Las cosas que les gustan a los escritores, de la A a la Z

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NOVEDAD LITERARIA

Las cosas que les gustan a los escritores, de la A a la Z

18 Diciembre 2022

“¿Qué nos gustan a los escritores y escritoras cuando no estamos leyendo, escribiendo, asistiendo a lecturas o conversando sobre libros?”, es la pregunta que viene a transformarse en la piedra basal de este diccionario enciclopédico, donde 64 vates de la provincia de Santa Fe (bien federal, porque los hay de las localidades de Alcorta, Arroyo Seco, Avellaneda, Carlos Pellegrini, Casilda, Coronda, Esperanza, Felicia, Firmat, Las Toscas, Rafaela, Reconquista, Rosario, San Cristóbal, San Lorenzo, Santa Fe, Santa Teresa, Santo Tomé, Sunchales, Tostado y Venado Tuerto) juegan a definir sensaciones, objetos, sentimientos ideas, acciones, elementos reales o fantásticos, para concretar un libro muy particular.

¿Con qué se va a encontrar el lector que decida encarar el Diccionario Enciclopédico de las cosas que nos gustan, curado por Caro Musa y Analía Giordanino, ilustrado por Manuela Colomba, diseñado por Valentina Militello y editado por Libros Silvestres en este 2022? Para empezar, se van a encontrar con un libro que tiene la forma más clásica de los diccionarios, esa que va de la A a la Z. Lo particular reside en que, quienes participaron de su escritura, lo hicieron desde la memoria personal, provocando no pocas veces que las “cosas” nombradas no empiecen y terminen en una definición.

Así por ejemplo, Alejandra Méndez Bujonok nos muestra que una laguna es cuerpo natural de agua, pero también puede ser una laguna mental que, en determinados casos como en ese rinconcito del mundo llamado La Verde, ambas definiciones pueden confundirse: algunos lugareños aseguran que volviendo del espejo de agua pasando las tunas del monte y al encontrar las tumbas, al intentar regresar al poblado todo se olvida y se vuelve una laguna.

Sofía Storani afirma que acariciar es algo que arranca por la piel y termina por las paredes. Y para ello hacen falta dedos. Y éstos han llevado a Diego Colomba a preguntarse si “los dedos de la mano derecha y los dedos de la mano izquierda se parecen mucho ¿quién ha copiado a quién?”, algo que, según él, “a pesar de los esfuerzos de los investigadores sigue siendo un misterio”.

Algunos utilizan la figura del narrador para sus definiciones, otras palabras son desarrolladas por el mismo personaje, como el dragón que nos cuenta qué es ser uno. O Federico Coutaz hace que lo cuente.

Lo particular reside en que, quienes participaron de su escritura, lo hicieron desde la memoria personal, provocando no pocas veces que las “cosas” nombradas no empiecen y terminen en una definición.

“De lejos puede parecer una nube o un pedazo de algodón. De cerca, pero muy de cerca la espuma está formada por un montón de burbujas agarradas unas a otras”, nos hace descubrir Mercedes Bisordi.

Hasta aquí les nombré palabras familiares, saltarinas, divertidas, pero este diccionario no le esquiva a las difíciles de contar, como puede resultar exilio. “Entonces ya no puede caminar bajo el sol en calles de tierra juntando verbenas, ni salir en bicicleta por la plaza con las amigas ni leer un libro en la rama más alta del árbol de su casa”, avisa Alicia Barberis en una de las acepciones con las que nos hace entrar en esta palabra. Quitina, uróboro, yagruma, podríamos sumar al listado de las complicaditas y waresmaresingapure, hormiga solitaria, chucumeque, tan campante y universo superheroico entre las compuestas y disparatadas. O fósforos, según la mirada de Franco Rodríguez.

“Los fósforos son objetos frágiles y pequeños, con cabeza roja que, por medio de un leve roce, se encienden para crear un pequeñísimo fuego que puede generar fuegos mayores.

Aurora, la vecina de mi abuela, mi dijo que la vida de los fósforos es un misterio, ya que pasan la mayor parte del día haciéndose los dormidos y, cuando las personas se van a dormir, se despiertan y cuentan historias, Pese a no tener ojos ni extremidades, los fósforos pueden percibir su entorno y comunicarse por los poros diminutos que se encuentran en su cabeza rojiza y sus historias son como un susurro rojo. Se sabe que viven en colonias de alrededor de doscientos veintidós individuos, sin jerarquías ni distinciones, ya que no tienen ni necesitan líderes. Sus madrigueras son estrechas y por ese motivo se acuestan uno al lado del otro, o uno encima del otro, para poder dormir (o hacerse los dormidos) cómodamente y así evitar la humedad y el viento. Los fósforos se la pasan quietecitos esperando a que las personas se decidan a encenderlos. Que su cabeza rojiza resplandezca en ese leve fulgor es, para ellos, una experiencia extraordinaria y reveladora. De ese modo pasan a la adultez. Se vuelven sabios. Los fósforos de cabeza rostizada son los que cuentan historias y llenan de entusiasmo a los de cabeza rojiza, que son los más jovencitos.

Por eso no hay que tirar los fósforos después de encendidos, me dijo Aurora, porque como no tienen historias que los reúnan, comienzan a separarse y se humedecen con el frío, y ya no se encienden más”.

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ilustraciones Colomba
Ilustración: Manuela Colomba

Las oportunidades de sorprenderse, abundan. Mientras Beatriz Actis sospecha que una galaxia puede haber sido el anillo de un gigante que tiene el tamaño del universo y Claudia Chamudis que los guantes que desaparecen van a encontrarse en otra dimensión con las medias sueltas, uno puede descubrir (gracias a Laura Oriato) que la palabra inaudito es muy nombrada por las chusmas “rulerudas” tras oír un chisme estrambótico o que lavar un kimono es un lío tremendo porque hay que descoserlo y después plancharlo parte por parte, como nos cuenta Maia Morosano.

Nicolás Doffo nos quiere convencer de que las mejores peleas de lucha libre no pueden acontecer en el hogar propio, ya que las madres las interrumpen enseguida. Hay que buscar otros lugares, como la casa de los abuelos, quienes (con un poco de suerte) hasta pueden oficiar de réferis. Su tocayo, Nico Manzi, se pregunta cuántos kilómetros separan la Siberia rusa de la Siberia de la Universidad Nacional de Rosario, al revisar la palabra mapa… y también varios de ellos, algunos antiguos donde Rusia era la URSS y otros más nuevos donde Yugoslavia ya no existe.

¿Ustedes sabían que la pelopincho es un invento nacido en los veranos húmedos del litoral? Bueno, si leen este diccionario, Cecilia Moscovich les puede contar más. Así como enterarse, gracias a Javier Nuñez, que un sombrero no es sólo una prenda de vestir que se utiliza para proteger la cabeza sino que puede servir para buscar cosas perdidas o para atrapar los pensamientos.

Además de los ya citados, Nora Hall, Anaclara Pugliese, Rosario Spina, Marcelo Ajubita, Santiago Alassia, Eugenia Arpesella, Daiana Ávalos Robledo, Ariel Aguirre, José Pablo Bagnarol, Leonardo Berneris, Misael Castillo, Juanjo Conti, Larisa Cumin, Yamil Dora, Nacho Estepario, Lila Gianelloni, Analía Giordanino, María Angélica Hechim, Alejandro Hugolini, Susana Ibáñez, Ciro Korol, Gloria Lenardón, Sofía Lenski, Agustina Lescano, Rosina Lozeco, Carolina Musa, Diego Oddo, Florencia Ordiz, Bernardo Orge, Luciana Paruzzo, Diego Planisich, Damián Pulizzi, Carina Radilov Chirov, Laura Rossi, Victoria Rittiner Basaez, Ivana Romero, Franco Rosso, Marcela Sabio, Patricia Severín, Carlos Schilling, Lila Siegrist, Patricia Suárez, Sonia Tessa, Cecilia Ulla, Gonzalo Vega, Santiago Venturini, Violeta Vignatti, Laura Vilche y María Zeta son los que le dan vida a un montón de palabras de este diccionario.

 “Al terminar de armar este libro, nosotras también encontramos viejos y nuevos sentidos”, dicen en el prólogo Caro, Ana, Manuela y Valentina, “que las cosas que nos gustan a los escritores y escritoras, definitivamente, son las palabras. Que las palabras significan porque los hablantes tenemos experiencia con ellas. Que hay personas que transmiten más palabras que otras: los amigos, las amigas, los abuelos y abuelas (la palabra “abuela” está dicha ¡51 veces!). Que el lenguaje familiar es un terreno donde crece el sentido de las palabras, más allá de las instituciones formales como la escuela. Que la soledad y el juego también son transmisores de sentido. Así como la imaginación y los sueños”.

Por todo esto me atrevería a afirmar que el Diccionario Enciclopédico de las cosas que nos gustan no sólo está dirigido a las infancias sino que es un libro para leer en familia. Jugar, divertirse y ¿por qué no? inventarse el propio.