Informe de un día: “El palomar”, una novela con mirada poética, registro urbano y sentido colectivo
Por Inés Busquets
El desafío narrativo siempre es mostrar. Que el lector vivencie los personajes en el cuerpo, que pueda tocarlos. Ver los lugares, sentir los olores, experimentar el vértigo de una persecución, la pasión de un equipo, las recorridas nocturnas. Francisco Magallanes lo logra. Un acierto que supera los límites del lenguaje. Como escribe Juan José Becerra en la contratapa: “De todas las gracias del libro, la mayor, la mejor, la inusual es que se habla en concreto.” Esa concreción que nos involucra en la escena y nos hace formar parte.
Y en ese torbellino de acción el autor se permite reflexionar sobre el tiempo, la amistad, el amor, la justicia social, la religión, la pasión del hincha, la traición, la muerte: “justificar la esencia es asegurar la continuidad de los días,” “el pasado no tiene arreglo solo queda cambiar lo que viene,” “el cielo es de quien lo vuela y la calle es nuestra.”
La voz poética ocupa los intersticios, los huecos entre los recuerdos y un presente precipitado.
Pienso en Zelarayán y que somos hablados por la poesía; en Lamborghini y su apuesta estética por huir de los eufemismos y representar la realidad crudamente; en Macedonio y la idea de sacar la novela a la calle; en Casas y la capacidad para plasmar su reminiscencia autóctona del barrio; en la irreverencia de Luppino que lleva la palabra hasta el hueso.
Francisco Magallanes retoma una tradición realista con personajes que dan un giro lingüístico y muestran la riqueza de lo coloquial, del habla informal y cotidiana. En ese pasaje de lo cotidiano a la literatura se traduce la virtud del escritor y la belleza del lenguaje.
El palomar transcurre en La Plata, la recreación del ambiente permite transitar las calles, reconocer las voces, los rituales, la idiosincrasia. Allí conviven el platense de barrio y de repente el de clase media que se cree superior y dice: “yo soy normal”, “lo guaso, lo grasa, todo eso me parece detestable” ante las injusticias y las diferencias sociales.
Una ciudad como tantas otras con los matices, las mixturas, la participación en la historia.
Allí el protagonista acepta un “asunto”, “un laburo”, soñando que lo eso lo llevaría a ser jefe de una facción de la hinchada de Gimnasia, su equipo. De un lobo con sus códigos, con su bosque, con sus facciones y sus agites. Con el mundo propio y singular de una hinchada fuerte en la ciudad. Durante la narración cuenta su vida como remisero, evoca el día que le propusieron “el trabajo” y los vínculos con los que transitó esta situación desafortunada.
La pertenencia en los personajes es llamativa, ya desde el título nos anticipa que todo lo que ocurra va a estar atravesado por la ideología de un lugar determinado. El narrador se va a mover por distintos escenarios, pero ya sabemos que en El palomar está su origen, su centro, su infancia, su formación. Su lugar en el mundo.
En su manera de contar, Francisco utiliza todos los recursos que nos ofrece la literatura, las marcas de época son un ejemplo valioso. El palomar no solamente está situado en un espacio sino también en una época, sin especificar datos cronológicos algunos, la descubrimos por los rasgos, por los elementos, por los eventos deportivos que destaca, por los indicios que te trasladan a un momento puntual.
Como bien describe el poeta Mario Arteca en el prólogo: “La historia de El Palomar es un circuito cerrado con onda expansiva, donde el poder de evasión de los sujetos es la habilidad más decisiva.” Una evasión que se vuelve propia y te transporta a lo más íntimo del relato.