Llamame negro, por Enrique Martínez
Por Enrique M. Martínez | Instituto para la Producción Popular
La discriminación, la desigualdad de oportunidades y de destinos, tienen siglos de evolución y de progresivo agravamiento.
El capitalismo, en su etapa de concentración a escala global y sin límite ha construido un escudo para los grandes beneficiarios de la distribución asimétrica de los frutos del trabajo de todos. Ese escudo es parte de la clase media, que accede a un ingreso algo mayor del de subsistencia y toma conciencia difusa del riesgo en que vive, en que el sistema la puede llevar hacia la pobreza. A ese sector se le manipula desde el poder económico de una manera salvaje, despiadada, para que priorice la confrontación con los pobres, a los que pasa a considerar responsables de querer ingresar a un espacio que está completo, de un modo que no puede significar más que una pérdida para los que ya están adentro.
No hay lugar para todos, es el mensaje. De tal modo, los que viajan en tercera, cuidan a los de la primera. Peor, a los del crucero propio.
No se puede expresar así. Ni siquiera se tolera pensar así.
Por lo tanto, la bronca se canaliza hacia los activistas políticos y sus representantes en el gobierno, que puedan creer y buscar lo contrario, que quieran un país para todos. Aparecen los chorros, que benefician a los vagos, que quitan derechos a los demás.
Se distorsiona todo, hasta la exasperación. Lo que no cabe en el rompecabezas se inventa; la evidencia contraria se niega. Y el poder sigue dándole al inflador, en los diarios de más circulación; en los canales de noticias; donde aparecen mercenarios de todo color, dando forma eterna a la victimización, que llega hasta el pobre peluquero, de una peluquería que el periodista no conoce y nunca conocerá, ni le importa.
Nuestros gobiernos, los populares, a su turno, se concentran en confrontar con el escudo, tirando solo tímidos dardos por sobre ese pobre ejército de alineados, los que dan sin fuerza sobre las ventanas del sistema de manipulación, detrás de las cuales siguen festejando y acumulando los que concibieron este infierno en la tierra.
No es ese el camino. No será posible dejar atrás el miedo de parte de la clase media, convertido en odio, hasta que se logre demostrar que no tiene fundamento alguno.
No es con palabras. Definitivamente, no alcanzan. Es con proyectos nacionales, que los incluyan, junto a los demás derrotados del capitalismo hasta hoy. Si quieren, con alambrados que separen temporariamente los destinatarios, como sucede en las tribunas de las canchas de futbol, hasta que los resultados comiencen a mostrar la espantosa perversión de la consigna que anuncia que no hay solución para todos.
Cada uno de nosotros puede hacer algo al respecto.
Aquellos que les toque gobernar deben entender cabalmente lo antedicho. Si lo hacen, ello los llevará a advertir que el futuro no puede pasar solo por dar crédito o eximir de algún impuesto a los actores económicos actuales. No puede ser, porque de tal manera no solo se consideraría que un mejor país es resultado de ajustes eficientes de la estructura heredada, lo cual es un error ingenuo; a la vez, se esperaría que los mismos actores del actual escenario, sean los promotores de una Argentina superior. Los funcionarios de este momento histórico no se pueden abstraer de su responsabilidad creativa, de su obligación de concebir las nuevas relaciones sociales y económicas que sean válidas para todos los habitantes y diseñar las formas para su implementación.
Debe aparecer una Corporación de Urbanización Federal, para habilitar el primer millón de lotes, que se venda en cuotas pagables a la clase media; debe concebirse e implementarse el Programa de Energía Renovable para todos, donde cualquier techo pueda sumar; los cinturones de alimentación de cada pueblo; el reemplazo auténtico de las villas por barrios vivibles; el Ente de Forestación Nacional, donde cada familia pueda conservar su ahorro a cubierto de la inflación. Programas dignos, generadores de mística nacional.
Los que estamos en el llano, tenemos un camino más difuso y a la vez rico y potente. Por un lado, tenemos oportunidad de tomar ejemplos de la realidad cotidiana, que puedan servir para construir uno y mil trabajos prácticos donde el aumento del bienestar de la comunidad, mejora a todos sus integrantes, sin que nadie de los que hoy pertenece al 90% de menores recursos sea perjudicado. Desde la infraestructura barrial, pasando por el estímulo a redes artesanales de consumo, de producción de bienes básicos cotidianos, de cuidado de personas o del ambiente; son docenas los ejemplos posibles que apuntan en la dirección correcta.
Por otro lado, aprendamos a reflexionar y por lo mismo a debatir. Es cierto que las marchas de algunos miles de automóviles y peatones con barbijo a medias son patéticas. Pero no son el problema. Ni siquiera lo son los instrumentos periodísticos al servicio de la manipulación, por más evidente que sea la actuación de un par de docenas de mercenarios y mercenarias (no evitemos aquí incluir a los dos géneros). La causa cuyo velo hay que develar día a día es la apropiación del trabajo de muchos por muy pocos. Construir la secuencia desde allí, desde la estafa de Vicentín, por ejemplo, hasta el griterío de 500 habitantes de Avellaneda, en el norte de Santa Fe, reclamando que los del sur no se metan, es un sacerdocio obligado, que gota a gota ha de horadar la piedra. En ese tránsito, hay que desbrozar la maleza dura. Habrá quien quiera refugiarse en su temor a caer y reitere la descalificación.
A ese le digo: Si te parece llámame negro. Si por eso crees desvalorizarme, tendrás que explicarlo. No te preocupes, llámame negro, no más.