Testimonio de un fiscal general en las últimas elecciones

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ELECCIONES 2023

Testimonio de un fiscal general en las últimas elecciones

22 Agosto 2023

Ahora mismo no recuerdo cómo nos decidimos. Fue una decisión conjunta pero tomada sin hablar. Vi el formulario en una red social que convocaba fiscales para la campaña; ella ya estaba en un grupo de chat de apoyo, se anotó, me anoté y nos encontramos en casa con la doble noticia, comentada a medias entre hijos, baños, cocina. Seguimos las intervenciones de Grabois en radio y televisión hace tiempo. En 2018 reseñé su primer libro La clase peligrosa en la revista Escritores del Mundo. Aunque somos del grupo de padres filo kirchneristas de la escuela –cinco familias fuimos juntas a la marcha en apoyo a Cristina cuando le gatillaron la cabeza– sin embargo, no somos de los más cristinistas. Quizás por el pasado común, la marca de identidad en el ingreso a la política. Nos conocimos con veinte años a fines de la década de 1990 en un espacio de militancia barrial en el partido de Tigre. Comenzamos con apoyo escolar y después de 2001 "la escuelita" se transformó en el local de un movimiento de más de sesenta desocupados. Lo nuestro empezó recién una década más tarde, después de años sin vernos nos volvimos a encontrar, fui a ver una obra de teatro que dirigía por el Abasto.

Nos casamos, tuvimos dos hijos. La experiencia en Tigre nos hizo mantener cierta distancia respecto del kirchnerismo estatalista, porque nos resulta imposible escindir la política de la sociedad. Entre 2003 y 2005 se hablaba un montón de esta diferencia. Una cosa era hacer política social y otra hacer política, a secas. El grupo de militantes que todos los fines de semana se reunía en el local de Tigre estalló en mil pedazos cuando Néstor Kirchner empezó a dar las primeras muestras de lo que podía ser. Los autonomistas fueron por un lado, los que veían con buenos ojos impulsar cambios desde el Estado, por otro. En mi caso, que en esos años había llegado a vivir gran parte de la semana en el local de Tigre, la ruptura me expulsó de la militancia. Durante un año viví en crisis. Salí gracias a la carrera de Letras, la cocina –que me reconectó con la familia– y la noche y los bares que desconocía. Militando, entre los 17 y los 25 años, los domingos nos levantábamos a las seis de la mañana para viajar de Villa Urquiza a Tigre. La vida burguesa, las buenas lecturas, el buen comer, el gusto por el vino, las experiencias de la noche porteña vinieron después. Diez años trabajé en el Ministerio de Educación de la Nación –en un programa excepcional destinado a todo el país para introducir en las escuelas la enseñanza del pasado reciente argentino, en particular, para pensar con los docentes cómo enseñar el terrorismo de Estado. Me alejé de la militancia social. Entre 2006 y 2016 conocí todo el país. Visité todas las provincias, conversé con miles de docentes sobre la última dictadura. La cuota de militancia quizás estaba allí depositada, aunque transfigurada en la tarea intelectual. Sabía que eso que hacíamos desde el Estado nada tenía que ver con la militancia orgánica porque se trataba de instalar el tema con los docentes, abrir la discusión entre colegas y no bajar una u otra línea política. Durante esa década, siempre pensé que había dejado la militancia. Jamás confundí mi tarea como "especialista" en temas de enseñanza con el activismo político. Por dos razones simples. Por el respeto que tengo a la militancia, y por la necesidad de articular un discurso desde el Estado que hablara a todos los docentes y no sólo con quienes podía tener mayor afinidad ideológica.

Mi esposa fiscalizó durante la mañana en una escuela de Villa Martelli, vivió el caos de la apertura, el dramatismo inicial. A mí me asignaron una por la tarde en Munro. Los niños durmieron con la abuela. Despertó poco antes de las siete de la mañana, se bañó y partió con el termo y el mate. Sin el auto, fui a votar a media mañana. Llegué a la Escuela Especial 205 de Carapachay al mediodía. Me recibió Marcelo a quien no conocía. Estimo, milita en Patria Grande como muchos fiscales de Grabois y Abal Medina, quizás es un suelto que se sumó como yo para cuidar los votos de una candidatura sin dinero. Todo estaba tranquilo en la escuela, había apenas cinco urnas. Salvo el caso de un presidente de mesa que no sabía bien lo que debía hacer, algo reticente a resolver su tarea sin manifestar desgano e incomodidad; el resto, tranquilo. Los votantes llegaban en oleadas, algunas quejas por demoras muy menores. Como nunca antes fiscalicé, aunque no estaba nervioso ni mucho menos, me intrigaba lo básico, cómo iba a controlar los votos en cinco mesas si no era posible presenciar todos los conteos al mismo tiempo. La duda me asaltó en viaje, cuando entendí que mi rol era el de fiscal general. No alcanzaban los fiscales para cubrir cada mesa y yo debía estar atento a los votos en toda la escuela. Llevaba en la mochila varios pilones de boletas para reponer y las fichas para completar con el conteo final. Antes de irse, Marcelo me presentó a otros fiscales. A Diego y Sabrina, que como yo cuidaban los votos de Unión por la Patria pero la lista de Massa, y a Valeria de Juntos por el Cambio. Cuando me asaltó la duda sobre cómo controlar conteos simultáneos en aulas separadas, consulté a un grupo de amigos –un grupo de chat donde hay varios con los que milité veinte años atrás– dedicado exclusivamente a intercambiar sobre temas políticos. Uno con experiencia en la materia me dijo que debía tejer alianzas. ¿Pero con quién? ¿El fiscal de Massa era un aliado? Los de Juntos por el Cambio que tenían doble banda de fiscales –unos para Patricia Bullrich y otros para Larreta– estaban enfrascados en su propia interna por el cargo de intendente. En eso aparecieron dos fiscales del Frente de Izquierda. Se interesaron pronto en mí, sorprendidos por la cantidad de fiscales que había conseguido la lista 134 B, Grabois-Abal Medina de Unión por la Patria. Antes de irse, Marcelo señaló con el mentón.

A la distancia detrás de una fila había un chico, todo vestido de negro, con anteojos, el flequillo caído sobre un ojo. "Repone a lo loco –me dijo–. Es el fiscal de Milei". Lo miré, estaba lejos de los otros, con su mochila, también negra, absorto en el celular. Nos miramos con Marcelo, levantamos las cejas y bajamos la mirada al piso. Esperando hacer la primera pasada para revisar que todas las boletas estuvieran bien, seguía pensando cómo y con quién debía tejer alianzas. Las primeras dos horas las viví como si estuviese en campo minado, rodeado de potenciales enemigos. La sumatoria entre los fiscales que pertenecen a fuerzas políticas distintas, el peso simbólico del personal de las Fuerzas Armadas que cuida urnas con armas largas, y el nerviosismo de los presidentes de mesa que nunca hicieron la tarea produce un clima enrarecido, incluso, en la escuela más calma de todas. Es una atmósfera que el votante promedio jamás percibe, y que sólo se rompe cuando se escuchan aplausos –alguien vota por primera vez–, o cuando un votante de salida agradece la tarea de las autoridades de mesa. Gracias compatriotas por cuidar la democracia.

Sentí que la tensión empezó a ceder cerca de las cuatro de la tarde. Los fiscales habíamos entrado tres o cuatro veces a revisar las cinco mesas, las oleadas de votantes eran más espaciadas, la delegada del poder judicial –directora del colegio–comentó que habíamos superado el cincuenta por ciento del padrón en todas las mesas. A Diego y a Sabrina de Unión por la Patria hasta entonces los había tratado poco. Diego entre todos los que estaban en la escuela era el más experimentado y estuvo largo rato sentado junto al presidente de mesa con problemas. Sabrina acompañaba otra mesa con su hija.

Yo de inmediato hice buenas migas con Valeria, de Juntos por el Cambio, quedó claro que ambos queríamos que todo saliera bien, nos dedicamos en cada entrada a constatar que todas las boletas de todos los partidos estuvieran en su lugar. Le hice un comentario sobre la entrada algo tardía del otro fiscal de Juntos por el Cambio, ella me ayudó a conversar con el presidente de mesa cuando acomodé la lista de Grabois donde debía ir ubicada. A las cuatro de la tarde me agarró sed, Valeria me regaló una botella de agua. El intercambio era ameno. Junto a nosotros, también entraban en cada recorrida otros fiscales, a mirar boletas de Schiaretti, y del Frente de Izquierda, en ambos casos militantes de los sectores populares, que muy pronto comenzaron su trato conmigo bajo el apelativo, conocido por mí desde hace más de veinte años de "compañero". Los fiscales de los sectores populares eran numerosos, y no sólo de Schiaretti y del Frente de Izquierda, sino también de Juntos por el Cambio y de Unión por la Patria, unos enviados por el municipio de Vicente López, otros del armado del peronismo y del kirchnerismo local. Más tarde me daría cuenta de que había muchos más militantes de sectores populares con experiencia en contar votos y resolver escrutinios de lo que jamás hubiera imaginado. Caído como un paracaídas, totalmente suelto, me di cuenta de que la política a nivel territorial se hace presente en cada elección dentro de las escuelas y en definitiva es la que resuelve que toda la información termine en planillas y telegramas del correo. Es probable que los que no reciben ningún dinero para realizar su tarea sean contados con los dedos de la mano. No sé si al muchacho de Milei le pagaron. Siendo que defienden con tanto entusiasmo al capitalismo, estimo que sí, al menos un voucher. Supongo que los del Frente de Izquierda no reciben nada por fiscalizar boletas donde figuran ellos mismos. Lo comentamos entre fiscales. Uno que hacía poco había entrado con nosotros, ahí estaba, sonriente al final de la boleta. Los demás trabajan muchísimas horas para la elección y es probable que reciban algo a cambio. No lo menciono porque considere que esté mal sino para dar cuenta de la comunidad del comicio, cómo se compone desde el punto de vista social nuestra principal instancia definitoria de la política, a secas. Diego sabía un montón. Es un cuadro territorial que milita en la localidad hace más de veinte años. Como yo y tantos otros, enfrentó a la policía el 19 y 20 de diciembre de 2001. Entiende qué hay que hacer en una escuela para que llegue a buen puerto un comicio. Quiso estudiar sociología pero no terminó. Conoce a todos, casi todos lo conocen. Él le paró el carro en más de una ocasión a los votantes que reclamaban celeridad. El único presidente de mesa que no quiso escuchar sus recomendaciones –un joven obsesivo que revisó los sobres tres veces, con quien terminamos saliendo juntos pasadas las doce de la noche– fue quien tuvo la peor performance. Seis horas tardó en contar 265 votos y completar sus planillas. Los demás, que se dejaron ayudar por los distintos "aparatos", terminaron antes.

En una de las pasadas, Sabrina –que debía cuidar los votos de Massa– sacó de su bolsa un pilón de boletas y las ubicó sobre las que todavía quedaban de su lista. Noté que la cara que había al comienzo de esas boletas no era la de Massa sino la de Grabois. Al instante entendí. Me reí y le avisé, se sonrojó. Por si acaso, habían llevado también boletas de la lista 134 B para reponer si no había fiscales de Grabois. Por esto que cuento, cambié los nombres y referencias de lugar donde sucedieron los hechos, no vaya ser que a alguien se le ocurra tomar algún tipo de represalia con Diego y Sabrina. Pero lo cierto es que en algún punto, antes de la elección, fueron parte de un acuerdo para cuidarse los votos mutuamente, entre el "aparato" que responde a Massa y la militancia de Grabois. Y está muy bien que sea así. A mí, ese error de Sabrina me bajó por completo la guardia, sabía que no harían ninguna trampa en el cuarto oscuro. Después de las cuatro de la tarde ya había tejido varias alianzas, sin darme cuenta, sin proponérmelo, el diálogo, la tarea, dejarse pasar, ayudar a alguien con algo que se cae, son acciones mínimas que van abriendo un espacio de confianza y rompiendo la tensión inicial. Los que al principio me parecían extraños movimientos de la lista de Juntos por el Cambio contraria a la de Valeria, luego me pareció simple torpeza. Aunque en ningún momento dejé de estar atento ni un segundo a casi ningún movimiento de entrada y salida, me daba cuenta que nadie estaba allí con intención de hacer trampa. Repuse algunas boletas de Grabois, no muchas. Tuvimos que quitar las que un votante escupió en las caras de Massa y de Máximo Kirchner. Lo único que nos llamaba la atención era que Federico, el joven fiscal de Milei, reponía una y otra vez. O arrasaba, o se las estaban llevando. Nadie entraba con mochilas, podían esconderlas debajo de la campera. En el tacho de basura no se acumulaban. Federico tiene 17 años. Ayer votó por primera vez. Se alejaba por timidez, y porque sabía que su candidato era rechazado por casi todos los demás. Valeria de Juntos por el Cambio en un momento nos dijo que ella pertenecía a la Unión Cívica Radical, lo dijo con cierto orgullo y para desmarcarse de las otras expresiones de Juntos. Incluso, confesó –o eso creí entender– que votó a Alberto Fernández. Ella estaba ahí para velar por los votos de su candidato a intendente: "los demás que se maten". Cuando Federico terminó de votar en una de las mesas que fiscalizábamos, con Valeria lo aplaudimos. Hacia las cuatro y media de la tarde yo estaba tranquilo con el cuidado de mis votos. Se me impuso una sola misión: hablar con Federico, intentar entender cómo un pibe de 17 años estaba ahí rodeado de todo el "aparato" político territorial, con su mochila, reponiendo boletas de Milei en forma permanente. Será mi espíritu docente, quizás cierta empatía con su ingreso a la política a los 17 años, la tristeza de que lo haga en una fuerza cuasi fascista. No lo sé, pero Federico se volvió mi principal preocupación una vez que las alianzas estaban tejidas.

Es poco lo que se puede hablar de política antes de las 18hs. No podía escuchar a Federico, pero sí bajar su guardia. Encontró en mí alguien que no lo veía como enemigo. Aunque le llevo veinticinco años, él quería hablarme de igual a igual, como si pudiera darse en frío una conversación adulta sobre fuerzas políticas. Me dijo que a Grabois le iba a ir muy bien y no lo dijo lamentándose como yo me lamenté en cada comentario sobre el éxito de su candidato. Me hablaba del "Peluca", el apodo con el que lo conocen sus votantes. Se lo veía contento cada vez que salía de reponer boletas, con una alegría ingenua, imposible de disimular. Así salía Federico cada vez que comentábamos lo bien que le estaba yendo. Yo con cara de lamento, él con toda su juventud. En una de las pasadas, estamos por entrar a una de las mesas y no lo veo; levanto la mirada y lo veo a la distancia, me surgió avisarle que entraríamos. Sonrió y apuró el paso, agradecido. Esa fue la primera de varias veces que me sentí extraño. ¿Qué me hacía colaborar con el fiscal de Milei? Tranquilo y sin esfuerzo podía seguir el dictado básico del manual del fiscalizador que sólo piensa y defiende sus votos, pero algo en mí quería empatizar con Federico y, a esta altura del partido, poco me importaba lo que pudieran pensar los demás fiscales. Con ellos me hice entender muy pronto: les dije –delante de Federico–, que si un joven con tanto entusiasmo por la política estaba haciendo eso era culpa nuestra. Todos entendieron, e incluso, tanto Diego con su experiencia territorial vinculada al peronismo como Valeria de la Unión Cívica Radical, me siguieron en el juego de mostrarle a Federico que no éramos sus enemigos. Las otras veces en que me sentí extraño colaborando con él fue cuando lo aplaudimos al salir de votar por primera vez –me encontré aplaudiendo un voto a Milei– y en otra ocasión, cuando lo ayudamos a desplegar las boletas que tenía dobladas, afuera la fila de votantes esperaba y él no lograba acomodar sus cosas. De golpe, me encontré acomodando la boleta de Milei. En ningún momento Federico se enojó cuando le dije que lamentaba muchísimo su éxito. Se reía, como si fuera un juego en el que estaba ganando. Callado, el pibito nos iba ganando a todos. Cuando la relación estaba consolidada, me animé a ir más lejos. Al salir del cuarto oscuro donde lo ayudamos con las boletas dobladas, él dio muestras de sorpresa ante la ayuda y aproveché, le dije: "viste qué linda es la democracia y la política".

En esa tónica, la de mostrarle que la política no es necesariamente un juego de leones y halcones, sino también de herbívoros, donde lo común y el cuidado mutuo son aspectos que emergen en momentos insospechados, seguimos el resto de la tarde. En determinado momento nos llamó la presidenta de una mesa. Faltaban boletas. En el umbral del cuarto oscuro esperaba el votante indignado con el sobre en la mano, un muchacho entre treinta y cuarenta años, pinta de laburante que no entiende mucho de política pero que sabe que ahí está pasando algo muy malo porque estaba nervioso, faltaban boletas. Fuimos todos los fiscales porque en esos casos no hay que decir en voz alta cuáles son las boletas que faltan, y claro, alguien había sacado todas las boletas de Milei, no quedaba ni una. El votante quería elegir a Milei y no podía. Se le estaba negado el derecho a votar. Mientras caminaba hacia la puerta del cuarto oscuro, cuando lo vi a lo lejos enojado, por puro prejuicio anticipé la situación. Otra vez me asaltó la sensación de extrañeza, íbamos a garantizarle el derecho a votar a Milei que no hace más que despotricar contra los derechos adquiridos, que reivindica a la argentina anterior a la democracia de masas y la Ley del Sufragio Universal. Pero eso es lo que había que hacer y no otra cosa. Conversando con Diego, para que entienda pronto mi posición y lograr confianza, le dije: "hacer trampa ahora es ridículo, yo estoy acá para que el pueblo vote, lo que había que hacer para definir a quién vota era antes, o será después, ahora lo importante es que cada uno elija lo que quiera"; me entendió al toque y como Diego lo primero que quiere es que no haya problemas en la escuela donde fiscaliza, se quedó tranquilo y confió en que yo iba a velar también por su boleta.

Quizás todo mi relato, y actitud como fiscal, sea leída por muchos genios de la política como una actitud ingenua, que omite el hecho de que así no funciona la política, que está repleta de trampas, en todo nivel. Y es probable que sea así, que a nivel de la disputa por los intendentes sea muy importante que el propio aparato esté allí controlando y que en casos atendiendo a las internas distritales haya trampas. Lo que está claro en política, en todo sentido –al menos en nuestro país– es que lo que impera es una actitud de necesaria soberbia. En particular en los varones, pero no solamente. Cada vez que realizamos un juicio sobre política lo decimos con una certeza que es difícil que usemos para otras cuestiones. Los dos militantes del Frente de Izquierda que hicieron apenas una pasada, no intentaban dialogar con nadie, soberbios hacían la suya y donde vieron que no habría problema se fueron sin saludar. El militante se enviste de soberbia, la tiene mucho más clara que nadie. Lo mismo se veía en Diego, del peronismo local, su gestualidad, sus comentarios repletos de sobreentendidos, nunca con la guardia baja, siempre mirando como si fuera un animal político –a escala territorial–al acecho y con la necesaria soberbia. La inexperiencia de los presidentes de mesa lo exasperaba. Con todo, es lo que pasa casi siempre que hablamos de política, cuando decimos lo que va a pasar, o cuando evaluamos lo que pasó, por lo general el tono es el de quien ya sabía. Yo te avisé. Yo te dije, flaco. Federico quería impostar algo de ese tono –el tono de "Peluca", el León–, no obstante, sus 17 años recién cumplidos se lo impedían.

Cuando llegó el momento del escrutinio, Federico –que como yo sabía que era imposible estar en todas las mesas al mismo tiempo controlando el conteo– se me acercó para preguntarme, algo tímido porque demostraba todo lo que no sabía, si acaso podía yo controlarle a él y el controlarme a mí. Me llenó de ternura y de bronca al mismo tiempo. El pibe buscaba en mí, fiscal de Grabois, al socio de su alianza, sólo porque le demostré algo de humanidad. Le sonreí, pero hasta ahí llegaba, bajo ningún aspecto iba a controlar los votos de Milei. Lo llamé a Diego, le conté lo que pasaba como si fuese una duda de ambos, y le adelanté la solución en la pregunta: todo se va a ir resolviendo con tiempo para ir de una mesa a otra y poder controlar, no haría falta estar todos en cada mesa, pero sí estar atentos al momento de conteo. La garantía, al fin de cuentas, son los presidentes de mesa, si no hay cantidad de fiscales suficiente para estar junto a cada urna, queda en los presidentes que cuenten bien la cantidad de sobres, que los sobres coincidan con los troqueles de los padrones y luego esa cantidad es la que tiene que cerrar en el conteo final. Puede haber trampas allí, sí. Pero en las cinco mesas los presidentes demostraban independencia de criterio e intención de hacer las cosas bien. En una hubo alguna duda, sin embargo, lo que más pesa es la necesidad de terminar temprano para ir a casa lo antes posible después de muchas horas de trabajo, y cualquier inconveniente puede hacer que todo se demore, por lo tanto, al menos en la escuela donde fui fiscal el domingo pasado, todos querían contar bien. Y así fue, con Federico intercambiamos firmas para las planillas, le avisé que una u otra mesa estaba terminado, me pasó cantidades de sobres y votos emitidos, en medio de la tarea enorme que hacen los presidentes de mesa (además de estar allí sentados todo el día y de contar los votos, completan tres copias de planillas y firman cada hoja a los fiscales); en medio de esa tarea enorme en la que los fiscales del "aparato" territorial colaboran para cerrar lo antes posible el escrutinio, el clima era el del trabajo compartido. La última mesa no cerraba más, el joven presidente obsesionado con la pulcritud más extrema cerró la urna con todo contado a las 23:54. Me quedé con él y el vocal, junto a otra fiscal que había estado todo el día en esa mesa, hasta último momento. Necesitaban la firma de dos fiscales. Yo había llegado al mediodía, sabía que el resto estaba desde la mañana. Mi esposa en casa había acostado a los niños. Estaba sin auto, no sabía cómo iba a volver. Le escribí a mi contacto de Patria Grande para saber si alguien todavía andaba dando vueltas y podía acercarme. Me dijo que estaban en el local, me mandó la ubicación, estaba a cuatro cuadras. A las doce salí de la escuela, mientras caminaba hacia el local llamé un remise. Los de Patria Grande se habían juntado a mirar el acto de cierre, estaban ahí, todos callados escuchando a Grabois, después a Santoro, a Kicillof. Ahí llegó el auto que pedí y me volví a casa. Sabía que Milei había sacado el treinta por ciento de los votos. Volví con una tristeza enorme. Pensando en Federico al que no pude saludar. El último intercambio que tuvimos, mientras completábamos la última planilla, cuando ya aparecían los primeros guarismos, fue el siguiente:

¡Qué bajón! Ay, Federico, nos van a cagar a palos.

¿Cómo? -me dijo.

Sí, que cuando quieran privatizar y salgamos a la calle ustedes nos van a cagar a palos, la policía nos va a cagar a palos.

Sí –me dijo–, los vamos a cagar a palos –y reía, como si fuera un juego.

Mirando la planilla, sin mirarlo a los ojos, le dije –Van a matar gente.

Sí –lo escuché, en el tono seguía sonriendo, como si fuese un juego.