Apuntes sobre las "fábricas de chanchos", por Enrique Martínez
Por Enrique M. Martínez | Instituto para la Producción Popular
Es evidente que el patrón informativo de una comunidad se ha modificado sustancialmente.
Hace una generación esperábamos el diario cada mañana, buena parte de él servía para nutrir todos los noticiosos y comentarios radiales o televisivos del día, así iba la vida.
En el presente, un portal de tantos anuncia algo traumático o transgresor y antes de un par de horas hay miles y miles de personas opinando sobre los títulos; con mucha suerte sobre los contenidos de lo difundido.
¿En base a qué? Evidentemente, por la dinámica referida, se opina sobre la experiencia de vida de cada uno, que se proyecta en la noticia reciente, porque en la gran mayoría de los casos ni siquiera se ha recibido información suficiente como para hacer un análisis profundo.
En este contexto, más que el posible convenio para producir carne de cerdo para China, cuya dimensión no se conoce, porque podría ser desde un 30% más que la producción actual hasta 400 o 500%, vale la pena analizar los reflejos populares sobre la noticia y referenciarlos en lo posible a la realidad concreta del sector.
Decenas de trabajadores y trabajadoras intelectuales, muchas de ellas miembros del Conicet, de ramas de las ciencias sociales, acompañadas de otras decenas de organizaciones defensoras del ambiente y preocupadas por el cambio climático, han denostado la iniciativa porque al imaginar – con lógica – que se usarán tecnologías de crianza y engorde masivas, aparecerán posibles focos de contaminación e incluso de enfermedades transmisibles a los humanos.
Ante todo, cabe aclarar que todo mono cultivo o toda producción animal masiva acarrea los mismos problemas a considerar.
Los cultivos extensivos necesitan plaguicidas. El mundo discute, con razón, como eliminar la química del ámbito y como encontrar plaguicidas naturales. Varios países han avanzado mucho en la cuestión, como Cuba, Japón y ámbitos europeos y norteamericanos. En el país hay serios esfuerzos de grupos de investigación al respecto.
Los cultivos intensivos son mucho más exigentes, por problemas de hongos y de otras enfermedades de fácil diseminación en el cultivo. La agroecología viene lidiando con esto y sus éxitos van quedando progresivamente a la vista.
La industria avícola ha sido desde hace tiempo una actividad con protocolos rigurosos para evitar epidemias en los planteles.
La actividad porcina, para acercarse a la coyuntura, también tiene restricciones sanitarias importantes, que debemos admitir nunca han sido preocupación seria en el campo argentino, habituado a la cría y engorde domésticos en condiciones notoriamente complicadas para la salud de los animales y de las personas.
Justamente porque esta fragilidad es conocida, hace ya mucho que se han organizado emprendimientos que respetan todas las normas productivas, que aseguran mayor sanidad, mayor productividad de lechones por madre, mayor capacidad de engorde en menos tiempo. Los hay en la provincia de Buenos Aires, en Córdoba, en San Luis, en otros lugares que no conozco personalmente pero imagino que se han desarrollado, tratando de cubrir un flanco insólito: que nuestro país deje de importar carne de cerdo, situación que se ha dado durante muchos años.
Estos emprendimientos modernos implican parideras y crianzas en ambiente climatizado, evacuación de efluentes, posible producción de energía a partir de esos efluentes, transformación integral de la faena en carne para fresco, embutidos, fertilizantes y otros derivados. Es sabido que la insulina porcina es la de mejor uso humano, por caso.
Creo que se deduce mi mirada. Cualquiera que transite el campo argentino puede ver algún criadero de cerdos pequeño o mediano que contamina con sus efluentes y de otras maneras. Desde siempre.
Las cosas pueden ser de otro modo, sin embargo. ¿Alguien cree que China comprará carne de cerdo con dudas bromatológicas?
Lo más probable es que se repita el ciclo de hace tres o cuatro décadas, en que las repetidas inspecciones alemanas a los productores de pollos argentinos, no solo los habilitaron a vender a ese mercado, sino que instalaron una cultura productiva que les permite ir a cualquier parte del mundo.
Con los cerdos pasará lo mismo. Dejaremos de importar cortes de descarte dinamarqueses o brasileños congelados para que parte de quienes rechazan la producción local los compren en supermercados porteños, disfrutando del sabor de lo importado. Pasaremos a sumar valor a nuestra harina de soja y a nuestro maíz, cosa que venimos reclamando desde siempre.
Paciencia. Siempre se puede estar mejor. O peor. Lo decidimos entre todos.