Una sombra en mi ojo: víctimas olvidadas de la Segunda Guerra
Por Agostina Gieco
A principios de 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba pronta a finalizar pero la invasión nazi aún imperaba en algunas partes de Europa, a pedido de la Resistencia Danesa aviones británicos atacaron el Schellhuset, cuartel de la Gestapo ubicado en Copenhague, con el objetivo de aniquilar a oficiales colaboradores del tercer reich que utilizaban ese centro para almacenar expedientes e interrogar y torturar ciudadanos. El resultado fue el esperado, dejando sin efecto las actividades que se llevaban a cabo en el lugar y liberando a 18 prisioneros, a pesar de que algunos de ellos no pudieron salir vivos.
Sin embargo, uno de los primeros aeroplanos enviados chocó contra un poste de luz y su ala quedó dañada, generando así que se estrellara accidentalmente en una escuela de monjas. Al estar cerca de su objetivo, a tan sólo 1.5km, y habiendo desplegado una cortina de humo de inmensa magnitud, algunos aviadores creyeron que allí debían arrojar el armamento y no hubo tiempo suficiente para avisarles que en realidad ese no era el lugar indicado. La otra complicación era que, además, estaban sobrevolando Copenhague a poca altitud y a gran velocidad, por lo tanto no era sencillo abortar la misión. Justamente por esta razón más de una vez se había rechazado el pedido de realización de la Operación Cartago, porque había conciencia de los riesgos de volar cerca de edificios donde vivían miles de civiles, pudiendo ocasionar daños colaterales inesperados, como finalmente sucedió.
Las bombas comenzaron a caer y la escuela se incendió, mientras que los bomberos no daban a basto recuperando cuerpos tanto vivos como muertos. 86 infantes, 10 monjas y 4 maestras perdieron la vida. Finalizado el conflicto bélico que había comenzado en 1939, los restos de la escuela fueron demolidos. Actualmente allí se encuentran seis edificaciones y un monumento realizado por el escultor danés Max Andersen en memoria de las víctimas, el cual fue inaugurado en 1953.
La historia narrada en Una sombra en mi ojo tiene más de un protagonista. Por un lado se encuentra Henry (Bertram Bisgaard), un niño que presenció una avioneta militar sobrevolar su cabeza y automáticamente después cuerpos asesinados dentro de un auto. Esa situación lo condujo a desarrollar un trauma a partir del cual de un día para el otro perdió la capacidad de hablar y de transitar espacios muy abiertos en donde se observara el cielo. A raíz de eso fue enviado a un colegio de monjas en Copenhague, debido a que allí habían más edificaciones que en Jutlandia, la zona donde él residía, esperando que no tuviese tanto temor y pudiese volver a emitir palabra.
Por otro lado está Teresa (Fanny Bornedal, hija del director), monja de la escuela a la que asiste Henry, quien cuestiona su propia fe en Dios preguntándose por qué éste no actúa en favor de los judíos, si presuntamente ama a todas las personas por igual y sin distinción.
Asimismo, Frederik (Alex Høgh Andersen, conocido por su rol de Ivar el deshuesado en Vikingos), un integrante del HiPo o Hilfpolizei, el cuerpo de policía auxiliar danés establecido por la alemania Nazi, parece estar arrepentido de los actos de los que es partícipe: las matanzas, torturas y encierros que se llevan a cabo en el Schellhuset. Sin buscarlo, comienza a relacionarse con Teresa en idas y vueltas que otorgan momentos de tensión entre los personajes.
Días atrás, el 21 de marzo, se cumplieron 77 años de este suceso tan relevante para la oscura época caracterizada por la ocupación nazi en los países europeos. La película dirigida por Ole Bornedal y estrenada en Netflix el 9 de marzo, narra un hecho poco conocido dentro de lo que fue la Segunda Guerra Mundial. Para un país como Dinamarca, que se había declarado neutral desde el principio y había logrado evacuar a la mayoría de sus ciudadanos y ciudadanas judíos y judías, pero más tarde terminó siendo totalmente ocupada por Alemania, fue de suma importancia que el cuartel principal de la Gestapo en su territorio se desarticulara. Ello significó un paso más cerca de la rendición nazi que venía sucediendo en Estados cercanos.
Una de las cuestiones que quizás llama más la atención a quienes miran la película, es que en repetidas ocasiones aparecen niñas cantando canciones de alabanza a Hitler o a su régimen, así como hay escenas en la escuela donde se enseña que los judíos son malvados y se hace burla de ello. Lo impactante es que ésto se encuentra muy naturalizado en la mente de las niñas, y ahí puede apreciarse cómo la educación desde temprana edad es vital para conformar una subjetividad, una forma de pensar, de ver el mundo o a las demás personas.
Reforzando un pedido realizado desde 1977, habiendo hecho hincapié esta semana en nuestro país respecto de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica, la memoria es lo que hace que las atrocidades no vuelvan a suceder, el narrar, el no negar, el enseñar lo que pasó. Digamos nunca más a persecuciones, encarcelamientos, desapariciones, torturas, asesinatos. Nunca más violaciones de Derechos Humanos tanto individuales como en masa por razones de género, etnia o religión. Germinemos la semilla de la conciencia hoy y siempre.