, el Negro Mora, uno de los grandes compositores de la historia del tango. Supo dotar a su obra de una belleza conceptual poco común, compleja y atrapante a la vez. Es parte de ese grupo de músicos afrodescendientes que –como Rosendo Mendizábal, Enrique Maciel y hasta el mismísimo Horacio Salgán, entre otros- hicieron aportes inmortales al canon tanguero.

Mora nació en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, en 1907. Muy joven y con el apoyo paterno, comenzó a estudiar piano. Tuvo una intensa formación en el Conservatorio Santa Cecilia y luego se perfeccionó con el maestro italiano Arturo Luzzati, quien dirigió la orquesta del Teatro Colón. Su debut en el tango fue en el Salón La Argentina. Integró diversos conjuntos. En 1926, logró el prodigio de aprender por su cuenta a tocar el bandoneón, así que a partir de allí cambió de instrumento. Ya en los años treinta, se fue de gira a Europa como parte del acompañamiento orquestal de Azucena Maizani. Permaneció un par de años allí y es de esa época su primer tango, Yo soy aquel muchacho, compuesto junto con Vicente Russo, pero que ya muestra lo que sería su estilo. La letra corrió por cuenta de Máximo Orsi.

A su vuelta a Buenos Aires, dirigió la orquesta del sello Columbia y tuvo una primera formación propia. Los carnavales del ´34 los hizo como parte de la orquesta de Caló. Allí le robaron el bandoneón. Volvió así al piano, ya en forma definitiva. “A ver cómo hacen ahora para robarme el instrumento”, le dijo a Nelson. Formó el trío Melodía y luego otro denominado Morel-Lesende-Mora, con Roberto Morel y Antonio Rodríguez Lesende. Una formación muy al estilo del mítico Trío Argentino Irusta-Fugazot-Demare, pero que estuvo lejos de alcanzar su repercusión. De ese tiempo data Divina, una gema del tango con letra de Juan de la Calle, seudónimo del periodista uruguayo Federico Saniez. Lo estrenó el tenor mexicano Alfonso Ortíz Tirado, pero es indispensable escuchar la grabación que muchos años después hizo el gran Oscar Alonso con la orquesta de Carlos García o las versiones instrumentales que realizaron Atilio Stampone y Osvaldo Berlingieri allá por los setenta. Sin olvidar, claro, la que Lucio Demare nos dejó en piano solo en 1968.

A mediados de los treinta Mora acompañó como arreglador y pianista a Hugo del Carril, quien dejó en el disco una impecable interpretación de Yo soy aquel muchacho, que pronto se convirtió en uno de los hitos de su carrera como cantor. Por ese tiempo también le grabó Como aquella princesa, con letra de José María Contursi.

Hacia fines de esa década, Mora volvió a tener una orquesta propia. En 1943 salió de gira por América Latina y nunca volvió a actuar en Buenos Aires. “En Colombia me detuve más de veinte años –confesó alguna vez-, de este país, que adoro, tengo algunos recuerdos: una mujer y tres pibes”. Volvió de visita a su ciudad natal en 1978 y un año después murió en Panamá.

La obra de Mora está lejos de caer en el olvido, más allá del que le cabe a cualquier producción cultural nacional en estos tiempos de mediatización globalizante. Los intérpretes de esta nueva gran época del tango, han sabido rescatar sus composiciones. Ariel Ardit convirtió a Yo soy aquel muchacho en uno de los “caballitos de batalla” de su repertorio en la época en que era el cantor de la orquesta El Arranque. Luego, ya como solista, grabó Como aquella princesa.

En 2006 Mora se transformó en uno de los ejes de una interesante iniciativa. En esa época, como director de la Biblioteca Nacional, Horacio González dispuso que comenzaran a inventariarse las partituras existentes en la institución. Como parte de este proceso, se empezaron a grabar una serie de discos que, con el título genérico de Raras Partituras, brindaron nuevas versiones de temas que habían tenido pocas o nulas grabaciones. El primer disco de la serie estuvo dedicado al tango y recuperó obras poco transitadas de Mora, Enrique Delfino, Juan Carlos Cobián y Francisco De Caro, compositores que compartían una misma afinidad en su manera de entender el tango. Podríamos decir que estaban emparentados estilísticamente en una cierta predilección por lo que se ha dado en llamar el tango romanza. Creaciones de una cierta complejidad formal que exigen una sólida formación musical a sus intérpretes, pero cuyo resultado es un conjunto de melodías de una belleza única, con un cierto aire de extrañeza[i]. En este caso, las composiciones fueron interpretadas por el Quinteto de Ramiro Gallo con la participación de los cantantes Osvaldo Peredo, Lidia Borda y el propio Ardit. De Mora se versionaron Tan distante como el cielo, Canción de junio (Sol de invierno) y Frío.

Acaso por sus exigencias armónicas y tonales, tangos como Esclavo, con letra de José María Contursi, han hecho irse al mazo a más de un cantor con mentas y con talento. Han sido varios los que prefirieron no tomar el riesgo de “morder la banquina” en alguno de sus pasajes. Quizás esa sea la razón por la que no tiene muchas versiones, pese su innegable hermosura. Una de las pocas del período clásico es la de Charlo. Sin embargo, son varios los que en este tiempo se han animado. Uno es Alejandro Dolina. También hay versiones muy recientes del cantor del grupo Bombay Buenos Aires, Alejandro Guyot , acompañado en piano por Elbi Olalla; de Eliana Sosa y de Noelia Moncada, que lo incluyó en su disco Encanto Negra, donde homenajea el aporte afro al tango y la canción popular rioplatense. Son todas estas pruebas de la vigencia de Mora.

Horacio Ferrer lo definió como uno de los “mayores creadores del tango para cantar” y como un “melodista y armonizador de sobresaliente imaginación”. Razón no le falta. Como evidencia están estas refinadas composiciones que hemos mencionado que conforman una obra que cada vez parece “más divina, mucho más”.

 

[i] Alguna vez, un colega le dijo a Mora “¿Por qué no haces tangos como los demás autores?”