El problema de la superioridad moral de cierto progresismo alfonsinista
Por Santiago Asorey
El presidente Alberto Fernández se encuentra ante fuego cruzado, en el contexto de una crisis económica sin antecedentes. A la presión de la derecha, nacional y continental, que busca rearmar su proyecto regional se le suma el llamado "fuego amigo", que, en realidad, muchas veces tiene que ver con el genuino debate por la orientación de un proyecto político (como puede ser la intervención de Hebe de Bonafini, guste o no). Pero es cierto que en otras ocasiones ese fuego proviene desde posiciones progresistas, puristas o alfonsinistas (para citar una tradición que otra vez parece estar de moda), sobre las que puede señalarse un riesgo.
Esta semana se vio cómo, por ejemplo, referentes comunicacionales "progresistas" cuestionaron a Fernández sobre el posicionamiento de Cancillería en torno a Venezuela. En ese sentido, señalaron una supuesta cercanía de la posición actual con la gestión de Cambiemos en el tema. Efectivamente, el comunicado del PRO felicitando la postura argentina sobre Venezuela dio en el blanco y aumentó la presión del esquema binario que propone la grieta.
Desde ese "progresismo alfonsinista" se corrió "por izquierda" al Gobierno por una supuesta legitimización al gobierno golpista en Bolivia en la última reunión virtual del Mercosur y, al mismo tiempo, le criticaron la mención a los derechos humanos en Venezuela. Fernández aclaró en una entrevista radial su postura sobre Venezuela y señaló que nunca desconoció la legitimidad del presidente Nicolas Maduro. En ese mismo mismo sentido, explicó que el Gobierno nunca reconoció a Guaido como presidente a pesar de las presiones de Estados Unidos. En relación a la situación de Bolivia, Fernández señaló que Añez “no respetó la vía democrática en Bolivia”, y que su gestión recibió a dirigentes perseguidos por el régimen de Añez.
Sin embargo, a cierta superioridad moral y testimonial del progresismo parecen no alcanzarle los matices que presenta Fernández. Aunque lo justo es señalar que el presidente argentino tiene que convivir con este contexto internacional, con esta disposición de poder continental, con Piñera en Chile, con el gobierno golpista de Añez en Bolivia y con Bolsonaro en Brasil. Hacer responsable a Fernández de esa disposición de poder real y concreto por una supuesta legitimación que el presidente habría hecho en una reunión del Mercosur suena a mucho. Parece una estrategia funcional al macrismo que busca que AF sea centrifugado por la grieta y se desplace hacia sus márgenes.
En ese punto, parece existir algo en las críticas a Alberto que valorizan más el gesto en sí mismo, y no el contexto ni las acciones políticas (de hecho, Venezuela debiera agradecer la posición "compleja" argentina, que lo salva de una sanción regional). Hay algo detrás de esa lectura que valoriza los gestos como si fuesen signos testimoniales de una determinada moral, que no mide los resultados sino las intenciones. Es más importante la testimonialidad que un logro a medias. Un tipo de lectura política que valora mucho al expresidente Raúl Alfonsín, y decide resaltar sus gestos e intenciones morales (por ejemplo que Alfonsín haya intentando en su gestión impulsar una ley de medios) sobre los espantosos resultados de su gestión económica.
Ahora bien, qué hacer desde el kirchnerismo. Tras la derrota de las elecciones legislativas del 2017, la búsqueda de Cristina Fernández de Kirchner pasó por construir un gran frente antimacrista que contuviera a todos los sectores de la patria que habían sufrido las políticas económicas del macrismo. En el plano político, la apertura de ese frente no tenia solamente un correlato electoral sino también desarrollar la base de sustentación de un futuro Gobierno que expresara al movimiento nacional con todos sus matices, de izquierda a derecha. Entendemos que la jugada brillante de Cristina fue entender, justamente, que Alberto era el dirigente que podía lograr esa contención tan amplia. Poder articular y conducir a aquellos sectores que estaban fuera de los limites de Cristina. La relación de Alberto con empresarios corporativos, con el Poder Judicial, con aquellos dirigentes del peronismo que se habían alejado. Se necesitaba un Gobierno de unidad nacional que pudiera conducir los destinos del país en un momento muy complejo a nivel continental y también a nivel local.
A ese trasfondo se agregó la gestión de la crisis sanitaria de la pandemia y los límites económicos de la misma que impactan sobre los trabajadores. Esa dificultad de avances programáticos se da en una situación en la cual la militancia no puede acompañar al Gobierno en la calle. En la otra esquina, la derecha local viene de un proceso de gestión reciente que la dejó con un bastión electoral lo suficientemente potente y parejo para trabar nuestros avances programáticos. Destacando también que una fracción menor de su base electoral se movilizó contra el Gobierno. En ese sentido, todos los debates que apunten a permitir un avance popular son bienvenidos. Sin dudas. Lo que no es positivo es que se le exija al Gobierno una estrategia política que se desentienda del contexto real, a partir de cierta testimonialidad progre-alfonsinista, que cuestiona desde una superioridad moral, donde los gestos son más importantes que los resultados concretos.