Néstor y ese instante
Por Sol Giles
*Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo
Año 2010. Unos días después del acto de la juventud en el Luna Park, viajamos 46 horas en un colectivo enclenque, cagadísimxs de frío, para acompañarlo a un acto en Santa Cruz, su último acto.
Estuvimos apenas unas horas y luego emprendimos el viaje de regreso por la extensa Patagonia, también en colectivo.
Éramos pibes y pibas que faltamos a la escuela, a la facultad y al trabajo para cometer esa osadía de amor.
Por entonces las cervicales y el insomnio no eran un problema, pero fue hermosamente agotador.
Hace poco vi esta foto por primera vez. Néstor se había acercado sorpresivamente al autódromo de Río Gallegos, donde habíamos ido para cenar antes de volver.
Entró a medianoche. Silencioso, a paso lento, con las manos en los bolsillos. Al verlo, entramos en shock militante. Llorábamos cantando. Cantábamos llorando. Nos miraba emocionado, a los ojos. Creo que a cada unx de nosotrxs nos miró a los ojos. Nos escuchó quieto durante un largo rato. Se permitió emocionar. Siempre con una sonrisa a cuestas y ese eterno andar de niño atolondrado.
Después nos regaló unas palabras y se fue a descansar porque había sido un día largo, uno más. De tanto hacer, sentir y pensar, siempre son largos los días de lxs militantes. Tan intensos como productivos. Tan insuficientes para tanta necesidad de Patria. Tan intensa es esta vida que elegimos.
“No crean ni en la progresía ni en los conservadores”, nos dijo. Y adelantó que vendrían los años más difíciles para nuestro proyecto. Que habría quebrados, traiciones y que otros volverían a mostrar sus verdaderos rostros. Pero fundamentalmente nos pidió que no nos olvidáramos de quiénes somos y de dónde veníamos porque sería hora, también, de fortalecernos y de seguir cuidando a Cristina.
Cuando me llegó esta foto no recordé ni quiénes estaban en el escenario, ni abajo, ni quiénes denostaron ese día contra nosotrxs en los diarios y la televisión.
Pensé en la locura del amor. Pensé en mis compañerxs. Pensé en lo que somos capaces de hacer, incondicionalmente. Y en lo esencial que es, al fin, lo que constituye todo.
Pensé en que Néstor sabía todo lo que pasaría después... probablemente todo. Y sin embargo estaba allí sonriendo y diciéndonos que para transformar lo arcaico, lo malo, lo injusto, lo pendiente, había que construir e ir siempre hasta el caracú, como decimos lxs de sangre correntina.
Pensé en el amor como categoría política. Y en lo importante de recordar nuestro origen, siempre. En las buenas y en las malas.
Mientras algunxs están en la moda -devenida de la moda anterior de la "autocrítica" y el deforme pragmatismo- de una supuesta y fría doctrina para resistir dentro de las superestructuras políticas, del establishment, de los que se instalan más como trend topping que en el territorio, junto al pueblo. Se olvidaron... de todo. O mejor dicho, no aprendieron nada... de nada.
Consideran que la política es LA política y está escindida de la cuestión personal, de los valores. Justifican que sólo así es factible tejer mejores estrategias y establecer nuevos acuerdos y alianzas con los entonces funcionalistas de siempre para demostrar que existen. Y nosotros somos ingenuxs, voluntaristas, unxs pobres bobxs.
Y lo veo a Néstor. Me detengo en ese instante.
Esa noche me sentí una boba. Sin pensarlo, desde atrás le acaricié la nuca, de esa forma en que sólo se acaricia a un padre. Y dije algo, entre los cantos y gritos de mis compañerxs, prácticamente susurrando, como si se me hubiera escapado un pensamiento nada más. Era obvio que no me iba a oír.
"Néstor… te quiero mucho".
Y al instante se dio vuelta, me pegó una cachetada y me dijo con su sonrisa de viejo tanguero: "Yo también te quiero pibaaa jeee".
Con el tiempo me di cuenta de que eso era lo único que quería que sepa. Y que en esa breve conversación está, en realidad, nuestra razón de vivir y la síntesis política que llevamos como bandera cada día.