Personas con discapacidad: lucha y visibilización de sus derechos
Por Andrea Grassia
Quisiera darle continuidad a una temática tratada anteriormente en este portal en referencia a las personas con discapacidad, percibida como un colectivo acostumbrado a vivir una cuarentena eterna, dado que la mayoría de los entornos no ofrece las condiciones de accesibilidad necesarias para nuestra movilidad segura y autónoma. Es importante señalar que las características de los entornos son el pilar en el que se basa el modelo social y de derechos humanos de las personas con discapacidad, que es el paradigma que actualmente rige en la mayoría de los países del mundo para definir y entender la temática. La Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas, aprobada en 2006, define a las personas con discapacidad como “aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad en igualdad de condiciones con las demás”. Esto significa, que las barreras del entorno son la principal dificultad para la inclusión social de las personas con discapacidad, porque si, por ejemplo, un transporte público no es accesible para una persona que usa silla de ruedas, o en una oficina pública no existe ningún/a trabajador/a que conozca la Lengua de Señas Argentina, las personas con discapacidad no estamos teniendo las mismas oportunidades para el desarrollo de una vida en la comunidad.
Sin embargo, me interesa detenerme en el punto de que nuestro colectivo sea tomado como ejemplo de un sector social acostumbrado a vivir una cuarentena eterna, es decir, a no salir de nuestras casas. Es que a pesar de todas las barreras que aún falta remover, en la última mitad del siglo XX comenzó a gestarse a nivel mundial un movimiento de personas con discapacidad que decidió hacer visibles sus reivindicaciones, siendo las propias protagonistas de sus luchas, en tiempos en que el colectivo permanecía en su mayoría confinado en sus domicilios o bien segregado en instituciones especiales, tales como escuelas especiales, centros de día, hogares, entre otras. Así surgió en la década de 1960 en Inglaterra el llamado Movimiento de Vida Independiente, que empezó a reclamar activamente una mayor autonomía de las personas con discapacidad que las convirtiera nada menos que en las protagonistas de sus propias vidas; las hacedoras de sus propias decisiones.
La Argentina no estuvo exenta de este fenómeno. En la década del 70 emergió el Frente de Lisiados Peronistas, que reunió a militantes con discapacidad que comenzaron a luchar por sus derechos como colectivo, en momentos en que esos reclamos eran invisibilizados por la opinión pública. Históricamente, la política hacia las personas con discapacidad había sido la de protección social, pero se las solía considerar como objetos pasivos de esa protección. De esta manera, el Frente de Lisiados Peronistas tomó como uno de los reclamos principales el derecho al empleo de las personas con discapacidad. De hecho, una de las conquistas de este movimiento fue nada menos que la primera ley de cupo laboral para personas con discapacidad en el Estado, sancionada en 1974, pero derogada por la última dictadura cívico-militar. Durante la dictadura, varios/as militantes del Frente de Lisiados Peronistas fueron secuestrados/as, detenidos/as ilegalmente en centros clandestinos, torturados/as y desaparecidos/as, mientras que otros/as tuvieron que exiliarse.
Lejos de resignarse a un rol pasivo, el colectivo de personas con discapacidad en nuestro país siguió su lucha por conquistar derechos y, fundamentalmente, por salir de una invisibilización histórica. En 1998, en la ciudad de Buenos Aires, nació la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), una agrupación que reunió a personas con discapacidad y algunos/as familiares para reclamar por el cumplimiento de sus derechos humanos. Desde entonces y hasta la actualidad, REDI está conducida por personas con discapacidad y trabaja tomando como base el modelo social. REDI tiene como lema fundacional “Incluirnos en las luchas para luchar por la inclusión”, lo que supone una alianza transversal de distintos movimientos de derechos humanos para reivindicar de manera conjunta diversas causas relacionadas con el logro de una sociedad más justa.
Claro que REDI no es la única organización que tiene como protagonistas de las luchas a las propias personas con discapacidad. Existen muchas otras organizaciones que luchan activamente por los derechos del colectivo, teniendo como protagonistas a las propias personas con discapacidad. Se pueden mencionar, sólo a modo de ejemplo, entre muchas otras, a la Federación Argentina de Instituciones de Ciegos y Ambliopes (FAICA), a la Confederación Argentina de Sordos, y más recientemente, al movimiento Orgullo disca, formado por jóvenes con y sin discapacidad que reivindican particularmente los derechos de las mujeres e identidades disidentes con discapacidad.
Se dice que lo que no se ve no existe. Lamentablemente, las personas con discapacidad no solemos ser parte de las agendas mediáticas desde un rol de compromiso militante y de ejercicio de derechos. Es habitual que se nos muestre como objetos de lástima por encontrarnos en una situación desventajosa, o como superheroínas, por haber alcanzado supuestos logros imposibles para una persona con nuestra condición. Pero casi nunca se nos muestra en un lugar de trabajo, compartiendo ese ámbito con personas sin discapacidad y enfatizando la importancia de la inclusión laboral y de las adaptaciones que se hicieron en ese puesto de trabajo para lograr esa inclusión. Quizás por eso, o también porque aún persisten prejuicios respecto de las personas con discapacidad como reales sujetas de derechos, cuesta mucho que una parte mayoritaria de la sociedad actual nos considere como personas capaces de salir a trabajar, de formar una familia, de tener amigos/as con o sin discapacidad, de ser personas deseantes y deseadas, de criar hijos/as.
En este contexto, en que la mayoría de las personas con discapacidad se encuentra desempleada o con empleos informales, mientras se incumple de manera sistemática desde hace décadas la ley de cupo laboral del 4 por ciento de empleados/as con discapacidad en el sector público y las empresas concesionarias del Estado, resulta poco adecuado pensar al colectivo de personas con discapacidad como un grupo acostumbrado a vivir una cuarentena eterna. Está claro que debemos seguir reclamando por una mayor accesibilidad urbana, en cumplimiento de leyes que existen desde hace años pero no se aplican. Está claro también que muchas de las personas con discapacidad requerimos apoyos para realizar algunas actividades de nuestra vida cotidiana. Pero eso no debería habilitarnos a construir un imaginario según el cual las personas con discapacidad seguimos estando recluidas, seguimos siendo invisibles en las luchas, en las calles y en las agendas públicas.
El trabajo militante de los movimientos históricos que nos precedieron no fue en vano. De ellos intentamos aprender aquí y ahora. También nos unimos en las luchas de otros colectivos, como ocurre desde hace más de seis años con el movimiento de mujeres.
En definitiva, algunas podremos encarar nuestras vidas de una forma más o menos activa, según nuestras posibilidades, deseos y oportunidades. Pero no creo que seamos ejemplo de vivir estoicamente encerradas. Somos sujetas que nos organizamos, reclamamos y buscamos ser incluidas en la sociedad en igualdad de condiciones con las demás. Lógicamente, en tiempos de pandemia, permaneceremos en nuestras casas respetando el aislamiento social. Pero sin dudas, si la emergencia sanitaria concluye, volveremos a las calles, a encontrarnos con otros/as, a ser las protagonistas de nuestras propias vidas y a luchar activamente por una sociedad más justa.