Paquita Salas: fracasar y volver a intentarlo
Por Malena Vazquez
Hay series que son diferentes a lo que usualmente vende el mundo del entretenimiento. Una de esas es Paquita Salas, de los directores Javier Ambrossi y Javier Calvo. Se encuentra en Netflix, y es extraño cómo no fue más comentada, al menos en Argentina, porque en España logró ser una de las preferidas en la plataforma cuando estrenó su última temporada, a mediados del año pasado.
¿Por qué es un buen momento para involucrarse en esta historia? Sencillamente porque es vital contar con ficciones reparadoras. Vivimos una etapa a nivel mundial en la cual la incertidumbre rodea todo, y resulta difícil poder vislumbrar qué acontecerá en el futuro. Nadie imaginaba que una pandemia detendría la marcha voraz del mundo, miles de proyectos quedaron suspendidos en el aire a la espera de que todo vuelva a comenzar. La vida de Paquita Salas es una sucesión de desaciertos que resultan cómicos, pero no por eso menos realistas. En circunstancias como la actual, resulta reconfortante encontrar relatos que nos recuerden que siempre se puede volver a empezar.
Paquita Salas resulta atrapante, pero hay que pasar el primer capítulo. Esto no quiere decir que sea malo o aburrido, sino que es distinto a lo acostumbrado, sobre todo si no se consume habitualmente televisión española. Puede suceder que los diálogos rápidos y los chistes más locales se pierdan. Hay que dejar que la Paca desarrolle su historia, para ir internándose en ella. Pasada esa primer instancia, la trama va volando, y las tres temporadas de 16 capítulos adquieren más velocidad.
La Paca es una manager desfasada en el tiempo. Parte de su alma y su estilo se quedó anclado en los años 90, cuando su carrera alcanzaba -casi- la gloria. Quien mira la serie se encuentra con una mujer que trata de remarla constantemente, por lo cual es fácil empatizar con ella. ¿Acaso no es la lucha parte de la vida? Ese es el centro de su relato: ser una superviviente. Lo hace como puede y con lo que puede, incluso con ella misma a cuestas. A veces parece inconcebible que se equivoque tanto, sobre todo porque sus acciones involucran las carreras de sus representadas. Al verla se cae en la cuenta de que es la peor y la mejor representante, algo que ocurre en simultáneo. Por un lado, es una mujer que frente a las humillaciones y el desprecio, se planta con una rígida dignidad. Pero, por el otro, es alguien que se está guardando sola grandes cuotas de dolor.
Las otras mujeres que forman parte de su historia son su asistente Maüi, quien nunca sucumbe ante la presión; Mariona Terés, una actriz discriminada por no cumplir con las expectativas de un cuerpo hegemónico para la industria; también la más antigua de las representadas de la Paca, la actriz lesbiana Lidia San José. Hay un capítulo especialmente conmovedor sobre el comienzo de su carrera, en el cual se muestra el pasaje de la niñez a la adultez con el que cualquiera puede identificarse.
Otras dos voces inolvidables son las de Noemí Argüelles y Belén de Luca. La primera es todo lo que está mal en una persona, pero para quien mira la serie es todo lo que está bien, porque es una fuente de risa inagotable. Mientras que la narrativa de Belén comienza siendo el típico cuento de la actriz que debe barajar su rutina entre el trabajo y los castings, sin que sus sueños se cumplan, hasta que aparece su hada madrina, en este caso, Paquita.
Otro de los puntos más gratificantes de esta serie es cómo fue incluida la temática LGBTIQA+. La pareja de directores buscó que fuera parte de la trama, sin que fuera un momento cargado de angustia para las y los personajes, sino con la naturalidad que demanda la coyuntura. Una actriz que explora su sexualidad y se descubre lesbiana, o una niña trans del pueblo de Navarrete que no se cansa de decirle a quien quiera oírla que su nombre es Sonia. Sin dudas, es memorable la escena en la que una actriz trans hace reflexionar a Paquita acerca de las vivencias del colectivo: “¿Por qué una actriz cishetera tiene que representar un personaje trans?”. Y le recalca que, hasta que ella y sus compañeras no tengan acceso a trabajar, no dejarán de reclamarlo.
Este grupo de mujeres enfrenta un sin fin de adversidades y luchan por salir del propio pozo que se cavaron. Aunque la vida les duela y carguen con su dignidad a cuestas, no se cansan de reinventarse. Buscan aprender de sus errores, o al menos eso intentan. Cuando todo parece perdido, se dan cuenta de que todavía se tienen a ellas mismas. Es posible empatizar con cualquiera de ellas porque los sucesos que enfrentan no son tan extraordinarios; son desopilantes y hacen que se escapen unas cuantas risas, pero son cotidianos y creíbles.
En el presente, estos mensajes son imprescindibles: saber que está bien sentirse perdido. Y volver a intentarlo.