Cuento: “Diamante Gala”, de Marx Bauzá
Por Marx Bauzá / Ilustración: Marx Bauzá
¡Dale, Juan Carlos! Andá a comprar las tortillas en la panadería que ya van a venir tus hermanas del colegio y yo tengo que seguir cosiendo este vestido de quince para la hija de doña Azucena, porque es para este sábado.
¡Juanqui! ¡Dejá de ver a Ru Paul y andá, nene! ¡Meta que ya vienen las chicas y no puedo con todo! Tomá, acá tenés.
Juan Carlos odiaba su nombre. Nunca se había sentido cómoda con él. Ella quería brillar como diamante y hacer gala de sus dotes para el baile y el canto. Soñaba con estar en un escenario y vestirse como Lady Gaga. Ella creía que no iba a ser tolerada si le contaba esto a su mamá. Tenía mucho miedo y vivía triste tratando de encontrar las fuerzas para poder decirle que no se sentía bien así y que no le gustaba nada que le digan Juan Carlos.
La vida es dura en el conurbano pero le ponían onda.
Una vez su abuela le regaló un osito de peluche. Lo llamó Roberto y dormía abrazada a él. Así se sentía más tranquila de noche, abrazada a Roberto. Suave, dulce, lindo y tierno Roberto. Lo opuesto al sórdido mundo al que la gente de la villa estaba acostumbrada.
Salió. Cerró con llave y en la esquina vio tres pibes de 20 tomando birra del pico, con el celular y un parlante con bluetooth, escuchando L Gante. Lo miraron y se reían a su paso. Holaaa, le decían. Ella bajaba la mirada avergonzada. Vení con nosotros. No seas ortiva, pendejo. Vení un ratito. No puedo, decía siempre y seguía caminando cabizbaja pensando en la coreo de Bad Romance. Dale, si no querés no te vamos a dar birra. Vos tranca. Copate. Decían y se miraban, riéndose. Él seguía caminando, con su bolsita del Carrefour de lona reciclable, hasta el almacén de Don Tito.
Para sorpresa de ella, esa tardecita no estaba Don Tito, sino el Mocho Lucas, su hijo que tiene el pelo castaño claro y los ojos color miel. Cachetón y simpático, bastante inteligente y bueno para los números. Hola. Buenas tardes. Decime. Al Mocho le brillaban los ojitos siempre y destilaba simpatía por los poros. Quiero una promo de diez tortillas. ¿Te gustan gruesas, delgadas o bolillos? Ella se sonrojó porque en su tono de voz se dio cuenta de otra cosa. Me gustan los bollitos con grasa y así como bien gorditas. Ya para delgada estoy yo, soltó con naturalidad. Él, que no era ningún gil agarró la posta en el aire y devolvió la jugada, como en un partido de truco. ¡Ah, mirá! ¿Así que te gustan gruesitas? Piola. A mí me gustan flaquitas, las unto con un poquito de dulce de leche y me las como bien despacito con el café. Al palo y a la bolsa. ¿A vos? Se sonrojó. Perdón, me confundí. No, todo piola. Si sos linda así como sos. No mirés tanto el suelo que voy a sentir que te estoy incomodando. Me llamo Lucas, tengo 16. Ah mirá, yo cumplo 15 pronto y … Dejá, todo bien. Sí, ya sé. Tu vieja le está haciendo el vestido a Chiara. No importa tu nombre. Tranquila. Todo bien. Bueno. Sonrió por primera vez y vio que él la miraba con ternura. ¿Me darías un litro de leche entera, también? Él la miró y le dijo: Obvio que te doy pero si venís al quince de mi hermana y bailás el vals de Chayanne conmigo, sería más piola. ¿Con vos? Sí. ¿Te animás? Pero no tengo nada para ponerme. No importa, ya vemos. Aparte sos copada. Te doy este cañoncito de dulce de leche pero no le digás nada a Tito y Azucena que me matan dos veces a chancletazos. Se rieron cómplices largo rato. Estás radiante. Me re flashea eso. Es que nunca nadie fue tan considerado conmigo. De una. Tranca.
Pasó por la esquina con la frente en alto y con una sonrisa de oreja a oreja. Brillaba. El mundo parecía distinto pero la calle seguía siendo de tierra. No importaba más nada. Ni los pibes, ni la música estaban ahí.
Juanqui, demoraste bocha nene. ¡Mamá, no me digás así! No me cabe ese nombre. Celeste se pinchó con la aguja y sangró. Se chupó el dedo y dejó el vestido a un lado. La abrazó un largo rato y lloró. ¿Por qué no me lo dijiste antes? No sé. No importa. Yo soy tu mamá. Siempre voy a ser tu vieja. Ni muerta voy a dejar de serlo. ¿Cazás? Lloraron. Micaela y Emilse llegaron contentas con sus mochilas de las princesas de Disney. ¿Todo bien? ¿Por qué lloran? No, nada. Vengan. Abrazo familiar.
En el plasma, Ru Paul decía: ¡Brillá, cincelate como un diamante! ¡Sé vos misma! Dejá esas lágrimas y reí que la vida es bella.
Mamá, yo no quiero terminar muerta como esas chicas. Tranquila, hija. Tranquila.
Quiero celebrar mis quince y bailar el vals de Chayanne.
Quiero un vestido hermoso.
Quiero brillar como un diamante y ser amada.
Quiero que Roberto sea real. Quiero magia.
Quiero bailar y ser la estrella de la noche y que todos me admiren.
Así va a ser.
Ahora tomemos la merienda. Pongamos cumbia villera, bailemos y planeemos todo lo de la fiesta. Mica, Emi ustedes me van a dar una mano. ¿Estamos juntas en esta?
Sos grosa, ma.
Flaca soy, como ustedes.
¡Obviah, con voz de trava con sinusitis!
¡Ay, sos Moria!
No ma, soy Diamante Gala y ustedes mi familia.