San Cátulo, el santo de los perros
Por Juan Carlos Serqueiros en el blog Esa vieja cultura frita
Producida la revolución fusiladora del 55, uno de los hombres en quienes se cebó la venganza de los gorilas mediocres y traidores, fue el poeta Cátulo Castillo. Estaba profundamente identificado con el peronismo, a punto tal, que era el presidente de la Comisión Nacional de Cultura, cargo para el cual había sido designado por el mismísimo Perón. Lo había escuchado en una conferencia que pronunció Cátulo sobre la historia del teatro argentino.
Ferozmente perseguido por los miserables Aramburu, Rojas y demás escoria que no le perdonaba su condición de peronista y el haber llevado el tango, con el fueye del Gordo Troilo, al Colón; tuvo que malvender todo y mudarse a una humildísima casa a orillas del río Matanza.
Allí vivió, junto a su esposa Amanda Peluffo, dedicado a la pintura, a los versos, a la grafología y a la astrología; pues intervenida SADAIC y prohibidas sus obras, llegó a tener que vivir de confeccionar cartas astrales.
Desparramó amor por los perros de la calle, a los que recogía y albergaba en su casa. Llegó a tener 95 perros, 19 gatos y 2 corderitos, a los que les puso por nombres Juan y Domingo, y como no tenía plata para la atención médica de tantos bichos, se vio obligado a estudiar veterinaria, al menos, hasta un punto en que pudiera bastarle para atenderlos él mismo.
El genial Hombre Gris de Buenos Aires, el quemerísimo Julián Centeya, lo "bautizó" con el mote de "San Cátulo", y así quedó, siendo desde entonces y para siempre, San Cátulo, el santo de los perros.