Anatomía de una caída: el peso de renunciar a ser observadores
Un chalet atrapado entre cadenas montañosas, una discusión acalambrada por una canción de 50 Cent, un cuerpo que interrumpe y una caída que comienza. Los primeros minutos de Anatomía de una caída podrían confundirse con la antesala de una película ordinaria construida al calor de una investigación policial, pero no. La nueva obra de Justine Triet nos sumerge en una incomodidad estática donde nuestros propios lugares comunes, prejuicios y creencias serán objeto de escrutinio.
Volvemos al inicio. Sandra Voyter (Sandra Hüller) es una escritora consagrada que vive junto a su marido e hijo en una zona aislada cerca de Grenoble, Francia. Después de varios intentos da por finalizada una conversación con una jóven estudiante que quería entrevistarla para su tesis. El volumen de la música paraliza la escena. Sandra ni se molesta, Samuel (Samuel Theis), su esposo, lo maniobra desde el ático donde está trabajando. La puerta de la casa se cierra y vemos salir a su hijo Daniel (Milo Machado Granier), con su perro, y a la alumna alejarse en su auto. Lo que sigue es el hallazgo del cuerpo de Samuel sin vida en la nieve y una autopsia sin certezas
Este apenas es el preludio del proceso judicial que tendrá a Sandra como principal acusada por la muerte de su esposo. Más allá de los interrogantes que se anclan en nuestro recorrido -¿Samuel fue realmente asesinado? ¿Acaso fue un accidente o quiso suicidarse?-, la importancia narrativa recae en nuestra capacidad para diseccionar los fragmentos que se nos permiten contemplar de la vida de la pareja.
Abandonamos la comodidad de nuestras butacas para transformarnos en jurados activos. Ya no sólo observamos lo que vemos en pantalla. Ahora, emitimos opiniones y examinamos evidencia. Este cambio de roles nos asalta intempestivamente durante el juicio cuando escuchamos una grabación de una discusión entre Sandra y Samuel. Triet nos obliga a elegir o, por lo menos, a intentarlo. ¿Qué pensamos de esa escritora que debió mudarse de Londres a un chalet en la montaña por deseo de su esposo? ¿Nos importa saber que es bisexual y se había acostado con otras personas mientras estaba casada? ¿Qué diferencia hace en nuestra opinión que ella haya progresado mientras la vida profesional de él permanecía estancada y atada al hogar?
A lo largo del proceso nos enteramos que Daniel perdió la vista tras un accidente. También tomamos conocimiento que Sandra culpaba a Samuel por lo que le había pasado a su hijo y que él se castigaba por eso. En algún punto, tomamos conciencia de que la dinámica familiar se va complejizando frente a nosotros y el asesinato o el suicido son variables de ajuste que pueden acomodarse a nuestra hipótesis.
La respuesta al conflicto que desarrolla Triet depende de nosotros: ¿Cómo percibimos los hechos? ¿Qué detalles omitimos y por qué? ¿Con qué parte de la historia nos quedamos y con qué tono nos atraviesa? ¿Acaso lo que está fuera de la norma nos descoloca al punto tal de hacernos pisar en falso?
Con esta película, Triet no sólo pone en disputa al género, sino que se convierte en la tercera mujer de la historia en alzarse con la Palma de Oro en el Festival de Cannes y en conseguir su primera nominación a los Oscar en la categoría de Mejor Película. Si al comienzo nos enfrentamos a una autopsia que no logra descartar la hipótesis de asesinato, a medida que la trama avanza, tampoco la confirma. Ese relato a medias se convierte en el terreno fértil donde se escenifica Anatomía de una caída. Tenemos el mandato de intentar descifrar un fragmento de una escena ajena donde nuestro sistema de creencias se pone en juego. Un instante donde la mirada de los otros, que es, en definitiva, la nuestra, nos obliga a preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a creer? ¿En qué?