Los hijos de Sam: el descenso de un periodista a los infiernos de un crimen
Por Manuela Bares Peralta
La década del 70 en los Estados Unidos quedó impresa en miedo: tapas de diarios y revistas, noticieros y libros retrataron los crímenes de John Wayne Gacy, Ted Bundy y el asesino de Golden State. Esa época también fue la de David Berkowitz, mejor conocido como El hijo de Sam, una serie de asesinatos que construyeron el inconsciente de la historia criminal y fueron germen de teorías y conspiraciones. La nueva serie documental de Netflix Los hijos de Sam: Un descenso a los infiernos es el capítulo final de una historia que aún tiene mucho que contar.
Con una narrativa más parecida a El asesino sin rostro, la tira documental de HBO que retrata la investigación de Michelle McNamara para encontrar al asesino en serie de Golden State, esta producción de Joshua Zeman convierte la búsqueda obsesiva del periodista Maury Terry en la conclusión final de varios asesinatos ocurridos en la década del 70 en Nueva York.
Zeman prologa el acto inaugural: “En el verano de 2017 recibí tres cajas de un periodista de investigación llamado Maury Terry”. De esta manera, da lugar a una cronología de hechos que se desarrollan en la ciudad de Nueva York. Convulsionada por las consecuencias de la recesión y el aumento de la violencia, la ciudad se vuelve el epicentro de una serie de asesinatos que culminaron en el verano de 1977 con la condena del “Hijo de Sam”, que doblegado por un demonio de tres mil años que se materializaba en las órdenes del perro de su vecino, llevó adelante seis asesinatos con una escopeta calibre 44. La investigación desplegada por la policía fue corta y desordenada. Dejó muchos baches que generaron un gran foco de atención para el público y los medios, catapultando a Nueva York como la ciudad del miedo.
Alejada del espíritu de la interpretación ofrecida por Oliver Cooper en Mindhunter, esta serie documental traza la genealogía construida por Maury a lo largo de su vida: David Berkowitz no había actuado solo. Los crímenes que se le imputaron en conjunto con otros, como el de Arlis Perry, eran producto de un culto satánico que llegaba hasta Charles Manson.
La investigación importa. Joshua Zeman se esfuerza por desplegarla íntegramente a lo largo de los cuatro capítulos de la serie y de sembrar todas las dudas necesarias para hacerla creíble. Sin embargo, no es la columna vertebral de esta historia sino el propio Maury Terry. Es su intento por explicar lo que parecía inexplicable, su necesidad de perseguir esta historia hasta su propio abismo.
Hay un golpe de efecto que hace que sea efectiva: el testimonio de Maury Terry en primera persona, la voz en off de Paul Giamatti que la llena de peso y la convierte en presente. En varias oportunidades, lo escuchamos leyendo una carta que David Berkowitz le escribió mientras estaba en prisión, muchos años antes de conocerse personalmente: “Maury, la gente nunca te creerá realmente, sin importar qué tan bien presentes la evidencia”. Esa frase resuena todo el tiempo. La obsesión, la compulsión por reunir una última pista, por presentar evidencia contundente que justificara su teoría, que dé cuenta de que todo estaba unido por el ocultismo.
La serie termina y vuelve sobre el mismo interrogante. Su intención no es resolver el misterio o conseguir un dato pasado por alto en la investigación, sino presentar una realidad posible. Una historia que la policía no quiso escuchar, una pregunta que vuelve aparecer: ¿Qué crees que pasó? No importa si tenía razón, era una muy buena historia y, a veces, eso es suficiente.