No bombardeen Buenos Aires: a 65 años de la “Masacre de Plaza de Mayo”
Por Martín Rosende
El 16 de junio de 1955 una escuadra de aviones de la Armada junto a un sector de la Fuerza Aérea bombardearon y ametrallaron Casa de Gobierno y Plaza de Mayo con el objetivo de asesinar al presidente constitucional Juan Domingo Perón y acabar con su gobierno. Paralelamente, comandos civiles armados integrados por nacionalistas católicos, conservadores, radicales y socialistas aguardaban expectantes para sumarse a la sedición y asaltar el palacio de gobierno. El resultado fue una verdadera masacre. En una acción criminal sin precedentes en la historia de nuestro país -para encontrar un antecedente hay que remitirse al bombardeo nazifascista sobre la ciudad vasca de Guernica-, casi diez toneladas de bombas fueron lanzadas sobre la población civil, dejando un tendal de más de trescientos muertos y cerca de un millar de heridos. Pese a que los militares y civiles golpistas no lograron su cometido, este atentado terrorista marcaría un punto de inflexión en la historia argentina, anticipando el derrocamiento del líder justicialista, que se concretaría en septiembre de ese año, inaugurando un largo período de inestabilidad política y violencia.
A 65 años de la “Masacre de Plaza de Mayo”, la Comisión de Familiares de las Víctimas del Bombardeo convocó este 16 de junio a una conmemoración virtual para visibilizar este hecho infame a menudo silenciado en los relatos históricos. La iniciativa invita a la sociedad a participar en las redes sociales subiendo imágenes de los hechos con el hashtag #a65añosdelbombardeo a partir de las 12:40 horas, momento en que se llevaron adelante los primeros ataques terroristas aquel jueves nublado de 1955. En el marco de un nuevo aniversario, suscribimos este ejercicio de memoria al tiempo que analizaremos, en las líneas que siguen, cómo ocurrió una de las peores masacres en la historia argentina y cuáles fueron sus motivaciones más profundas.
De la movilización del Corpus Christi a la lluvia de bombas
La tradicional procesión del Corpus Christi convocada por sectores conservadores y católicos para el 11 de junio de 1955, que se había transformado en una movilización en contra del gobierno, finalizó con algunos incidentes. El enfrentamiento entre Perón y la cúpula eclesiástica, motivado entre otras cosas por la ley de divorcio y la supresión de la enseñanza católica en las escuelas, había llevado a un grado de tensión que se manifestaba en frecuentes escaramuzas entre simpatizantes de un sector y otro. Aquella convocatoria no sería la excepción. Manifestantes antiperonistas dañarían las placas emplazadas en memoria de Evita, mientras que los simpatizantes peronistas harían lo propio con algunos símbolos eclesiásticos. A su vez, una bandera argentina sería quemada en la procesión y reemplazada por el estandarte del Vaticano en el mástil del Congreso1.
Con el pretexto de realizar “un desfile aéreo de desagravio a la bandera nacional y en memoria del Gral. San Martín” por los destrozos que se habían producido en la Catedral donde descansan sus restos, los aviones de la Marina de Guerra sobrevolarían el templo religioso el 16 de junio aunque no precisamente para manifestar su adhesión al presidente. Perón, alertado por el General Franklin Lucero de la conspiración que se urdía en su contra, se dirigió al Ministerio de Guerra mientras organizaba a las tropas leales del Ejército que enfrentarían el ataque golpista de la Aviación Naval.
El atentado estaba programado para las 10 am. Sin embargo, la nubosidad sobre el cielo de Buenos Aires impedía la visibilidad y el accionar de los aviones que debían partir desde las bases navales de Punta Indio y Morón. Finalmente, a las 12:40, tuvo lugar el primer bombardeo. Bajo las órdenes del contraalmirante Bassi, una escuadra de aviones de la Marina hizo su primera descarga de bombas sobre Casa de Gobierno y Plaza de Mayo, acompañada por ráfagas de ametralladoras. Una de las primeras bombas impactó sobre un trolebús repleto de escolares, ocasionando la muerte de decenas de niños y niñas. Los aviones llevaban escrito en su fuselaje la leyenda “Cristo Vence”, simbolizada por una cruz sobre una letra V (luego, esa leyenda será resignifcada por la Resistencia Peronista, convirtiendo la cruz en una letra P e inaugurando el lema “Perón Vuelve”).
Ante el primer bombardeo, el Secretario Adjunto de la CGT, Héctor Di Pietro, convocó por cadena nacional, pese a la negativa de Perón, a los trabajadores que se encontraban en Capital Federal y el Gran Buenos Aires a una concentración en la sede gremial en apoyo al presidente. Desde ese momento, miles de trabajadores, muchos de ellos munidos de armas improvisadas con herramientas y palos, se dirigieron al centro de la ciudad a dar “la vida por Perón”. Sin embargo, un nuevo y más contundente ataque ocurriría luego de las 15 hs. En el segundo bombardeo, al que se sumaron los aviones caza Gloster Meteor de la Fuerza Aérea, cayeron varias toneladas de bombas y fueron ametrallados objetivos tan disímiles como la sede de la central sindical, el Departamento Central de Policía, el Edificio de Obras Públicas, la Fundación Eva Perón y la residencia presidencial, ubicada por aquel entonces en el Palacio Unzué, donde hoy funciona la Biblioteca Nacional. Por otra parte, un comando civil lanzó una falsa proclama desde las instalaciones de Radio Mitre, asegurando que “el tirano” -Perón- había muerto.
Mientras las tropas leales del Ejército al mando de Lucero iban recuperando de a poco el control sobre los focos insurreccionales y la sede de gobierno, una multitud enardecida de obreros se dirigió al Ministerio de Marina con el objetivo de linchar a los líderes de la sedición. Frente a esta amenaza y habiéndose consumado el fracaso de las operaciones terrestres, los contralmirantes Aníbal Olivieri y Samuel Toranzo Calderón negociaron la rendición con el General leal Juan José Valle, en tanto que Benjamín Gargiulo, el tercer líder de la sublevación, optaría por el suicidio. Por su parte, los pilotos rebeldes y algunos civiles complotados volaron hacia Uruguay en busca de asilo político.
Antes de las 18 hs, el presidente Perón anunciaba por cadena nacional que los rebeldes se habían rendido y que serían juzgados, aunque también exhortaba a la población a serenarse y evitar hechos de violencia que los identificaran con la “infamia” golpista. Sin embargo, en la noche del 16 de junio militantes peronistas incendiaron la Curia Metropolitana y otra decena de iglesias en represalia por la clara connivencia entre la cúpula eclesiástica y los conspiradores. Frente a esta situación, Perón decretó el Estado de Sitio aunque pronto optó por la pacificación y la reconciliación. Únicamente Toranzo Calderón sería juzgado y sentenciado a cadena perpetua, mientras que el resto de los sediciosos sólo serían desplazados de las fuerzas para ser reincorporados por la autodenominada “Revolución Libertadora”, luego del derrocamiento de Perón en septiembre de 1955.
¿Cuál fue el verdadero objetivo de los bombardeos? La posibilidad de concretar el magnicidio podría haber prescindido de llevar a cabo una masacre de semejantes dimensiones sobre civiles indefensos. ¿Por qué los conspiradores optaron por una operación tan espectacular habiendo podido elaborar un plan más sutil que eliminara a Perón de todos modos? ¿Por qué, si el plan era matar a Perón, menos del tercio de un total de más de cien bombas impactó contra la Casa Rosada? La respuesta quizás sea que este atentado terrorista no buscaba solamente asesinar a Perón sino, sobre todo, doblegarlo en su fortaleza de mando y quebrar la potencial resistencia de gran parte de la población frente al derrocamiento de su líder. En definitiva, su objetivo era instaurar el terror en la población civil y sobre todo entre los trabajadores, obturando su capacidad de resistencia y concretando la revancha de clase que se consumará tres meses más tarde, cuando el golpe de Estado de la “Libertadora” asuma un nuevo gobierno de facto.