Drive my car: la oportunidad del cine japonés en los Oscar
Por Marina Jiménez Conde
Los títulos iniciales de Drive my car ingresan en pantalla recién en el minuto cuarenta, demostrando que el ritmo del film japonés, el primero en ese país en ser nominado a los Premios Oscar como Mejor Película, se aleja del cine pochoclero hollywoodense para adentrarse poco a poco en los sentimientos y planteos que atraviesan a su personaje principal, Yusuke Kafuku.
Luego de que su compañera de vida y madre de la hija en común— fallecida hace 20 años— muriera de forma repentinamente, la historia avanza dos años para ver cómo Kafuku, que es un dramaturgo, se muda a Hiroshima tras aceptar un trabajo para montar una versión teatral del Tío Vania de Antón Chéjov. Allí aparece uno de sus elementos implícitos. Elegir la ciudad que recibió un ataque nuclear junto a Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial, con un saldo estimativo de 166 mil muertos, es todo un guiño para pensar en la pérdida.
Si la pérdida es su temática, la reflexión sobre la comunicación es hacia donde apunta. Por ejemplo, en la obra teatral hay varias figuras que hablan distintos idiomas— incluyendo una mujer muda que se comunica por lenguaje de señas—. Sin embargo, a la hora de interpretar a los personajes, que a su vez componen, pueden realizar su tarea sin problemas.
Por otro lado, la estrecha relación que Kafuku desarrolla con la chófer que empieza a manejar su auto rojo marca Saab 9000 Turbo, por una restricción laboral, resulta el corazón del film. En los recorridos que realizan, la conductora va escuchando los casetes que la difunta mujer de Kafuku le grabó y que él le pide poner con la excusa de ir practicando los diálogos de una obra que conoce de memoria. En la intimidad de ese silencio, escuchando por momentos sólo el tenue sonido del motor de un auto llamativamente impecable, el vínculo entre ambos se empieza a forjar, reforzando la idea planteada de que a veces “hablar el mismo idioma” no tiene que ver en absoluto con el habla. Las instancias que comparten, experiencias de vida similares y un entendimiento inicial, inclusive cuando Kafuku está molesto por tener que dejar que otra persona maneje su auto, para después terminar reconociendo la destreza de la joven al volante, van marcando su relación y el film.
Drive my car parece un juego de cajas chinas, un relato dentro de otro, que hace que todo el tiempo parezca que va a pasar algo más. No obstante, por momentos se tiene la impresión de que no conduce ni explota en una situación de conflicto particular, teniendo en cuenta el ritmo lento que mantiene durante tres horas de duración. Aunque el planteo de la historia es bastante sencillo, y a veces los monólogos de la obra de Chéjov— al interior de la película— puedan desconcertar un poco, la película se las ingenia para hablar de todo lo demás, casi la mayor parte del tiempo, sólo sugiriéndolo. Esa es su virtud y por eso mismo, a veces, genera la sensación de que el devenir del relato no va a algún lugar concreto.
Con la ceremonia del domingo se sabrá si todo esto le alcanza para llevarse el galardón a Mejor Película, como lo hizo Parasite tiempo atrás, o si tendrá que conformarse con la estatuilla a Mejor Película Internacional, en la que compite con otras grandes candidatas como Flee, Fue la mano de Dios o The worst person in the world. También está nominada en otras dos categorías para nada menores, como Mejor Director y Mejor Guión Adaptado.