"La constancia", de Marcelo Rizzi: el pasado repitiéndose siempre de forma diferente

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    Marcelo Rizzi
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"La constancia", de Marcelo Rizzi: el pasado repitiéndose siempre de forma diferente

30 Marzo 2025

Sobre el final del 2024 apareció La constancia (Editorial de todos los mares, colección Astrolabio), el décimo primer libro del poeta rosarino Marcelo Rizzi. Tan al final que recién en los últimos meses de este año estuvo presentándolo, siendo la fecha más cercana la que se realizará el próximo abril en la provincia de Córdoba.

“Cuando no hago otra cosa, pienso”, dice Rizzi en uno de los poemas, y ese pensar es la llave que nos permite entrar en este trabajo. Porque si bien no es filósofo, algo que no duda en aclararme, hay conceptos que van dejando señales en ciertas zonas del poema (generalmente en esa donde cambia de rumbo) que generalmente tienen la forma de una idea filosófica. “Son conceptos que surgen del vértigo de la escritura del poema y sus sucesivas reescrituras hasta quedar más o menos cerrado en una unidad siempre provisoria”, agrega.

El libro está compuesto por dos secciones, “de lo arcaico” y “la constancia”. Dos conceptos que no trabajan por separado, porque si hay algo que ejerce la constancia en este libro es el pasado.

El pasado es constitutivo, es una cuestión ontológica. Está tanto en las formas de la vida como en las transformaciones sociales. Es la repetición de lo mismo, pero siempre de forma diferente”, afirma Rizzi. Y es algo que se puede apreciar fuertemente: “Deberíamos remontarnos en el tiempo/ hasta el instante exacto del inicio de la/ rebelión” son los versos que abren el libro. Porque “lo arcaico puede rastrearse en lo actual, en lo contemporáneo”. Como él mismo dice, el pasado no solo reside en los grandes eventos, sino también en los gestos cotidianos, los objetos insignificantes y los momentos fugaces que, sin embargo, dejan una marca profunda.

En La constancia, Rizzi deja los andamios con los que trabaja a la vista. No por descuido (en este libro, si los hay, hasta estos están elaborados), sino porque los convierte en parte del poema, o este los incorpora para señalar los sentidos, los contrastes, marcar hacia dónde va. Hablar de una herramienta es también una herramienta, y acá queda perfecto. Así como dice “habrá que ayudarles/ también con esos andamiajes que son una hermosura:/ metáforas, conceptos, imágenes, paisajes de asimetrías elegantes y absolutas”, hay constantes que trabajan en esa dirección.

Como colocar el sentido en el sin, lo que parece debería ir adentro, afuera; como “dejar que elijan por sí solos/ el color que les va mejor en la muralla interior” o “la helicoidal era la forma más perfecta para/ ocupar siempre el mismo lugar”, versos que no tuve que ir a buscar muy lejos ya que forman parte del mismo poema.

Cuando digo que deja los andamios a la vista, no estoy diciendo que no haya secretos. Hay una poesía con un núcleo indescifrable e inagotable desde el principio. Me refiero en la forma que juega con ese núcleo, donde dejar ver lo indecible es una condición de posibilidad:

 

Aquí están mis cenizas para quien quiera soplar

sobre ellas; están también las de mi gato, y la de

una luciérnaga que se arrojó, impaciente, a la luz

de una llama en la primavera de mil novecientos

ochenta y tres. Los espíritus del lugar vienen hoy

a comer de mi mano y luego se van. Sentado ahora

y observando sus riquezas, hablo menos de lo que

habría sido que de lo que realmente no fue. Luego

intento comunicarme con ellos y sé que se esfuerzan

por entender. Los miro cómo se elevan, igual que

chispas hacia el cielo, venero sus transparencias

con la ceguera de mi ojo mayor.

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Tapa la constancia

Aquí se puede apreciar cómo lo indecible está presente en lo que se está diciendo, aunque no dicho, porque si no “Todo carecería de sentido/ si andaría por ahí diciendo lo indecible". Volvemos a encontrar algo que pareciera no debería estar (¿pero acaso no buscamos en el poema lo que ven los ciegos?) y la conversación con el pasado está, en una forma hermosa y delicada. Y sirve para apreciar, también, la forma en que corta los versos: termina en el comienzo, parte del final.

Hoy hacemos lírica con tres cosas”, dice Rizzi, y me encantaría quedarme con esas cosas (la violencia subyacente, el desgarro subsecuente y el arrepentimiento ulterior) ya que me parece interesante tanto como perteneciente a lo arcaico como a su constante, pero tomo estos versos porque el 3 es un número que aparece varias veces en la escritura de este libro.

“El número 3 tiene un peso simbólico en muchas culturas, formas de pensamiento, tradiciones, disciplinas. Tesis, Antítesis, Síntesis; la Santísima Trinidad; las Tres Parcas de la mitología griega, los tres mundos de ciertas cosmogonías. Jugué en el poema con ese número impar porque tiene algo que desafía el equilibrio. El 3, en este sentido, no es solo un número, sino una herramienta para pensar y para invitar al lector a encontrar conexiones donde aparentemente no las habría por principio. Es una clave de lectura. Ahora, ¿es el 3 una obsesión? No necesariamente. Pero sí puede extenderse como una ‘presencia significativa’, una forma de ordenar el caos y de encontrar sentido en tres cosas que no lo tienen. A lo mejor, con solo tres cosas podemos construir universos infinitos, como sugieren algunos”, explica Rizzi y el lector podrá sospechar por qué se hace lírica con esas tres cosas.

Podríamos jugar con eso y decir que para Pablo Portogalo (como está firmando ahora sus trabajos Ananía), la lírica que construye Rizzi con esas tres cosas “induce tanto al mundo de las formas como al de las ideas donde el acto de escribir se convierte en una operación homérica que compromete a un mundo extraño, de fuerzas ignotas, donde lo vulgar se convierte en mágico, lo caótico se transforma en orden, lo indiferente en frenesí verbal”. Magia, orden y frenesí verbal. Quizás ahí podemos encontrar la violencia subyacente, el desgarro subsecuente y el arrepentimiento ulterior.

Marcelo Rizzi nació en Rosario, en 1961. Estudió Historia y Filosofía en la universidad de esa misma ciudad. Es poeta, traductor y desarrolla tareas como gestor cultural. Tiene publicado los siguientes libros: El comienzo oblicuo de todo desorden (DeBolsillo, Barcelona, 2001), Sinopie (Melusina, Mar del Plata, 2003), Casa incompleta (Rosario, Premio concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal de Rosario, 2007), La isla de los perros (Alción, Córdoba, 2009), La destrucción (e-book, poesíaargentina.com, 2014), El libro de los helechos (Barnacle, CABA, 2018), Los saberes esenciales (Ediciones en Danza, 2019), Drifwood (Barnacle, 2020), Prosa bisiesta (Ediciones A Capella, 2020) y Del cultivo de sí como un árbol de costumbre (Barnacle, 2022). Ha sido traducido al inglés, al portugués y al italiano.

“Vengo a recordarles lo que nunca supe que había sido”, escribe Rizzi. Y eso me retrotrae a mi sorpresa al enterarme de su prolífico trabajo y que La constancia es el primero con cual me cruzo, siendo que compartimos pasos por las mismas calles. Es más, casi me permito afirmar que no tiene reseñas hechas en los medios de su ciudad, lo cual me parece un despropósito. No sé si estas líneas son una reparación para con un excelente poeta. Sí es un comienzo, por lo menos para mí que busco a la poesía decirse en formas que no sólo se parezcan a la mía.

Se acaba de abrir una puerta, cruzarla y mirar es un paso que usted debe realizar por su cuenta. Yo lo espero adentro, mientras Rizzi les advierte: “Se lo vengo a recordar/ a ustedes, mis mejores testigos: los que ni siquiera vieron, los que no oyeron, los que no supieron nada, y dirán siempre que sí”.