De acá a la China: el día después de la pandemia, según tres especialistas
Por Santiago Liaudat* | Foto: Paula Conti
La revista Ciencia, Tecnología y Política, de la Universidad de La Plata, entrevistó a Ana Esther Ceceña, coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México y presidenta de la Agencia Latinoamericana de Información; a Jin Xiaowen, doctor en Política Internacional por la Universidad de Beijing e investigador de la Academia Nacional de Desarrollo y Estrategia de la Universidad Renmin de la República Popular China; y a Mario Róvere, médico sanitarista, quien fue Consultor Regional de la Organización Panamericana de la Salud y Viceministro de Salud de la Nación Argentina y es actualmente director provincial de Gestión del Conocimiento en el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires.
P: ¿Cuáles creen que serán las principales consecuencias que la pandemia generada por el coronavirus tendrá sobre el escenario internacional?
Róvere: La pregunta supone comprender la naturaleza de ese escenario internacional que comenzó fundamentalmente después de la Segunda Guerra Mundial. Bajo el impacto emocional de la guerra se enarboló una idea que hoy llamaríamos de “gobernanza mundial” mediante el sistema de las Naciones Unidas. Pero hace varias décadas emergieron progresivamente grandes actores económicos con un enorme poder, que acumularon riquezas mayores al PBI de países enteros, que se saltaron los controles estatales mediante paraísos fiscales y que han tratado de construir una especie de gobernanza del mercado o gobierno de los agentes económicos internacionales. Esto fue la globalización: ¡el Foro de Davos se volvió más importante que la Asamblea General de la Naciones Unidas! Esa es la estructura del mundo que heredamos antes del coronavirus y creo que va a quedar un poco trastocado ese orden. Muy poco antes del COVID-19 ya se hablaba de una nueva guerra fría comercial entre Estados Unidos y China, con lo cual pienso que el escenario internacional definitivamente se va a modificar. Además, el fracaso en el control de la epidemia de cinco potencias consolidadas, como son Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y España, va a producir una marca en las relaciones internacionales. ¡Han dejado la epidemia librada a su suerte con números que son apabullantes! Al día de hoy estos cinco países contabilizan el 75% de las muertes globales producidas por el coronavirus.1 En fin, desde mi punto de vista, es muy probable que Estados Unidos pierda el liderazgo mundial como consecuencia de esta crisis y su forma de manejarla. El mismísimo Henry Kissinger publicó algo en ese sentido. Y esto genera una gran preocupación. Se trata de una enorme potencia científica y económica que cae pero sigue siendo la principal potencia nuclear y militar. De ahí la inquietud que generan las versiones que lanza Estados Unidos tratando de inculpar a China de la pandemia. La posibilidad de que Estados Unidos busque represalias es el escenario más temido.
Jin: Por mi parte, creo que habrá dos tendencias políticas después de la propagación del COVID-19 en el mundo. En primer lugar, la intensificación del "nacionalismo" en los países occidentales. Antes del brote del COVID-19, algunos países occidentales ya adoptaron una política económica proteccionista y una estricta política de inmigración. Se estaba formando el llamado fenómeno de la contra-globalización. Durante la pandemia, debido a la escasez de los insumos médicos, muchos países occidentales han luchado entre sí por los limitados recursos, ignorando las reglas del mercado y las normas internacionales. Por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos ordenó a la empresa 3M que no exportara su equipo médico a Canadá y a los países de Latinoamérica. Alemania también incautó, hace algunas semanas, suministros médicos que se dirigían a Suiza. Ante la crisis, los países occidentales se focalizaron en resolver los problemas internos en lugar de unirse y trabajar juntos. Obviamente, esto perjudicará la globalización y fortalecerá el nacionalismo. En segundo lugar, el aumento del "populismo" en los países en desarrollo. El fenómeno del populismo siempre persiste en los países en desarrollo, especialmente en Latinoamérica, debido a la desigualdad existente en el continente. Durante la pandemia, la desigualdad se vuelve más evidente en los países en desarrollo. Por un lado, debido a la limitación mundial de los recursos médicos, resulta más difícil para estos países conseguirlos. Por otra parte, los ricos de esos países tienen más acceso a los recursos médicos y pueden realizarse la prueba y comenzar el tratamiento una vez que se sienten enfermos. Por el contrario, los pobres quedan sin ayuda. La situación actual que se da en Guayaquil, Ecuador, es justamente una muestro de esto. Este tipo de desigualdad, tanto a nivel nacional como mundial, provocará, inevitablemente, la insatisfacción por parte de los ciudadanos con las instituciones, lo cual llevará al aumento del populismo de izquierda. Influenciadas por el debilitamiento de la economía mundial, las tendencias de nacionalismo y populismo pueden volverse más fuertes que antes, lo que dará lugar a más inestabilidad política en el mundo.
Ceceña: El virus aparece en un contexto ya muy deteriorado. La catástrofe ecológica general en la que se encuentra el mundo está marcando límites y alerta por muchos lados: el nivel de daño que causan los huracanes o tsunamis ha aumentado notablemente con la devastación forestal o marina; las dinámicas de inundación y sequía causadas por la desertificación; la extinción acelerada de especies; el llamado cambio climático; la desaparición de polinizadores y los desequilibrios que llevan a la aparición de plagas, entre otros. Otros modos de leer la realidad ponen de relieve la situación extrema en la que se encuentran las sociedades y las poblaciones precarizadas al punto de generar crecientes flujos de nómadas permanentes que ya carecen de lugares de origen y destino: nacen en el camino donde también van a morir. La riqueza del planeta no basta para sustentarlos; les es ajena y se usa para saciar hasta el desperdicio a otras partes de la sociedad. Así también los hacinados con arraigos precarios, insalubres e insuficientes que van extendiéndose en el mundo urbano en el que tienen cabida sólo como marginales o sobrantes. Evidentemente, son estas poblaciones las que se encuentran en las peores condiciones para hacer frente a una epidemia como la del COVID-19, de manera que el efecto tendrá alguna similitud con las limpiezas sociales: los viejos (demasiado costosos dados sus niveles de improductividad) y los pobres (muchos de ellos previamente enfermos de diabetes u obesidad causadas por una alimentación deficiente). Las últimas décadas (neoliberales) han sido particularmente insidiosas. El mercado alcanzó por primera vez niveles planetarios pero, simultáneamente, se empezó a encoger en términos de estratos. El consumo masivo que garantizó el desarrollo del fordismo pasó a un consumo focalizado, diversificado y excluyente, en gran medida debido a una combinación de prácticas laborales que hicieron descender los salarios, propiciaron el aumento del trabajo precario e informal y cancelaron los programas sociales y prestaciones. Sobre ese trasfondo, en el terreno de la competencia internacional es difícil prever qué sucederá dada la incertidumbre de estos momentos. Pero todo indica que China aprovecha la circunstancia para avanzar en la compra de empresas, acciones o metales y en compromisos de apoyo que, a la salida de la pandemia, les dejarán mucho mejor posicionados geopolíticamente. Al mismo tiempo, han hecho amplio uso de biopolíticas y mecanismos de vigilancia, bajo una impronta marcadamente autoritaria, que al parecer están dando resultados en el control de la epidemia dentro de sus fronteras, lo que los coloca en condiciones de relanzamiento económico más rápido que a la mayoría de los otros países. Las estimaciones de crecimiento colocan a China por encima de todos los demás y más aventajado para el reinicio de la carrera competitiva. Habría que estudiar con detenimiento la situación crítica en la que se encuentra Estados Unidos, aunque sus grandes firmas no han dejado de beneficiarse y aprovechar el momento para acrecentar tanto sus ganancias como su posición de poder.
P: ¿Qué pueden decirnos sobre los efectos en sus países o regiones?
Róvere: En América Latina tuvimos un tiempo de ventaja para prepararnos frente al COVID-19. Quienes nos dedicamos a la epidemiología estábamos preocupados desde diciembre de 2019 con el brote de esta enfermedad. Lo mismo ocurre con todas las enfermedades de carácter potencialmente pandémico, como el ébola, el SARS, el MERS, el H1N1, entre otras. Nos obligan a tomar medidas muy precoces. En ese marco China parecía el país más lejano para que una amenaza surgiera y evaluábamos la situación a la distancia. Pero cuando el gobierno chino comienza la cuarentena más importante en la historia de la humanidad, poniendo 45 millones de personas en aislamiento absoluto, a partir de ahí no tuvimos la menor duda que esta enfermedad iba a llegar a nuestra región. En ese sentido, y si tomamos en cuenta que hace poco más de un mes que el coronavirus llega a América Latina, es evidente que la Argentina tomó precozmente medidas que explican los buenos resultados hasta la fecha. La confrontación con otros países latinoamericanos permite ponderar mejor esos resultados. El contraste más obvio es entre Argentina y Brasil, Ecuador o México. El caso de Brasil es el más extremo, con el presidente Jair Bolsonaro exponiendo una especie de teoría de la manada, donde es mejor que se infecten todos de una vez, que viva el que viva y que muera el que tiene que morir. Se trata de un criterio parecido al que adoptó Donald Trump en los Estados Unidos. Y ha hecho que Brasil en tiempo record pasara desde el puesto cincuenta al lugar número once en el número de casos y al puesto nueve en el número de fallecidos en el mundo. En el caso de Ecuador el sistema de salud también venía deteriorándose rápidamente en la gestión de Lenin Moreno, que había hecho una vuelta de campana en un sistema de salud bastante firme que se había organizado en el país. El triste espectáculo de los cadáveres en las calles de Guayaquil dio la vuelta al mundo como ejemplo de una pandemia que arrasa la capacidad de los servicios de salud. En el caso de México, que Argentina vio desde el inicio como socio para armar un bloque regional, sorprendió por la falta de iniciativa del gobierno. Y la consecuencia de eso es que México en este momento es el segundo país con mayor cantidad de fallecidos en América Latina. Me parece que este cuadro regional da una imagen de la curva de contagios y muertes extremadamente benéfica que ha logrado la Argentina comparada con países que no han tomado las medidas oportunas en su momento. Como se ha venido informando, el resultado no es no tener más casos, sino “domar” la curva. O sea, mantenerla como estamos en este momento donde duplica el número de casos cada ocho o diez días, mientras que Brasil lo hace cada dos días. En cuanto a los efectos sobre el país, la Argentina está teniendo un costo económico y social muy alto. El gobierno nacional ha sabido comunicar adecuadamente los beneficios sanitarios de lo que, por otro lado, es un sacrificio para la economía. Y se instaló desde el inicio una tensión entre mercado y derecho a la salud. Por otro lado, el COVID-19 no es el único problema de salud para una sociedad. La cuarentena produce perjuicios no solo económicos sino también sociales y sanitarios. Se ve reflejado en el problema del cuidado de los ancianos, en los pacientes del campo de la salud mental, entre otros. En sectores que ya tenían dificultades previas se han agravado diversos problemas de salud. Por ejemplo, por la demora en la consulta médica ya que se tiene temor de asistir a los centros de salud. Por último, quiero destacar el enorme apoyo de la opinión pública argentina a las medidas de gobierno.
Jin: Puedo hablar de los efectos en China. Después del brote del COVID-19, China ha adoptado diferentes medidas para evitar que se propague. Luego de dos meses, China ya ha controlado la pandemia aunque los efectos de la misma serán duraderos. En primer lugar, el crecimiento económico de China se ve afectado por la pandemia. Antes del brote, se esperaba que la tasa de crecimiento de la economía fuera superior al 5,5% en 2020. Para mi país eso representa una tasa de crecimiento relativamente baja. Sin embargo, después del brote, debido a la política de bloqueo adoptada en todo el país en las primeras semanas del año nuevo chino, la producción y las actividades económicas inevitablemente se ralentizaron. Aunque China se está recuperando gradualmente de la crisis, el mundo está sufriendo la pandemia.
Como "fábrica mundial", sin los mercados internacionales, los productos no logran consumirse completamente en el ámbito nacional, cosa que también influirá en la recuperación económica. Frente a las dificultades económicas, la tasa de desempleo y la pérdida de riqueza familiar aumentarán. Algunos pequeños negocios, como los restaurantes, ya están en bancarrota. Incluso las grandes empresas están sufriendo dificultades financieras. Sin embargo, en China tenemos un dicho que dice que necesitamos transformar la crisis en una oportunidad. Frente a la crisis económica, también se genera una oportunidad para actualizar la economía de nuestro país. Por ejemplo, el comercio electrónico está creciendo rápidamente durante la pandemia. A través de Internet, la gente compra cosas, pide comida y toma clases. Hay más puestos de trabajo nuevos creados por Internet. Esta situación puede modificar, aún más, la estructura económica del país. En segundo lugar, China se está encontrando con un contexto internacional aún más negativo que antes. Antes de la pandemia, ya existían fricciones comerciales con Estados Unidos, cosa que generó mucha presión sobre el desarrollo económico. Después del brote de la pandemia en todo el mundo, Estados Unidos está atacando a China y culpándola por el brote. Algunos medios de comunicación occidentales también se suman a este tipo de críticas. Sin embargo, incluso después de un mes de bloqueo, a mediados de febrero, sólo había alrededor de mil personas afectadas en el mundo sin contabilizar los casos de China. Además, en enero, nuestro país ya había trabajado estrechamente con la Organización Mundial de la Salud e informó al mundo de la enfermedad. De hecho, son las burocracias occidentales las que deberían ser consideradas responsables por el brote en sus países. No reflexionan sobre su lentitud y sus prejuicios. Les resulta más fácil encontrar un chivo expiatorio por su mala gestión de la crisis para ganar las elecciones en sus países. Por lo tanto, en los próximos años, China siempre será objeto de críticas. En realidad, nadie culpó a Estados Unidos por el brote de H1N1. Ante la pandemia, es importante que estemos unidos y trabajemos juntos. China está prestando un servicio al mundo, estamos enviando equipamiento médico a otros países y compartiendo el tratamiento y las medidas de prevención con ellos. Mientras tanto, se está reflexionando en relación a su sistema de gestión de crisis y el gobierno tiene como objetivo fortalecer sus capacidades en materia de salud pública. La pandemia es un examen de nuestra capacidad de gobernanza. Si sólo confiamos en la culpa, nunca podremos actualizar nuestro sistema y nuestras capacidades. Si empezamos a reflexionar, tendremos mejores chances de encontrar una mejor solución al problema.
Ceceña: En América Latina la variedad de efectos y respuestas es enorme. Desde el total, irresponsable y hasta cínico abandono a la población en Ecuador, hasta políticas cuidadosas, responsables y solidarias como en Cuba, pasando por una gama en la que duelen particularmente circunstancias como la del pueblo haitiano. Algo muy importante a destacar es que no son sólo las políticas públicas y las acciones de Estado las que están tratando de enfrentar el problema, sino que la situación ha reforzado las redes de solidaridad comunitaria. No obstante, situaciones de riesgo como la que representa la pandemia, abonadas inescrupulosamente por muchos medios de comunicación y por la ignorancia, han reforzado el individualismo y la competencia generando un amplio fenómeno de pánico del que emergen los instintos más mezquinos, y que es indicador, también, de la crisis civilizatoria por la que atravesamos. El desconcierto o desarreglo social que genera la pandemia, tanto por las tendencias estructurales como por los ataques de pánico y mezquindad, despierta los afanes más autoritarios y posiciona a las fuerzas más oscuras de la sociedad. En Brasil incluso los militares asumen el poder en un extraño movimiento de sensibilización o acostumbramiento, pero con un método que ha puesto a los politólogos a discutir si es o no golpe de Estado. La dinámica autoritaria que va extendiendo su espacio geográfico y político en América Latina no llegó con el coronavirus pero tiende a reforzarse aprovechando su paraguas mientras que la población podría fragilizarse dada la precariedad de los sistemas de salud y del interés de los gobiernos por atender a los sectores de escasos recursos. Todo esto, que representa un drama social del que habrá que juntar los pedazos cuando el virus amaine el paso, no cancela el acoso que la región latinoamericana padece permanentemente por razones geopolíticas. Contradictoriamente con la priorización de la pandemia y el privilegiamiento de los mecanismos para detenerla o combatirla, a pesar del desastre sanitario que se vive en Estados Unidos, el gobierno de ese país, junto con las fuerzas del Estado, destinan recursos a un despliegue militar inusitado en la región del Caribe-Pacífico y toman medidas como las de impedir el arribo de material sanitario a Venezuela. Doble crimen. Suman la pandemia a los instrumentos de asedio y guerra contra ese país que ha resistido increíblemente cuanta medida de intervención le ha sido aplicada. Hoy América Latina enfrenta la pandemia, la generalización de regímenes autoritarios, la triste circunstancia de ser espacio de producción, trasiego e implantación de las drogas que brindan ganancias y se consumen mayoritariamente en Estados Unidos, y la condición geográfica e histórica de encontrarse en la gran isla americana soñada por Monroe y todos sus sucesores.
P: La salud constituye un derecho humano pero también un formidable negocio para empresas transnacionales y países hegemónicos. ¿Qué concepción de salud ha salido más fortalecida en el actual contexto? ¿Por qué?
Jin: Diferentes países tienen diferentes entendimientos y situaciones. En nuestro país, la salud como un derecho humano es una idea que se ha fortalecido en el contexto actual. Por un lado, durante la pandemia, todos los gastos médicos de los ciudadanos infectados por el COVID-19 son pagados por el Estado. Para curar a un ciudadano infectado, el promedio de los honorarios médicos pagados por el gobierno son unos 2.500 dólares; para algunos pacientes graves, el gobierno incluso tiene que pagar más de 160.000 dólares por persona. No importa si es pobre o rico, el paciente no tiene que pagar nada. Algunos estudiosos incluso sugieren que el gobierno podría proporcionar una cobertura médica más amplia o un sistema de salud completo y gratuito a los ciudadanos después de la pandemia. Por otro lado, aunque se informa que casi toda la medicina efectiva para pacientes graves, incluso la mayoría de los equipos avanzados como el ECMO (siglas inglesas para Oxigenación por membrana extracorpórea), son de países occidentales, China también está buscando soluciones en la medicina tradicional y en equipos de diseño propio. Además, China está desarrollando la vacuna, y tiene previsto invertir más en la industria farmacéutica y el sistema médico para mejorar su capacidad de atención médica. Por ejemplo, Shanghái ya ha publicado sus políticas pertinentes y ha aumentado sus inversiones en las áreas relacionadas. De hecho, los recursos médicos son bienes públicos. Frente a las empresas monopólicas, es responsabilidad del gobierno negociar con ellas. También es responsabilidad del gobierno mejorar su sistema médico. Sólo así el país puede alcanzar el objetivo de la salud como un derecho humano.
Ceceña: Yo quisiera destacar que la idea de integralidad que permitía equiparar salud y equilibrio se perdió con la concepción de salud impulsada por el capitalismo. No sólo es una salud institucionalizada que incide de manera desigual en sociedades heterogéneas o de clases, sino que asume un enfoque curativo en vez de preventivo. Si trato irresponsablemente mi cuerpo y me enfermo no es grave porque siempre habrá un medicamento capaz de repararlo. Pero ni siquiera es así. El COVID-19 destaca la incapacidad de un sistema de salud como éste para hacer frente a las eventualidades.
Róvere: A mí me gustaría decir algo que puede parecer una tremenda obviedad: ha quedado muy claro que la diferencia entre enfermar o no enfermar, incluso entre vivir y morir, lo está haciendo la política pública y el liderazgo del Estado. Pero hay que estar alertas porque el complejo médico industrial está a toda marcha. Las grandes empresas ven en la enfermedad una gigantesca oportunidad de negocios. Quien lograra en este minuto descubrir la terapéutica correcta o sintetizar la vacuna correcta, automáticamente pasaría a tener ganancias inimaginables. La misma feroz competencia se está dando en varios rubros vinculados a la provisión de los insumos sanitarios, que han tenido aumentos descomunales a nivel nacional e internacional. Por lo que, si bien es cierto que da la impresión que se fortalece el rol del Estado, persisten los fundamentalistas de mercado que van a seguir insistiendo en que era la economía lo que había que preservar a cualquier costo. En este último grupo se destacan, por supuesto, los presidentes de Brasil y Estados Unidos. Mientras que los líderes europeos que tuvieron esa postura inicial han ido cambiando de parecer. El caso paradigmático es el del Primer Ministro del Reino Unido, Boris Johnson, que padece personalmente la enfermedad. En ese sentido, para todos los que estamos convencidos de la centralidad del Estado, es obvio que esta es la prueba definitiva de la importancia de un sistema público de salud fuerte. Pero creer que es una batalla ganada, es un error. Vamos a seguir presenciado estas discusiones. Y seguramente, cuando pase el temor, vamos a tener un contraataque importante de parte del gran capital que no se va a entregar así nomás.
P: ¿Cómo evalúa el rol que la ciencia y la tecnología han desempeñado tanto a nivel de los Estados, del sector privado corporativo y de los organismos internacionales? ¿Ha primado la cooperación o la competencia?
Jin: No hay duda de que la ciencia y la tecnología son muy importantes en el mundo actual, especialmente durante la pandemia. No es exagerado decir que, en todas partes del mundo, la ciencia y la tecnología están abocadas a esta problemática en época de COVID-19. Por ejemplo, para identificar a los infectados, el hospital necesita tener al menos un equipo de pruebas y un tomógrafo computarizado; para curar a un paciente, el médico necesita tener una medicina eficaz; para trabajar y estudiar en casa, la gente necesita tener un acceso estable a la Internet; y para vencer al virus, también necesitamos la ciencia y la tecnología. Tanto en el sector público como en el privado, dominar la tecnología de primera clase es gradualmente una clave para el desarrollo futuro, ya que decidirá el modo de vida. Para la ciencia y la tecnología, tenemos un dicho aquí: “No hay nada que no puedas hacer, es sólo que no te lo has imaginado.” Debido a la importancia de la ciencia y la tecnología, hay tanto cooperación como competencia. Depende de cada área si lo que prevalece es la cooperación o la competencia. Por ejemplo, en el área de la salud pública, la cooperación parece prevalecer. Los científicos publican sus hallazgos en todo el mundo para ser conocidos. Sin embargo, en las áreas que se pueden traducir en poder o capital, como la tecnología 5G o la Inteligencia Artificial, la competencia prevalece. El gobierno estadounidense incluso impone sanciones a la empresa privada de tecnología china Huawei, y promueve que otros países no utilicen sus productos. De hecho, ningún país puede dominar las nuevas tecnologías en el mundo actual. Si no logramos deshacernos de esta lógica, inevitablemente habrá más competencia, lo que llevará a un mayor riesgo y disputa global.
Róvere: Lo primero a destacar es que estamos frente a un volumen de producción científica en corto tiempo sin precedentes. Una enfermedad que todavía no completa sus cuatro meses ya está por arriba de los 2.500 artículos científicos. Estos abarcan todas las dimensiones de la enfermedad, desde la contagiosidad, el origen, el salto de especies, los tratamientos, los criterios de alta, las reinfecciones, etc. Se trata de una hiper-producción científica que hace saltar todos los registros históricos de productividad científica. Con el tiempo podremos analizar mejor las implicancias de esto. Por otro lado, se ha generado un mapa de la producción científica sobre el COVID-19 con algunos países que se han esforzado más en este terreno. Notoriamente, China y Corea del Sur han hecho aportes muy significativos que permitieron preparase mejor para la pandemia a países como la Argentina. En tercer lugar, hasta ahora la iniciativa en la investigación científica y tecnológica, sin dudas, ha provenido desde los Estados. No está muy claro que el sector privado haya hecho algún aporte significativo. Han sido las agencias estatales las que han producido los materiales que están más citados y que han ido construyendo consensos mundiales sobre el coronavirus.
Pero naturalmente hay que tener presente que estamos en una época y en un sector en el que en la mayoría de los países tendió a borrarse la separación entre lo público y lo privado, tanto en la atención de los pacientes como en la producción científica. Por lo que seguramente se están dando alianzas entre agencias estatales y empresas. Es probable que no unidas por el amor, sino por el espanto. En la medida en que se obtengan resultados, estas alianzas podrán o no durar en el tiempo. En relación a los organismos internacionales, encontramos una situación canallesca en el desfinanciamiento, en este contexto, del gobierno de los Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Son instituciones creadas por los propios norteamericanos en el orden mundial que emergió de la segunda posguerra y ellos son los principales aportantes para su funcionamiento. Estados Unidos aporta un poco más del 20% del financiamiento de los organismos mundiales y casi un 50% de los panamericanos. Esta posición es histórica del ala más dura de los republicanos y el gobierno de Donald Trump ya venía retaceando el financiamiento a todo el sistema de las Naciones Unidas. La falta de mirada integral del actual gobierno norteamericano es tal que desprestigian a la OMS al mismo tiempo que estamos presenciando el escándalo más grande de la historia del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). Con sede en Atlanta, se trata de un organismo del Gobierno Federal de los Estados Unidos que sirve de referencia para todos los sistemas de vigilancia epidemiológica en América (exceptuando Cuba). El CDC está en un escándalo porque no ha cumplido los estándares de calidad de los tests de COVID-19 retrasando en casi tres semanas la detección de casos nuevos. O sea, que al mismo tiempo que el Gobierno Federal de los Estados Unidos ataca a la OMS ha quedado desguarnecido en su propio organismo interno. Y ha conducido a países de la región a buscar otras fuentes de abastecimiento para poder equiparse de kits de diagnósticos, entre otros insumos. Por último, en relación a nuestro país, la Argentina, quisiera destacar el establecimiento de un diálogo al más alto nivel entre gobierno y sistema científico-tecnológico. Tener un grupo experto apoyando las políticas públicas no es sencillo, porque las voces son muchas, a veces son coincidentes, a veces son disonantes, pero creo que es un acierto el hecho de que no solamente se está monitoreando minuto a minuto la curva y las medidas cuarentenarias, sino que se está monitoreando los criterios de seguridad, definiendo líneas de investigación y desarrollo, que empiezan a dar resultados auspiciosos. Se trata de una convergencia muy interesante entre miradas de distinto tipo de grupos científicos y tecnológicos, la mayoría de los cuales no habían estado trabajando juntos antes. Vemos interactuar grupos que van desde quien está trabajando en desarrollo veloz de equipamiento tecnológico hasta tratamientos terapéuticos, y todo eso bajo protocolos de registro, de investigación y de evaluación muy rigurosos. Se trata de una interacción inédita tanto a nivel interdisciplinario como entre gestión pública, e investigación y desarrollo.
Ceceña: Me gustaría aportar algunas reflexiones sobre las consecuencias epistémicas de la pandemia. La capacidad de un virus, una estructura microscópica, para poner en riesgo de colapso al planeta pone en cuestionamiento los fundamentos mismos de la civilización moderna, erguida sobre la pretensión de “dominar” y/o corregir a la naturaleza y ponerla al servicio de la especie humana. Si el anhelo hubiera sido conocer más a la naturaleza (que, ya de partida, con esto queda escindida de la sociedad) para adaptarse mejor a sus ciclos y dinámicas, quizá la catástrofe desatada no hubiera tenido las proporciones que hoy padecemos. Fue mucha la arrogancia descalificadora frente a culturas que se decían parte de la naturaleza: supersticiosas, atrasadas y carentes de ambiciones. La clasificación que nos lleva a identificar las hierbas malas, o los malos ejemplares de una especie, o las consideradas plagas sin un estudio de las condiciones que las convirtieron en tales, conduce a generar una espiral desequilibradora que termina por hacer de un minúsculo virus el enemigo de la humanidad. Emblemática en esta línea es la revolución verde con sus monocultivos bañados de tóxicos y, más adelante, de semillas transgénicas. El modelo Monsanto que sigue imperando y extendiéndose a pesar de haber demostrado ser altamente dañino, no sólo por los elementos tóxicos que introduce sino por el concepto de progreso que conlleva. Esta misma concepción rige en todos los terrenos. La alimentación, crecientemente artificial, ultraprocesada y adicionada en exceso de los componentes supuestamente beneficiosos se ha convertido en una solución fácil pero nociva para la salud. Muy probablemente esto ha contribuido a elevar el número de casos afectados por el coronavirus en Estados Unidos y Europa. El marco general de esta crisis, no obstante, más allá de las disputas internas del sistema pone en evidencia su insustentabilidad. Esta crisis no es equivalente a la del ‘29-‘33 del siglo pasado sino que apunta a ser mucho más seria. En ‘29-‘33 el capitalismo estaba en apertura y ascenso. Todavía no llegaba a su máximo esplendor, que ocurrió a mediados del siglo XX, y tenía condiciones de incorporar, crecer, ampliar, dar empleos (cuestión tan contradictoria) y convencer de sus virtudes. Es después de ese momento que inicia el declive civilizatorio. Una vez extendido al máximo puso la vida al límite. El sistema se encuentra tocando las fronteras del colapso y la única manera que encuentra para enfrentarlo, que no para resolverlo, es la militarización. Autoritarismo militarizado. Biopolítica militarizada. Guerra extendida de espectro completo contra la vida. La crisis del sistema, que aflora de la mano del COVID-19, es una crisis profunda y total, es una crisis de civilización: la civilización moderna capitalista.
* Liaudat, S. (2020). Tres miradas sobre la pandemia. Ciencia, tecnología y política.