Santa Evita: la mujer que se desprecia
Por Sofia Manin
En el aniversario número 70 de la muerte de Eva Duarte de Perón llegó el estreno de la serie Santa Evita, una producción de Star+ basada en la novela de Tomás Eloy Martínez y protagonizada por Natalia Oreiro. La figura de Eva no es sólo aquella que se encuentra en el emblemático edificio del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, sino que cuenta con múltiples y diversas interpretaciones pasando por la literatura, el cine, la televisión, obras de arte y teatros. La abanderada de los humildes vive en todas partes.
La miniserie, dirigida por Rodrigo García y Alejandro Maci, aborda la historia de Eva y los sucesos que se desencadenan tras su muerte aquel sábado 26 de julio de 1952. Se narra cómo el cuerpo embalsamado, luego de ser velado ante millones de personas durante días enteros, fue secuestrado del segundo piso de la CGT por la dictadura cívico-militar autodenominada “Revolución Libertadora” y profanado durante años. Con numerosos saltos temporales, sigue la vida de una de las mujeres más influyentes de la historia argentina, su infancia como hija extramatrimonial, su llegada a Buenos Aires, su ascenso artístico y la historia de amor y lucha en tiempos del trágico terremoto de San Juan en 1944.
“Novela significa licencia para mentir, para imaginar, para inventar" remarcaba el fallecido autor de Santa Evita en una entrevista. Un aspecto para tener presente al mirar la serie, ya que buena parte es pura ficción. Los recursos periodísticos como las cartas o entrevistas que aparecen de la mano de Mariano Vázquez (Diego Velázquez), una suerte de alter ego de Eloy Martínez, dan cierta sensación de verosimilitud, haciendo borrosos los límites entre ficción y realidad. Las copias del cuerpo de Evita, la locura que su presencia le genera a los milicos que la intentan desaparecer, son condimentos extra para que el público pueda sentirse atrapado y hasta fascinado por la trama. Es evidente la pluma de Disney, debido a que apunta a una audiencia internacional y no sólo argentina.
Santa Evita no propone ningún tipo de debate ideológico y presenta a una Eva Duarte de Perón sin toda la potencia política que en verdad tenía. Se neutraliza su rol como líder del justicialismo y fundadora del Partido Peronista Femenino, pudiendo disgustar al público peronista que esperaba una historia un tanto más sensible. Hasta hay algunas escenas en donde ella y Perón discuten por cuestiones de ego que resultan un tanto forzadas.
Por otro lado, las incontables idas y vueltas en la narración funcionan perfectamente dado que, aún cuando se están contando tres tiempos en paralelo, en ningún momento se pierde el hilo de la trama. La magia del archivo salva cualquier escena histórica imposible de reconstruir pero, a pesar de eso, la ambientación y notable presencia de Felix Monti en la fotografía están bien logradas, incluso haciendo uso de nuestras locaciones reales, que todavía conservan la estética de los años 50.
Interpretar a personajes que existieron no es tarea sencilla, de hecho, Natalia Oreiro confesó haber rechazado anteriormente una propuesta para hacer de Eva porque no se sentía preparada. De todas formas, nos entrega una de sus mejores actuaciones. Sus dos Evitas— la enferma que habla a los pocos minutos del primer episodio y la Evita sana, alegre y de pelo oscuro que aparece en los flashbacks— son las dos caras de la fuerza increíble que tuvo Evita, incluso hasta el último día. A su vez, destaca Ernesto Alterio como el siniestro Coronel Moori Koenig, quien enloquecido por no poder dominar a Eva viva cree que puede hacerlo estando muerta. Oreiro y Alterio llevan muy bien el relato sobrenatural que generó este cuerpo conservado con devoción, ese cuerpo que hasta hoy varios desprecian.
Por último, cabe mencionar que, si bien se redujo el carácter de Evita a una mujer resentida y enojada que no representa fielmente lo que es su figura transgresora para el movimiento peronista, la miniserie de siete episodios logra demostrar la peor cara del antiperonismo con su profundo odio al canto de “¡Viva el cáncer!” y con las acciones más violentas que se puedan pensar, como lo fueron los bombardeos al pueblo propio.