La nueva normalidad, por Rafael Bielsa
Por Rafael Bielsa, publicado en Identidad Colectiva
El jueves 23 de abril de 2020, frente al Parlamento alemán, Angela Merkel aseguró que “no estamos en la fase final de esta pandemia, estamos al principio. Vamos a tener que vivir aún mucho tiempo con ella”.
Leyéndola, es imposible evitar que resuene el célebre retruécano que Winston Churchill ideó durante el almuerzo en el día del Alcalde Mayor de Londres, en la Mansion House, el 9 de noviembre de 1942. “La lucha entre los británicos y los alemanes ha sido intensa y feroz en extremo. Ha sido una mortal lucha cuerpo a cuerpo. Los alemanes han sido superados y vencidos con el mismo tipo de armas con las que han golpeado a tantas naciones pequeñas y también a grandes naciones no preparadas. Ellos han sido golpeados por el aparato técnico con el que contaron para lograr la dominación del mundo. Esto ha sido especialmente cierto en el aire y con los tanques y la artillería, que se han vuelto en su contra en el campo de batalla. Los alemanes han recibido una y otra vez esa medida de fuego y acero que ellos tan a menudo han infligido a otros. Nahh, este no es es el final, no es ni siquiera el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio”.
Es posible aplicar el ingenio de Churchill, a fines del ’42, con el estado de la lucha contra el COVID-19 en el siglo XXI: no estamos al final, ni siquiera al principio del final; tal vez, estemos al final del principio. A pesar de algunas buenas noticias, tales como que China podría tener una vacuna para uso de los trabajadores sanitarios en una “situación de emergencia” por coronavirus en unos pocos meses (según informó el director del Centro de Control y Prevención de Enfermedades del país, Gao Fu).
Las vacunas tienen varias fases de ensayos clínicos, y hasta el día de hoy ni la vacuna de vector de adenovirus ni la inactivada han superado la segunda ronda. Para un uso masivo, y según la Organización Mundial de la Salud, el período requerido es de al menos entre 12 y 18 meses.
Una crisis como ésta, originada en eventos globales y excepcionales (catástrofes, guerras, pestes), naturalmente demanda la acción del Estado. Son necesarios recursos, inversiones en salud, en seguridad interior, en cooperación internacional por lo menos inusuales. Hay que tomar medidas que limitan el comportamiento individual. Sólo el Estado tiene la institucionalidad legal indispensable para incidir de tal modo en la vida cotidiana. La institucionalidad financiera, a sus restricciones legales, les añade las volitivas.
Sólo hay una autoridad en condiciones de hacerlo.
En muchos países, esta centralidad se concentra en el Poder Ejecutivo; más precisamente en los gobiernos. Ese magnífico escritor (y político de centros de esquí) que es Mario Vargas Llosa, escribió una carta en la que sostiene que “a ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado”. La carta tiene un mérito, mas no en su contenido: consiguió extraer un movimiento de alguien inanimado, ya que está firmada por Mauricio Macri.
Ante el panorama descrito, no está mal que me ocupe un poco de las erinias de Vargas, en partícular esa Némesis que para él representa el aparato estatal. Porque lo que no va a poder evitar -salvo en un fruto literario de su pluma virtuosa- es un cambio de modelo. No pienso en algo revolucionario, pero sí en algo inexorable.
En la biografía que Stefan Zweig le dedica a José Fouché, un hombre vilipendiado por sus contemporáneos y olvidado por la posteridad, el escritor austríaco dice que su personalidad se forjó en tiempos de crisis, y que bajo el Directorio se elevó a la altura desde la cual “… saben los hombres de espíritu profundo prever el futuro juzgando rectamente el pasado”. Sólo acompañó ese juicio de Zweig el monumental Honoré de Balzac, que puso a su genio el objetivo de describir de modo exhaustivo la sociedad francesa de su tiempo para, según su frase, hacerle “la competencia al registro civil”.
De manera que no es una tarea ociosa tratar de juzgar acertadamente lo vivido para avizorar el porvenir.
Ya desde antes del Covid-19, este ciclo del capitalismo mostraba signos de fatiga de material. Algunas inteligencias del vientre de la ballena advertían sobre la no sostenibilidad del sistema. “Un mundo más abierto y equitativo” (Soros); “el Fisco favorece a los ricos” (Gates); “la inteligencia artificial amenaza a la humanidad” (Musk).
La distribución desigual e injusta del ingreso nacional; el lucro especulativo sin creación de riqueza ni de empleo; la posición de hegemonía de las corporaciones en la globalización; y la concentración de los algoritmos dominantes que controlan el flujo de información en plataformas privilegiadas, terminaron por poner en peligro la sostenibilidad de la especie.
Está claro, pues, que este ciclo del capitalismo debe ser reformulado. La pregunta sería: ¿puede reformularse a sí mismo?, ¿O las fuerzas que lo han empujado hacia el exceso son tan incontrolables (en sus pulsiones de aniquilación por apropiación excesiva) que están más allá de consentir o siquiera de imaginar algún tipo de cambio sistémico que altere el status quo?
Veamos el problema desde otro lado del prisma: la “guerra de tarifas” entre EEUU y China. Encapsulado dentro del título rimbombante, que tuvo a la sociedad de la información en vilo por 9 meses, se camuflaba (o se ponía a buen resguardo) la guerra del 5G, que es -en otras palabras- poseer la vanguardia de las nuevas formas de combate por el predominio.
Estados Unidos va a sufrir por la pandemia, y China también. El mayor golpe a EEUU es la emision desaforada de deuda que se está generando para evitar la crisis crediticia -de $20 billones (“trillions”), a $24 billones, un 20%-. En China, el golpe es económico y tambien en la “credibilidad” internacional.
La hegemonia del dólar es aceptada por la comunidad inversora y tal vez sea la ventaja que tiene EEUU sobre China. Se sostiene sobre 3 pilares: 1) que EEUU es todavía la economia más grande, y por lo tanto las transacciones (en magnitud y volumen) se materializan en dolares. 2) La confianza que la institucionalidad norteamericana produce (el sistema de chequeos y balances), que asegura que no habrá brusco cambio de reglas de juego. 3) Por lo expuesto, y hasta ahora, el dólar es estable y por lo tanto preferible –la gente lo busca en tiempos de crisis y esto lo hace mas deseable-.
Por lo que respecta a la “credibilidad” china, la prensa internacional refleja que gran parte de la opinión pública cree que el virus: 1) se originó en China. 2) Fue disimulado por el gobierno. Y: 3) no hubiese sido tan catastrófico bajo un régimen que permitiera un mayor acceso a la información. Las encuestas muestran que hasta no hace mucho, el 50% de los norteamericanos pensaba que las politicas agresivas de Trump respecto de China no tenian sentido. Despues de esta crisis, es posible que la agresividad respecto del Imperio del Medio sea un buen argumento electoral.
Sin embargo, allí no debería terminar el análisis. Cabe una pregunta ulterior. Pensando en el predominio mundial, y entre China y los Estados Unidos: ¿quién va a sufrir más? O mejor: ¿qué población está en condiciones de seguir a sus líderes políticos con mayor disciplina durante la fase de pagar las consecuencias del sufrimiento?
Dos ejemplos: en China, es inimaginable un hombre de la importancia de Noam Chomsky hablando de Xi Jimping como el lingüista habla Trump y del sistema político chino como Chomsky lo hace del norteamericano. En cambio, es imposible pensar que la población de Estados Unidos resista la inclemencia de lo que puede venir. ¿Los chinos? Es probable.
Aventuro algunas hipótesis: a) de dónde vienen: China viene del hambre y las privaciones, no los tiene demasiado lejos, puede tutuearse aún con ellos; b) las ideas del filósofo Confucio sobre cómo llevar un estilo de vida ético y práctico son parte de la identidad y del ADN cultural de China, al punto que el partido comunista hace frecuente mención a sus principios; dos de ellas son la jerarquía y la lealtad, una respecto de la obediencia a sus lìderes, y la otra respecto de tener una viga maestra que permita la armonía en la convivencia; c) la fórmula de partido único con capitalismo de mercado, permite una mayor tolerancia a la intromisión abierta en las libertades individuales y la esfera de intimidad personal. Son sólo aproximaciones.
En cuanto a la biotecnología y su acceso occidental con preferencia a los ricos, porque la sociedad del conocimiento es elitista, vamos a una mirada oriental: el biofísico chino He Jiankui fue el responsable de la creación de las gemelas Lula y Nana, que nacieron a finales de 2018; saltándose todas las normas éticas y científicas, alteró el ADN de las gemelas para hacer que no pudieran contraer el virus de sida. No sabemos si China finalmente castigó al científico, pero si hubiera sido occidental la comunidad científica no lo hubiera dejado llegar hasta donde llegó. Ese tipo de sistemas, para bien o para mal, puede favorecer la extensión de los avances biotecnológicos, con rumbos impensados. En China, la relación del conocimiento con los ricos no sería el problema; el problema sería China.
Luego, por lo dicho, no sé si habrá “un día siguiente” a la pandemia. Mi idea, para ser concreto, que en realidad más que una idea es una suma de percepción e instinto, reside en que China se acercará más a los Estados Unidos en el sentido de la carrera por el trono del predominio universal.
Cuando, en esa tierra de nadie que se abrirá luego de que las restricciones por la pandemia empiecen a flexibilizarse, y entremos en la “nueva normalidad”, las virtudes capitales para la supervivencia serán: la previsibilidad, la presencia estatal y la paciencia.
La previsibilidad porque no creo que el hombre tenga -además de la muerte- más espacio dentro de su alma para convivir con la incertidumbre, y quien le dé algo de certeza prevalecerá.
La presencia estatal, porque no hay corporación en el mundo que posea su propia reserva de valor y al menos todavía el dólar lo es y lo imprime el contratista de la Reserva Federal; lo mismo pasa con el yuan.
Y la paciencia, porque los movimientos de las placas tectónicas van a ser fuertes pero paulatinos, y lo que hoy parece indudable mañana parecerá ingenuo.
Tengo la sensación de que la lógica de los mercados, como la conocemos al día de hoy, está más pendiente de su bono de cierre de ejercicio que de los sentimientos de enormes masas de ciudadanos que están sufriendo y van a sufrir más.
Al fin y la cabo, como se lee en el Talmud: “vivir bien es la mejor venganza”. Cuando la gente se enoja, busca venganza. Ganará el que entienda qué quiere decir “vivir bien” en el futuro, para las grandes mayorías y no para un puñado de privilegiados. Porque también es cierto que la mejor venganza, es la venganza.