Los escenarios de Cristina
En un contexto político plagado de discursos violentos, vacíos de contenidos atrayentes para el conjunto de la sociedad, y que aburren con frases superfluas sobre “unidad” o el interés “único por la gente”, Cristina Fernández de Kirchner irrumpió en la escena enunciativa con un acto hecho perfectamente a su medida.
Como líder política, maneja magistralmente la expectativa. No solo en este contexto. La espera por su palabra o sus silencios prolongados sobre los acontecimientos políticos cotidianos son parte de la liturgia a la que nos acostumbró. El “qué dirá” o “no va decir nada” son expresiones casi de sentido común cuando los hechos requieren de reflexiones o simplemente de adjetivaciones de ella.
Bajo esta atmósfera Cristina registra dos niveles de comunicación: uno relacionado a sus apariciones en el espacio público y físico; y otro mediatizado por las redes sociales.
Del primer nivel, en cada aparición pública, materializa de manera efectiva las funciones básicas de todo relato político. Recrea la sensación de integrar un colectivo aglutinador con una marcada identidad política y, creemos, puntos en común; construye una provisión de certidumbres, aunque más de una vez generó lo contrario; y tiene un poder hipnótico que funciona como ansiolítico social.
El segundo nivel es la comunicación mediatizada en redes sociales que usa como un canal más de difusión en su estrategia de marketing, donde jamás existió la interacción y, por momentos, no respeta el lenguaje específico de estas herramientas.
Estos escenarios elegidos, en teoría, suponen diferentes destinatarios y destinatarias de sus discursos. El primero es para quienes sienten una identificación directa con lo que se dice: militantes y afines; y el segundo para quienes leen con interés porque no es ni más ni menos que la palabra de Cristina. Digamos que todo ello, a su vez, está basado en el paradigma anterior de la comunicación y, particularmente, de la política. Es decir, de uno a muchos.
Sin embargo, la escena enunciativa actual es hibrida, convergente y sumamente viral. Ya no existe la diferenciación de públicos porque se trata de Cristina. No hay medias tintas con sus apariciones y las interpretaciones que se harán de ellas. Esto no es nuevo. Comenzó a manifestarse fuertemente en la previa al 2015 cuando los escenarios de enunciación pública, en los que establecía un diálogo exclusivo con sus simpatizantes en los recordados “patios de la militancia”, eran transmitidos por la televisión tradicional y saltaban el cerco mediático.
Estos dos planos del ejercicio de comunicar tienen sus límites un tanto real y otro construido. El real puede hallarse fácilmente durante sus gobiernos cuando las informaciones y comunicaciones de las políticas públicas no tenía lugar en la agenda mediática. Pero también era construido porque se refugió en esos espacios mencionados y dejó, con su silencio y para el afuera mediático, que otros hablaran por ella. Mucho tiempo se basó en una comunicación defensiva y negativa.
“Hasta mis silencios son interpretados", dijo en mayo de este año en un acto realizado en Chaco. Y queda claro que los usa para expresarse como la dirigente de envergadura que es.
Entonces, si esto es parte del diagnóstico, ahora el error al que se recurre es pensar que este tipo de actos, como el de La Plata, solo son vistos por la militancia presente. Si la narrativa es transmedia, no puede perderse de vista que cada una de sus apariciones son y seguirán siendo cadenas nacionales en los medios tradicionales y viralizaciones en las redes.
Está claro que lo organizado en el Diego Armando Maradona era para la militancia, pero sí la magnitud del fenómeno no es comprendido, asumido, se corre el riesgo de estar hablando solo para propios.
El lema “la fuerza de la esperanza” como retórica de campaña tiene la contundencia necesaria para elevar la expectativa de candidatura de esta Cristina recargada, más lúcida que nunca. Pero responder al microclima político debe ser solo una parte más de la táctica dentro de una estrategia mayor.
Más allá de la ironía como recurso, muy presente y aplaudido en sus discursos, de Cristina siempre se espera que señale el horizonte; que marque el rumbo con miras a un futuro posible y no solo a un pasado que fue mejor con ella. Porque lo que se vislumbra es la negación de su presencia en un gobierno que no solo es/fue de transición.
El acto en La Plata, por la expectativa que generó dejó sabor a poco. Para ¿ampliar? el universo receptor de cara al 2023 no alcanzará con mencionar la problemática de la seguridad. El Pueblo demanda la solución de otras urgencias también.
Los próximos escenarios elegidos por Cristina requerirán discursos, actos e interacciones más allá de convencer a convencidos.
2023 será el escaparate para ver si la intención de saltar su propio cerco era un límite real o si estaremos frente al límite construido de su estrategia.
Y esa sí será su responsabilidad, otra vez.