El eterno regreso de Rodolfo Walsh, por Jorge Giles
Por Jorge Giles
Rodolfo Walsh cultivaba el arte de la espera antes de actuar.
Walsh observa. Pregunta. Escucha. Lee. Analiza. Escribe. Otea el horizonte y sólo después, el árbol de la esquina. Otea el árbol de la esquina y sólo después, el horizonte. Finalmente actúa. Eso se llama estrategia y táctica y viceversa.
Nunca desesperaba. Sabía que no por mucho madrugar se amanece más temprano. Lo aprendió en sus años mozos en Choele-Choel. Lo registró más tarde y con marca propia junto a Raimundo Ongaro en la CGT de los Argentinos. Lo sabía ahora cuando al cruzar la calle se ponía tenso ante la mirada asesina de los guardianes de la dictadura.
Rodolfo Walsh comparte con todos sus compañeros y sus compañeras el pan, el vino y el detallado informe que elaboró sobre el movimiento de tropas enemigas atenazando el cerco militar que ya amenazaba en convertirse en un cerco político definitivo si su organización yerra el camino.
Entonces escribe sus Papeles a la conducción y señala: no vayamos por allí que nos espera el exterminio. Vayamos por allá que nos espera el pueblo peronista para cobijarnos.
Y sigue: la salida es política, no militar. Está convencido que la clase trabajadora irá en ascenso en su lucha, piensa, y nosotros debemos ponernos al servicio de esa lucha, resistiendo. Pero sin cometer el infantilismo vanguardista de pretender reemplazar su rol de sujeto principal ni creer que el “montonerismo” existe entre ellos, los trabajadores, digo.
Proclama en medio del genocidio más cruel de la Argentina que había que exigir el respeto irrestricto de los derechos humanos y la pronta salida electoral hacia la democracia. En su cabeza no estaba como destino el asalto al palacio de gobierno, sino un cuarto oscuro donde ir a votar.
Estaba loco de amor por su pueblo y la revolución y por eso, piensa, hay que preservar a los compañeros, hay que salvarlos del error fatal y de la muerte que espera agazapada. Por eso su último mensaje fue esa palabra implacable y esa prosa brillante que aún nos guía.
¿Por qué no lo escucharon? ¿Por qué se perdieron los Papeles de Walsh en un armario escondido? ¿Por qué no lo debatieron en ese último instante para recordar, al menos, que no existe vanguardia sin pueblo?
Después, mucho después, vendrían los homenajes y las palabras de elogio sobre la figura del más brillante escritor y militante peronista que dieron estos tiempos.
Pero los que recibieron esas cartas despreciaron en aquel momento su palabra tan luminosa como una bengala en medio de la tempestad.
No se puede sostener, con un mínimo de coherencia, un presunto respeto a Walsh, al tiempo que se reafirman como válidas las decisiones tomadas a contramano de su pensamiento. O se está con Walsh y el pueblo peronista. O se está con la tragedia y la autocomplacencia.
La sangre derramada no se mancha. Ni se negocia. Ni sirve para absolver a nadie de sus responsabilidades. La memoria de cada uno de ellos, los compañeros; de cada una de ellas, las compañeras, están allí como un faro encendido para indicarnos por dónde hay que seguir en cada encrucijada y por dónde no. Ellos no nos perdonarían si cometiéramos el pecado de fijar y estancar la memoria al terreno del pasado sin aprender nada de nada de aquel último grito montonero. Porque si fuera así podríamos dar por certeras y vigentes aquellas decisiones fatalmente adoptadas. Tenemos que animarnos a rendir homenaje a nuestros muertos queridos, condenar para siempre y sin ambigüedades a los genocidas que los masacraron y extraer enseñanzas que les puedan servir a los muchachos y muchachas del presente y del futuro, esos que vienen galopando sobre el potro salvaje de la historia.
Que tanta sangre no haya sido en vano.
La última dictadura masacró con la misma crueldad con que lo hicieron los coroneles de Mitre a las montoneras gauchas en el siglo XIX. Por eso este dolor no se irá nunca de nosotros. Allí se queda, como se quedan conmigo mis compañeros muertos y desaparecidos: Carlitos Marcón, Miguelito García, Julio Ramírez, Carlos Piccoli, el Negrito Amarilla y todas y todos los demás.
Qué sería de la vida si hubiesen escuchado y comprendido a Walsh dos años antes de 1979 cuando decía:
“Cabe suponer que las masas están condenadas al uso del sentido común. Forzadas a replegarse ante la irrupción militar, se están replegando hacia el peronismo que nosotros dimos por agotado y la dirección del peronismo se ha visto subrayada por el gorilismo del gobierno. En suma, las masas no se repliegan hacia el vacío, sino al terreno malo pero conocido, hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea los componentes de su identidad social y política. Suponer, como a veces hacemos, que las masas pueden replegarse hacia el montonerismo, es negar la esencia del repliegue, que consiste en desplazarse de posiciones más expuestas hacia posiciones menos expuestas; y es merecer el calificativo de idealismo que a veces nos aplican hombres del pueblo. En síntesis, creo que el Partido debió, y aún debe replegarse él mismo hacia el peronismo y que la propuesta inversa no es una verdadera propuesta para las masas en esta etapa, aunque pueda llegar a serlo en otra, pero en ese caso ya no se trataría de un repliegue sino de un avance.”
El reciente juicio contra los genocidas del aparato de Inteligencia del ejército de la dictadura es ejemplar y más que valioso para poder juzgar a los culpables y al mismo tiempo, reivindicar la legitimidad de la lucha de aquellos compañeros y compañeras que dieron la vida por sus convicciones en la llamada “Contraofensiva montonera”. Estamos orgullosos de quienes enfrentaron con coraje al enemigo del pueblo haciendo uso del derecho a resistir a toda dictadura, a toda opresión, a todo genocidio. Gloria y honor por todos los caídos.
Cuánto nos duelen esas muertes y cuánta falta nos hicieron y nos hacen esos compañeros en esta sobrevida que llevamos.
Pero la sentencia final contra los genocidas no nos libera, como militantes de ese pueblo, de la responsabilidad histórica de ejercer un pensamiento crítico hacia las decisiones tomadas entonces. No sirve el argumento de que “es en vano hacer un análisis con el diario del lunes”, porque ahí está Walsh para desmentir a quien lo diga. Tampoco sirve el recurso argumental de que “entre todos lo decidimos”. ¿Acaso la organización alguna vez fue una ONG asamblearia? Y aún si hubiese sido así, una conducción está, antes que nada, para cuidar y preservar a sus compañeros y sus compañeras. Primero la vida, siempre.
La historia enseña que el ejercicio de una concepción equivocada más una pésima lectura política de la realidad, siempre resultan letales.
Los que tenemos de aquel tiempo violento cicatrices en el cuerpo y en el alma, aprendimos a convivir con ellas. Están allí para recordarnos de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. En cada nuevo día que amanece, con sus urgencias y sus incertidumbres, nos sirven para recurrir a la memoria colectiva que supimos construir. Nos está pasando ahora que nos desgarramos entre la celebración del juicio por la “Contraofensiva” y la necesidad de ser rigurosos y racionales con nuestra propia valoración política de la memoria. No nos alcanza con reivindicar el heroísmo, que sí existió, de la generación diezmada. No nos alcanza con revestir de cotillón heroico los desvaríos conducidos, inducidos, convencidos con que cada uno marchó a su propio combate. Debemos ser rigurosos a la hora de dejar asentado en el libro de la historia popular lo que nos alumbran aquellos compañeros; si es que queremos dejar hacia el futuro algún testimonio que pueda servir a modo de “rompa el vidrio” en caso de emergencia.
Hay que politizar la memoria, entonces. Sólo así podremos, por ejemplo, eliminar para siempre la falaz teoría de los dos demonios en cualquiera de sus versiones. Sólo así pondremos las cosas en su lugar. Pero del balance político, ese que no está ni tiene porqué estar en un expediente judicial, hagámonos cargo, todos y todas, aunque no logremos ser jamás, testigos de la cuenta saldada. Si es que alguna vez se salda. Es tiempo de escucharnos, de respetarnos, pero sobre todo de seguir aprendiendo de compañeros tan luminosos como Walsh.
Su pronunciamiento político es certero e incisivo cuando describe la etapa que el pueblo vivía bajo el fuego de la dictadura. Era la etapa de la defensiva estratégica, con acciones de resistencia activa de los trabajadores. Decía Walsh:
“Debe empezarse por la situación de las masas, que es de retirada para la clase obrera, derrota para las capas medias y desbande en sectores intelectuales y profesionales”
¿Cómo entender entonces políticamente que acontezca una “Contraofensiva” por afuera de esa lucha de clases en pleno desarrollo, pero en retirada estratégica, luego de la derrota provocada por el golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976?
Además, las contraofensivas siempre serán colectivas, o no serán más que un acto de puro voluntarismo. Es cierto que los trabajadores resistían más que nunca, con huelgas, paros relámpagos, sabotajes, pero lo hacían por sus propias reivindicaciones. No precisaban de ninguna organización vanguardista por afuera de su práctica de clase. No se identificaban más que en ellos mismos. No se planteaban “la toma del poder”. Los trabajadores eran y son peronistas; saben esperar mientras resisten.
Escuchemos a Walsh:
“A nuestro juicio lo principal son las razones políticas. Si son correctas, en apenas tres años un puñado de muchachos crecen hasta conducir una organización gigantesca y poderosa. Si son incorrectas, esa misma organización se desinfla y puede desaparecer.
Este ejemplo está tomado de nuestra propia historia y creemos que este momento de desánimo debe tenerse en cuenta. Si corregimos nuestros errores volveremos a convertirnos en una alternativa de poder. Por lo tanto son falsas todas las visiones alarmistas sobre si tenemos tiempo o no. Tenemos todo el tiempo necesario, si lo sabemos usar”
“En nuestro país es el Movimiento el que genera la Vanguardia, y no a la inversa, como en los ejemplos clásicos del marxismo. Por eso, si la vanguardia niega al movimiento, desconoce su propia historia y asienta las bases para cualquier desviación”
“En esa idea de que podemos inventar una forma organizativa y una identidad características del enfrentamiento en nuestro país, queremos generar las condiciones para que sea distinto y entonces podamos aplicar las fórmulas clásicas de otros países. Y nos parece tiempo perdido tratar de convertir este enfrentamiento social en una guerra nacional”
“Para hacer política, hay que empezar por pensar en términos políticos, y expresados con sencillez y claridad”
“Al no corregir el ideologismo, no convocamos políticamente. Así, nuestra respuesta de volver a los barrios es elemental y peligrosísima. Nos van a golpear más duro todavía”.
“Tenemos que ser más autocríticos y realistas. Por supuesto que hay lucha de clases; siempre la hubo y la seguirá habiendo. Pero uno de los grandes éxitos del enemigo fue estar en guerra con nosotros y no con el conjunto del pueblo. Y esto en buena medida por errores nuestros, que nos auto aislamos con el ideologismo y nuestra falta de propuestas políticas para la gente real”
“La contradicción con nuestra base social, derivada del aparatismo, no es porque gastamos más que lo que producimos, sino por nuestros errores políticos. Ahí está el aparatismo. Es querer imponer nuestros esquemas a la realidad. Negamos el Movimiento Peronista y el Movimiento Montonero no existe. Entonces ¿dónde nos vamos a refugiar cuando el enemigo aprieta?”
“Ellos avanzaron en lo militar y también en lo político. Nosotros retrocedemos en ambos campos y esto porque sin política no era posible avanzar. Hay que admitirlo así aunque duela”
La que sigue es una parte vital de su pensamiento, que es el nuestro:
“En la práctica sucede que nuestra teoría ha galopado kilómetros delante de la realidad. Cuando eso ocurre, la vanguardia corre el riesgo de convertirse en patrulla perdida”
“Entiendo que Montoneros debe seguir la dirección de retirada marcada por el pueblo, que es hacia el peronismo, y que la única propuesta aglutinante que podemos formular a las masas es la resistencia popular, cuya vanguardia en la clase trabajadora debe ser nuevamente la resistencia peronista, que Montoneros tiene méritos históricos para encabezar. Esta sí me parece una propuesta inteligible y aglutinante para las masas porque se funda en su experiencia concreta y en su percepción de la actual relación de fuerzas”.
Más adelante Rodolfo Walsh define y propone:
“a. Reconocer que las OPM han sufrido en 1976 una derrota militar que amenaza convertirse en exterminio, lo que privaría al pueblo no sólo de toda perspectiva de poder socialista sino de toda posibilidad de defensa inmediata ante la agresión de las clases dominantes.
b. Definir la etapa como retirada en el aspecto estratégico y como resistencia en el aspecto táctico, sin fijarles límites temporales. Definir el conjunto del pueblo y en particular el pueblo peronista como terreno donde debe verificarse la retirada.
c. Definir el Peronismo y la clase trabajadora como sujeto principal de la resistencia, y a la resistencia Montonera como parte de la resistencia popular”
“La resistencia cuestiona los efectos inmediatos del orden social, incluso por la violencia, pero al interrogarse por el poder, responde negativamente porque no está en condiciones de apostar por él. El punto principal en su orden del día es la preservación de las fuerzas populares hasta que aparezca una nueva posibilidad de apostar al poder”
“El tránsito de la guerra a la resistencia, que debe asumirse como un retroceso cualitativo cuya alternativa es el exterminio, implica maniobras de gran complejidad, cuyos espacios políticos, organizativos y militares se tratarán de esbozar con el desparejo nivel de procesamiento que permiten el tiempo disponible y las limitaciones personales, que incluyen un déficit de información interna.”
“Establecida esta necesidad aparece lo que a mi juicio es la principal falencia del «pensamiento montonero», que es un déficit de historicidad.”
“Un oficial montonero conoce, en general, cómo Lenin y Trotsky se adueñan de San Petersburgo en 1917, pero ignora cómo Martín Rodríguez y Rosas se apoderan de Buenos Aires en 1821.
La toma del poder en la Argentina debería ser, sin embargo, nuestro principal tema de estudio, como lo fue de aquellas clases y de aquellos hombres que efectivamente lo tomaron. Perón desconocía a Marx y Lenin, pero conocía muy bien a Yrigoyen, Roca y Rosas, cada uno de los cuales estudió a fondo a sus predecesores.”
Poco o nada lo escucharon quienes tenían la responsabilidad de hacerlo. Creyeron más en los papeles de Mao antes que en los de Walsh. Creyeron que la pradera, supuestamente, estaba seca y sólo hacía falta una chispa para encenderla provocando una insurrección popular que luego nos lleve en andas hasta la Plaza de Mayo. Pero ni La Habana de 1959 ni la Managua de 1979 eran la Buenos Aires de aquellos días fatales.
Entonces, fue que nos olvidamos de todo lo aprendido. Que con el pueblo todo y sin el pueblo nada. Que ninguna sociedad se plantea problemas ni objetivos para cuya solución no se hayan dado las condiciones necesarias ni existan las premisas básicas, como enseñaba Gramsci. Que los partidos y las organizaciones políticas que disputan poder se deben a la historia de su propio pueblo. Que no hay vanguardia sin pueblo ni ejército sin retaguardia. Que la militancia debe conocer y estudiar y asimilar la historia nacional y popular, embeberse de ella, aprender de ella, y recién después procurar transformarla con el conjunto del pueblo. Como lo hicimos en el origen. Ni más ni menos.
Lo cierto es que la dictadura recién se retiró del gobierno tres años después de estos sucesos que aquí abordamos; entregando el bastón presidencial, no al peronismo revolucionario, ni siquiera a ningún peronismo, sino al partido radical. Ni los presos políticos liberados ni los exiliados que regresaron fueron recibidos por las multitudes. Todo un síntoma de la derrota popular. Y si la dictadura duró sólo 7 años y medio no fue sólo por “nosotros”, sino y principalmente, por la resistencia y la lucha incansable de los trabajadores y las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los Organismos de Derechos Humanos, primero y segundo, por la derrota sufrida en Malvinas. Lo cierto es que tuvimos que esperar el nuevo siglo XXI para que aparecieran Néstor y Cristina y de sus manos recuperar nuestra identidad como sujetos políticos y dejar de ser tan sólo “víctimas de la dictadura”.
Que el mejor homenaje a los compañeros y compañeras sea un aprendizaje político e histórico colectivo de aquella trágica épica, con sus aciertos y errores, sus lágrimas y sus risas, con sus convicciones y sus decepciones.
Dicen que Walsh solía a menudo celebrar la vida mientras seguía llorando la muerte de su hija Vicky y su amigo del alma Paco Urondo; cuentan que lo hizo hasta el mismo día que fue a repartir su “Carta Abierta a la Junta Militar”. Es así como nosotros lo seguimos celebrando a Walsh en nuestros mejores sueños de una patria justa, libre y soberana.
Tanta juventud diezmada debería guardarse para siempre en la memoria, junto a las cartas de navegación que nos legó Rodolfo Walsh.