Cultura travesti: estrategias de supervivencia, por Sofía Victoria Díaz
Por Sofía Victoria Díaz*
Soy travesti. Nací en Charadai, Chaco. Agua Clara en Mocoi
Siempre sentí ser travesti. Recuerdo mi primera decepción infantil fue con el delantal del jardín de infantes, no hubo rosado hubo azul. En ese tiempo, y en ese pueblo fantasma, mis primeras estrategias de supervivencia a la heteronorma fueron subir el short lo más alto posible para simular tener pollera como las niñas del jardín, guardapolvo azul, pero pollera al fin. También me las ingenié con los juegos y juguetes, recuerdo que la maestra me corría del área rosada donde jugaban las niñas y donde yo también debería haber jugado. Me sentaba furiosa en el piso y me ponía adelante un camioncito para que jugara, no lo hacía porque no sentía. Mi estrategia fue fingir y esperar a que sea el recreo para salir al patio, simulaba salir y me volvía al aula. Sí, ese era mi momento de gloria y tenía todo el castillo rosado para mí sola pero siempre a escondidas. Desde niña el patriarcado me obligó y destinó a la clandestinidad, más tarde rompería con todo eso.
A los 15 años me mudé junto a mis primos a la ciudad de Resistencia para terminar la secundaria en el colegio nacional. Migrantes desde siempre las travestis resistimos. A esa edad buscaba sentir que no era la única, y de algún modo, necesitaba encontrar algún alivio después de la destrucción de mi inocencia sexual por parte de bastardos. Sabía lo que era ser travesti y veía el lugar que le asignaba la sociedad. Ahí no quería estar, pero quería ser. El bullying en la secundaria no me detuvo para concluir mis estudios. Resistí y desarrollé estrategias aún dentro del closet. Mis plumas eran obvias, pero no eran asumidas por miedo, por supervivencia y por estrategia.
Mi primer contacto con la universidad fue en 1993. En Corrientes, cursé la carrera de Bioquímica en la Facultad de Ciencias Exactas y fue por mandato social. Mi idea era trabajar en petroleras y en investigaciones de ese tipo, pero eso no me hacía feliz. Después de dos años abandoné todo.
En ese tiempo había conocido a mis primeros amigos gays y juntos marcamos presencia en la escena underground de Resistencia. No era común ver maricas en el ámbito público y de esparcimiento, pero ahí estábamos Leandro, César, Griselda y yo. En Los Chanchos, icónico bar de los noventa, fue mi primera presentación pública como artista drag queen. En ese desfile salí a la pasarela con toda la furia de las supermodelos de esa época. En 1995 se inauguró el bar Secret, con mis amigxs nos encargamos de la decoración y de las relaciones públicas. Fue un gran suceso, era lo más de la época y era LGTBIQ. En junio de ese año, la policía irrumpió en el bar a los golpes, con armas en las manos como si se tratara de una redada en la casa de Scarface. El bar estaba repleto de chetos y maricas. Nos golpearon y nos pusieron contra la pared mientras tiraban pastillas y porros mal armados en el piso. Yo estaba montadísima con una parca negra de vinilo, peinado años sesenta y con zapatos de plataformas altísimos porque era la host del cumpleaños que había esa noche, estaba aterrada. Esa noche el Estado violó todos los derechos humanos de todas las personas que estábamos presentes, nos humillaron, nos golpearon, nos insultaron y se burlaron de nosotrxs. Nos preguntaron si no teníamos vergüenza y Nicole, muy segura y sin peluca, les dijo NO. Lxs chetos zafaron, pero a las maricas no les fue fácil zafar. Esa noche no me llevaron presa gracias a la intervención de los abogados defensores en Derechos Humanos que estaban presentes en la fiesta de cumpleaños. El Estado fue responsable por esa violación a mi dignidad como persona y quiero hoy, que el Estado lo repare.
Ese mismo año me fui a vivir a Buenos Aires y tenía veinte años. Fui carne de cañón del patriarcado y del neoliberalismo menemista. De la mentira del 1 a 1 no viví nada porque me morí de hambre, dormí en una plaza, pasé frío y tuve desalojos, pero fui feliz. Perseguí un sueño, el de ser artista drag, el de vivir de noche, entre bambalinas y escenarios, con expenders y vinilos, entre el Morocco, El Dorado y el Buenos Aires News, pasando por Ave Porco y El Panteón. Lo mejor fue Clubland en Pachá bailando como loca con el mejor, Hernán Cattaneo. Lo peor fueron los edictos policiales, y las corridas en la calle, de una pista a la otra, para no ser cazadas como bestias. A las discotecas hetero cis entrábamos como reinas pero las travestis no podían entrar. Para la yuta no había diferencias y nos llevaban a todas presas por igual porque para ellos éramos varones vestidos de mujer. Ser artista drag fue otra estrategia de supervivencia. El arte confería inmunidad.
Hacia el 2000 vuelvo a vivir a Resistencia. Siendo travesti y frustrada por la falta de oportunidades me vinculo con la esfera de lo político. Un amigo a quien le cortaba el pelo, me comentó que se reunían un día a la semana junto a otrxs maricxs para charlar sobre derechos y pensaban conformar algún tipo de asociación civil. Fui a la reunión y en su mayoría eran varones gays, alguna lesbiana, Ursula Sabarece y yo, las travestis. En ese tiempo no había jurisprudencia para conformar una organización de Disidencia Sexual por lo tanto tuvimos varios inconvenientes para llevar adelante el proyecto. Sin embargo, logramos constituir la asociación civil Convivir y dentro de esta se formó la CHOCHA (Comunidad Homosexual Chaqueña) y fue la primer “orga” que trabajó por y para la población LGTBI+. Tiempo después me desvinculé, porque al igual que en el pasado, el patriarcado marica hacía de las suyas, en el sentido de que todo giraba en torno a la identidad gay y no había espacio para el desarrollo de la identidad travesti.
Siempre me movió el deseo y mis ansias de superación personal. Luego de una pérdida familiar quedé deshecha y sin un norte. Sabía que, hasta ese momento, sólo sobrevivía sin un plan de vida porque no hasta hace mucho tiempo las travestis no nos pensábamos como sujetas de derechos ni nacidas libres e iguales en dignidad.
Una noche después de una función, mi compañero de elenco menciona algo de una nueva carrera en artes que se abría en una universidad pública el año entrante. Vuelvo a casa rapidísimo y con mucha intriga de saber. Recuerdo sentarme en la computadora para googlear y ahí estaba la licenciatura en Artes Combinadas que era todo lo que busqué durante años en una sola carrera. Me inscribí, fue un desafío después de años de opresión y abandono, pero estaba dispuesta a todo. Me recibí de Licenciada en Artes Combinadas en 2018. Soy la primera persona travesti egresada en sesenta años de universidad pública en el nordeste, lo cual nos invita a reflexionar como sociedad sobre la falta de travestis en las aulas, la falta de travestis frente al alumnado, la falta de travestis en las currículas, la falta de travestis en la educación en general.
Mi tesina de grado lleva el título de Autoetnografía Trans: el cuerpo performático como manifiesto contrasexual en los espacios públicos de Resistencia, Chaco (2014-2016) y es una indagación sobre los alcances políticos de la performance como práctica artística y social desde una mirada travesti. El tema surgió porque cuando cursaba la carrera no se pensaba el arte con perspectiva travesti ni tampoco había teoría travesti. Soy consciente de que la lucha es cultural y que los espacios se conquistan al igual que los derechos. Las travestis somos el nuevo paradigma del género del nuevo milenio y venimos a transformarlo todo. Venimos a transformar esos espacios que se nos fueron negados, transformar esos vínculos que fueron vedados, transformar ese amor que tanto buscamos y se nos fue negado. Esta es nuestra estrategia de supervivencia.
La salida es transfeminista. Es en alianza con lxs otrxs negadxs, con lxs otrxs desplazadxs, con lxs otrxs odiadxs. Sabemos que el amor finalmente vence al odio, que no hay mayor virtud humana que dar la vida por le otre y que así construimos redes empáticas, redes transfeministas, redes humanas, redes que más temprano que tarde “salvarán al mundo” de esta pandemia por falta de amor.
Soy humana, soy Sofía Díaz.
*Esta nota contiene lenguaje inclusivo por decisión de la autora.