El joven Wallander: los inicios del mítico detective sueco
Por Diego Moneta
Entre los estrenos del mes de septiembre, Netflix presentó El joven Wallander. La tira sigue la historia de Kurt Wallander, personaje de ficción creado por el escritor sueco Henning Mankell. El detective es protagonista de más de una decena de novelas policiales muy reconocidas, con una trayectoria de más de dos décadas.
Las andanzas de Wallander ya han sido representadas en producciones para televisión y cine. De hecho, ya hay dos series (una sueca y una británica). Sin embargo, El joven Wallander funciona como una especie de precuela en el presente, al enfocarse en los comienzos de la carrera policial del personaje, pero situando la trama en la actualidad.
La producción estuvo a cargo de la división inglesa de Yellow Bird, una compañía cofundada por Mankell (ya fallecido) para llevar a su personaje a la pantalla. Cambios temporales, de locación, de idiomas; nada de eso importa: la fórmula Kurt Wallander siempre cumple, especialmente cuando el trasfondo xenófobo y el crecimiento de grupos de extrema derecha están muy presentes en nuestros días.
De esta manera, la historia nos presenta a un veinteañero Kurt (Adam Pálsson) que vive en la ciudad de Malmö (No Ystad, como en las novelas), en el barrio de Rosengaard, donde reside una gran cantidad de inmigrantes. Pasa sus días patrullando en compañía de Reza Al-Rahman (Yasen Atour), encargándose de unos pocos casos menores.
Sin embargo, una madrugada es testigo de un crimen de odio. Un sueco, de 17 años y que no era del lugar, es asesinado de una manera muy trágica, y del crimen se acusa a Ibra (Jordan Adene), afrodescendiente cercano a Wallander. Su relación con el barrio y sus habitantes lleva a que el Superintendente Hemberg (Richard Dillane) lo ascienda a detective para que participe de la Unidad de Delitos Graves.
En ese punto de partida, El joven Wallander encuentra un punto a favor: el hecho de que un policía presencie la realización del crimen. Y a eso se le suma que a partir de su perspectiva, y no de la investigación, iremos conociendo los hechos. De la noche a la mañana, Kurt ve por primera vez morir a una persona y se encuentra metido en un caso para el que no tiene la experiencia suficiente.
A pesar de estar acompañado por Hemberg y la detective Frida Rask (Leanne Best), el hecho de que Wallander sea un novato se hace notar. Le falta aprender del funcionamiento policial y de los “grises” en los que se convive. Además, es muy falible: toma decisiones apresuradas y, como es lógico, se va a equivocar bastante.
En las novelas, la juventud del detective se hace presente sólo a través del recuerdo que éste tiene de su padre, quien se opone a que se vuelva policía. El guión de Ben Harris, y la dirección de Ole Endresen y Jens Jonsson, tenían un gran desafío por delante: las obras literarias han alcanzado notoriedad al punto de que Kurt cuenta con su propio club de fans en Inglaterra. Para quienes ya conocían al personaje, la trama presenta los inicios de la relación con su futura esposa, Mona (Elise Chappell), y también su gusto por la ópera.
El thriller policial es un género que hace tiempo viene ganando terreno en los países nórdicos. Podemos destacar El puente, producción sueca, o Trapped, proveniente de Islandia. Sin embargo, El joven Wallander se filmó en Suecia, su idioma original es inglés y la mayoría de su elenco, a excepción del protagonista, es británico.
La serie tiene un ritmo correctamente pausado a la hora de armar el rompecabezas de la investigación y mejora a medida que la trama escala, a partir de las relaciones involucradas.A lo largo de los seis episodios, cobrarán protagonismo la Liga de Protección Nórdica —grupo de extrema derecha—, un traficante de armas yugoslavo, la guerra de pandillas, el comercio de drogas, y también el millonario filántropo Gustav Munck (Alan Emrys).
El joven Wallander le otorga un cierre al caso, pero a su vez deja abierta la posibilidad de una segunda temporada. Y lo más destacable: a pesar de centrarse en la formación personal y profesional de Kurt, encuentra huecos, al igual que en las famosas novelas, para resaltar desigualdades sociales que la hipocresía de la sociedad sueca elige no ver.