El callejón de las almas perdidas: Guillermo del Toro y la monstruosidad de lo humano
Por Diego Moneta
Uno de los patrones del cine de Guillermo del Toro es su alejamiento de los protagonistas más tradicionales para acercarse a ese “otro” estigmatizado, ya sea un monstruo o alguien rechazado por la sociedad. Sucede, por ejemplo, en El espinazo del diablo o en La forma del agua, su última producción, estrenada en 2017, que se llevó cuatro Premios Oscar, entre ellos, Mejor Película y Mejor Dirección. El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, en inglés) propone un recorrido diferente: no hay una belleza como tal para mostrar, sino la historia de quienes tienen el verdadero monstruo en su interior para narrar.
Del Toro había anunciado el desarrollo del proyecto a finales de 2017 y, tras la demora por la pandemia, se encuentra actualmente en las salas de nuestro país. El callejón de las almas perdidas es la segunda adaptación al cine de la novela homónima de William Lindsay Gresham de 1946. La nueva versión se toma menos licencias y agrega mayor profundidad temática y visual— la anterior es de 1947— que, junto al estilo, diseño y reparto, y a pesar de sus extensas dos horas y media y ciertas inconsistencias, le han valido cuatro nominaciones a los Oscar de este año y justifican su visualización más allá de los nombres propios.
La película se centra en Stanton “Stan” Carlisle (Bradley Cooper), que busca una nueva vida trabajando en una feria, posterior a la Crisis del 29. Antes que suspenso psicológico, el guion— del mismo del Toro y Kim Morgan— cuenta un viaje al mundo de las estafas y puede entenderse dividido en tres actos. Es un recorrido más escalonado que el de la primera versión y apuesta a darle un carácter más épico. Los primeros pasos de Stan nos permiten aventurar los escenarios grotescos y extravagantes de la feria a partir de la interacción con otros personajes, donde destacan el director Clem Hoately (Willem Dafoe) y, sobre todo, la “adivina” Zeena Krumbein (Toni Collette) y su esposo Pete Krumbein (David Strathairn). Es del Toro en estado puro retomando las vivencias de Carnivale.
El director propone un relato del descenso al infierno desde el primer fotograma. Los acontecimientos históricos fuera de campo contextualizan a nivel temporal y dan la clave del alcohol como una cuestión recurrente. Del Toro vuelve a demostrar todo su poderío y, al mismo tiempo, no deja lugar para lo sorpresa, en parte justificadamente dados los códigos del género, ciertos arquetipos y la familiaridad de los tropos de la novela en la que se basa.
Tras saltar a los grandes espectáculos junto a Molly Cahill (Rooney Mara), vemos cómo Stan asume su papel de condenado mientras gana confianza en sus engaños— los detalles y las referencias premonitorias siempre fueron un guiño especial en las obras de del Toro—. En un punto, se ganará la compañía de la psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett), que demostrará ser más peligrosa que él al asumir el rol asignado a la femme fatale. Empero, este segundo acto resulta un tramo innecesariamente denso, lo que redunda en cuarenta minutos más que la versión original, casi dividiendo la narración en dos al funcionar como una especie de reinicio. Las conexiones interminables con los sectores ricos, su tono acartonado y el exceso de diván ralentizan demasiado el conflicto principal.
A su favor, retoma puntos de la novela eliminados en la primera adaptación por la autocensura hollywoodense de ese entonces— aborto y violencia gráfica—. En paralelo, pierde fuerza y agilidad, valiéndose únicamente de su cualidad esteticista. Allí, la división es muy marcada: el circo colorido por un lado y la gran ciudad oscura por el otro— que recuerda a Tim Burton—. La interpretación de lo monstruoso pasa definitivamente de lo visual a lo moral. Sin embargo, ese esfuerzo por decir algo sobre la sociedad— la crítica al capitalismo hambriento de la versión original la mantiene vigente en la actualidad— termina limitándolo, por lo que si se plantea la comparación, al igual que le sucedió a West side story, sale perdiendo.
A pesar de prescindir de detectives privados y gangsters, para su tercer tramo El callejón de las almas perdidas es cine noir puro y duro por su corrupción moral, el ambiente y los vestuarios icónicos. El film, largo y descompensado, encuentra su salida con un arco circular que le otorga cierta consistencia. Los subtextos de los cuales nos habla explican porqué el circo siempre ha sido un lugar triste y porqué debajo de la magia sólo queda el truco. La condensación de las exploraciones y pasiones cinéfilas de Guillermo del Toro le aportan elegancia a una película que siempre se preocupa por vivir en el universo de su autor. Si al final el monstruo era el humano no dejará a nadie indiferente mientras se espera el siguiente estreno del director, que será Pinocho a fines de 2022 y a través de Netflix.