Pandemia: el cumplimiento de la idiotización definitiva
Por Natalia Torrado | Foto Daniela Amdan
Hace tiempo ya que la virtualidad y las redes sociales nos vienen imbecilizando. Lenta (y no tan lenta) pero eficazmente. Los mejores de los nuestros han ido cayendo no sólo en el uso sino también, trágicamente, en el registro de las redes. En sus modos. En su programa. El problema que aún quedaba por resolverse, entonces, era que, así como por un lado nos volvíamos monigotes impotentes en el caldo mortífero del Facebook y luego del Instagram y afines, a la vez, por otro lado, seguíamos en mayor o menor medida, llevando adelante algún nivel de revolución en nuestras prácticas intelectuales y artísticas por fuera de la virtualidad. Ahora, con la “operación pandemia” y su lógica e ineludible instalación del terror, sólo somos criaturas incapaces de hacer la diferencia, revueltas y agonizantes, ridículamente “activas”, indignas y serviles al loop de la virtualidad. Y hablo de los mejores de los nuestros. Los peores siempre fueron el insumo de las maniobras del capital.
Si la pandemia fuera real, estaríamos tan atónitos que no podríamos siquiera imaginar la posibilidad de continuar. Sin embargo, continuamos con ahínco trabajando, más dispuestos que nunca al sacrificio del trabajo alienado, porque en algún lugar sabemos que esto no está sucediendo, que esto no es real.
¿No deberíamos, si el mundo estuviera realmente al borde de un cambio radical, permanecer en un absoluto silencio contemplativo? Si el mundo estuviera cayéndose a pedazos (que lo está, pero no lo sabemos, o lo está por otros motivos, que no sabemos) ¿No deberíamos, entonces, mantenernos en estado de profunda reflexión, para el tramado del nuevo mundo? No, no es eso lo que hacemos. Respondemos al imperativo del “hacer” del “actuar”, mismo imperativo que nos trajo hasta este desastre, como algunas mentes lúcidas ya vienen advirtiendo hace tiempo.
Algo anda mal con la pandemia, algo no encaja: si realmente estuviéramos frente a la amenaza del fin del mundo dejaríamos ya mismo los teclados y las pantallas para VIVIR. Para ver si, y cómo, vamos a vivir. Si permanecemos, más que nunca, en la alienación maníaca del producir, si más que nunca nos sentimos compelidos a no dejar de hacer, en una histeria colectiva, autodestructiva, a responder a la exigencia del sistema, a convertirnos en hámsteres en la rueda de su mecanismo, es porque sabemos, aunque no sepamos que lo sabemos (misma mente lúcida que dijo que por favor dejemos de actuar) que la pandemia no es más que la fase final del un plan sistemático de idiotización e impotentización del hombre.
No digo que el virus no exista, existe como todo lo que existe en el discurso, y mata como cualquier otro significante. Pero eso no es LO que está sucediendo. Habría tantas otras miles de formas de lidiar con ello, si de ello se tratara. Lo que está sucediendo es la culminación de un plan orquestado por el capitalismo para evitar, o, mejor dicho, postergar lo inevitable, es decir, que el germen de su propia destrucción termine, finalmente, por destruirlo. La pandemia, en tanto suceso cuidadosamente orquestado, es la demostración del éxito rotundo del capitalismo para sostenerse, para conservarse un poco más, para ocasionar más y mayor y peor daño a la humanidad. Y nosotros, en completo estado de inconciencia, un estado al que la virtualidad, la tecnología, los medios de comunicación y las redes sociales nos han llevado paulatinamente y definitivamente, hasta considerarlo nuestro estado de naturaleza, el único posible, respondemos al plan sin ninguna resistencia ni cuestionamiento. Porque hay que responder. La falta de presencia y de contacto y de cuerpo garantiza la operación. ¿Quién nos mira? ¿Quién nos controla? ¿Quién nos disciplina? Nadie en particular, es decir, el gran Otro. Por eso hay que seguir, hay que seguir. Hay que responder el mail ya, hay que responder el Whatsapp ya, hay que producir, hay que enseñar, hay que trabajar, hay que hacer arte, como sea, hay que hacer cultura, como sea, es decir, MAL. Tal como lo veníamos haciendo, MAL. Hay que sostenerlo como sea, porque parar sería la oportunidad de finalmente reconocer, hacernos cargo, tomar conciencia, tomar cartas en el asunto, de que lo veníamos haciendo MAL. Y de que por eso estamos aquí.
La pandemia nos dice, “si lo hacías mal, pues hazlo peor, pero no dejes de hacerlo”. Y nosotros respondemos servilmente, prostitutos de un sistema que además de explotarnos nos ridiculiza y nos vuelve indignos. El trabajo en este contexto, y sobre todo el trabajo cultural, es decir aquel que tendría alguna chance de sustraerse a la lógica del capital, está siendo revolcado, humillado, denigrado, CON NUESTRO CONSENTIMIENTO. Incluso con nuestra bendición. ¡Celebramos el seguir produciendo cultura! ¡Como si realmente lo que estamos produciendo fuera cultura! ¡Como si realmente lo que veníamos produciendo hubiera sido cultura! Si estamos en esta situación es porque no pudimos generarnos, los artistas y los intelectuales, ni el ámbito de la educación, digo, no pudimos generarnos mejores condiciones de supervivencia, revelación, rebeldía, revolución ante el sistema. Hemos fracasado. Esta pandemia es la confirmación de que hemos fracasado. ¡Ahora a los botes! No hay nada más que hacer acá o así. Deberíamos ya mismo aceptarlo y lidiar con eso. Pero no, negadores y soberbios como el capitalismo nos ha enseñado a ser, bajo la bandera del libre pensamiento y la pluralidad de voces, negadores, soberbios, esclavos de la IMAGEN que nos damos de nosotros mismos y creemos dar a los demás, esclavos de nuestra IMAGEN EN LA RED, en la vidriera de la cultura, en lugar de aceptar que hemos sido derrotados, nos enorgullecemos de seguir trabajando para el sostenimiento de un sistemas que nos ha separado de nosotros mismos y nuestro propósito, justo en la medida en que nos ha convencido que existe un “nosotros mismos” y un “nuestro propósito” a través del culto de la imagen. Y ya no de la imagen canónica o bella o estandarizada (¡no lo vimos venir!) porque de eso también nos quejamos y nuestras quejas han sido atendidas (¡quiero ser gordo! ¡quiero ser feo! ¡Quiero ser mujer! ¡Quiero ser freak! ¡Quiero ser especial! ¡Quiero ser homosexual!) y el capital nos responde “por supuesto hijos míos, pueden ser lo que quieran ser, en tanto sigan aferrándose a vuestras imágenes, en tanto consuman, en tanto perpetúen el funcionamiento de mi mecanismo”. Y entonces fuimos todas esas cosas y otras, y nos creímos libres, y terminamos confinados en nuestras casas, al día 53 o algo así de la cuarentena, haciendo nada más que trabajar. Porque, lamento la noticia si es que lo es, pero producir arte, cultura y educación en estas condiciones; y consumir arte, cultura y educación, en estas condiciones también es trabajar, trabajar para la perpetuación del capital.
Subimos a las redes nuestras pocas pobres obras, compartimos videos, charlas, reflexiones, nos felicitamos entre nosotros, celebramos esos fragmentos inconexos ¿de qué revolución? Todo lo que compartimos en las redes son ruinas, son evidencias de la falta de novedad, de la falta de plan de contraataque, más aún, de la absoluta inconciencia respecto de estar siendo víctimas de un ataque, ¡nos están atacando compañeros! ¿Por qué compartir el largo o cortometraje, aquel programa, aquel texto, aquel recital de aquellos tiempos en estas circunstancias? ¿Por qué compartir poesía, teatro, o lo que sea que hicimos o hagamos, por qué recuperar o reproducir aquella gloria pasada para Facebook ahora? Porque en este contexto todo es viejo, todo es nada. ¿Por qué liberar películas y obras de teatro que no podían verse justo ahora? ¿Para qué? ¿Qué favor es ese a la cultura? ¿Qué alivio, qué placer sustitutivo encontramos en esto? Deberíamos estar pensando, o al menos lamentándonos profundamente, dolorosamente, de esta situación, en lugar de conformarnos, distraernos, solazarnos en lo poquito y muy poco significativo que hemos producido en tanto colectivo. ¿Comprendemos que si nuestra cultura no estuviera en decadencia hace tiempo no estaríamos aquí, así? ¿Lo comprendemos? Y no se trata de cada quien, por favor, no pretendo ofender o subestimar a tan inteligentes y talentosos pares y maestros, es decir, cada quién ha producido maravillas milagrosas que se agradecen, que en otras circunstancias deben ser reconocidas y celebradas como tales, pero ¿ahora?, de verdad ¿ahora?! ¿para qué? Es muy probable que “ahora” porque es la única forma de permanecer en las sombras, en la ceguera de no reconocer que hemos sido violados por el sistema y ahora secuestrados, y que encima estamos optimistas y contentos, reproduciendo el gesto de ridiculización e impotentización de nuestra propia inteligencia y nuestro propio talento y nuestra propia capacidad. ¡Pero no insistamos! ¡Es tarde! ¿Por qué? Porque el virus llegó hace rato, y nos volvió ególatras, incluso a los mejores de los nuestros, nos volvió serviles a la imagen, niños enredados en el registro del imaginario, y por lo mismo, indefensos y manipulables. Inconexos. Somos los fetiches del capital.
Por eso, hay que volver al cuerpo, retirarse en el cuerpo, resistir en el cuerpo y tal vez desde allí… Hacer del cuerpo una “máquina de vidas”, producir en el cuerpo las vidas que el capital se roba, en otro nivel, en el que ya no pueda sustraerlas. En el cuerpo una legión de vidas dignas. Un cuerpo-salvaguarda. Porque se hunde, todo se hunde, y estamos colaborando enérgicamente con ese hundiendo. ¡Tratando de salvar la imagen! Por favor, que al menos quede un cuerpo en el que re engendrarse. Revolucionario.