En el nombre del hermano desaparecido: “La novena voz”, de Montse Olivera
Esta nueva publicación de 3 Banderas Editores es el primer libro de Montse Olivera, psicóloga dedicada actualmente a la lucha por los Derechos Humanos y la Salud Mental.
Nacida en 1949 en Buenos Aires, fue la novena hija (de ahí el título de la obra) entre cinco mujeres y seis varones. Durante la dictadura desaparecieron su hermano y su cuñada, Rafa y Nora, y eso la llevó a comenzar una lucha por conocer la verdad y a enfrentarse con parte de su propia familia.
“Este libro está dedicado a mis descendientes para que puedan comprender mejor las situaciones que a ellos también les tocó compartir, y seguramente las vivieron sin entender porque se producían. A veces hasta a mi me parecen imposibles de creer”, expresa en un primer capítulo llamado “Yo soy yo”.
Se trata de una narración casi siempre en orden cronológico, que relata en primera persona y con memoriosos detalles la vida de la escritora, desde su infancia. Relato similar al de cualquier niña de clase media acomodada, ultra católica e hija de un militar.
La relación con sus hermanos, el colegio, los fines de semana en el Círculo Militar de Olivos, son vivencias que marcaron sus primeros años, en los que fue descubriendo contradicciones en sus padres. “Hablaban de generosidad y veía como mi madre trataba con desprecio a las empleadas domésticas a quienes llamaba sirvientas”.
Fue durante su adolescencia que su hermano Rafael conoció a Nora y se casaron. Ella era de una familia de nivel similar, educada en colegio bilingüe, hija de un marino compañero de Massera.
Ya recibida de maestra, Montse conoció a Miguel, hermano de una colega, con quien entabló una relación y en poco tiempo se casó. “Había una doble urgencia, yo estaba necesitada de salir de mi casa y él estaba apurado por casarse porque tenía unos treinta años”.
A partir de ese punto, el relato se centra en su vida política, militancia social que comienza en la adolescencia en grupos de parroquia y misiones rurales. Ya después de casada, alrededor de 1972, como su esposo era abogado defensor de presos políticos, se mudaron a Villa Diamante, un barrio obrero en Lanús Oeste. Era una vida semiclandestina mezclados con otros compañeros.
Durante la dictadura desaparecieron su hermano y su cuñada, eso la llevó a comenzar una lucha por conocer la verdad y a enfrentarse con parte de su propia familia.
Encontró allí una casa de la comunidad religiosa en la que se había educado y eso la hizo sentir acompañada. En esos años, sabiendo que su matrimonio no duraría, buscó diferentes formas de sustento económico como la confección de ropa para niños, actividad que sostuvo por mucho tiempo. También decidió estudiar psicología, carrera que comenzó en 1975.
Después del golpe y ya corriendo el 76, al conocer la noticia de la desaparición de su hermano y cuñada en Mendoza, debió mudarse y junto a otros familiares, resguardar a las hijas pequeñas del matrimonio. Su propio padre tenía información por pertenecer a las FFAA. No solo que no los ayudó sino que denunció a Montse y su hermana Carmen ante el Comando Militar.
Muchos años permaneció alejada de su familia de origen. Carmen se exilió en España y los años de ese periodo fueron de mudanzas y vaivenes económicos.
En varias oportunidades debió declarar como testigo por la desaparición de su hermano y cuñada. En una de ellas señaló a un primo hermano, Alberto Ricardo Olivera, como encubridor. Gracias a esos aportes, Rafael y Nora figuran en la lista de la CONADEP. A muchos de los acusados les dieron perpetua y sintió que había sido parte de ese pequeño logro de justicia.
En la vejez de sus padres, pudo conversar sobre lo ocurrido a su hermano. Organizó un encuentro con amigos y algunos familiares en la Costanera, pensando que pudo haber sido el río su destino final. Sus padres accedieron a concurrir y a partir de allí cambió la relación con ellos. Muy tardíamente en la vida, le demostraron algún sentimiento. Se infiere que ella perdonó a su padre: “Concluí la etapa con mi viejo bastante bien, sin deudas pendientes, sabiendo perfectamente quién era él y quién era yo”.
La de Montse y su familia, es una historia como seguramente muchas otras en la Argentina. Lazos familiares que quedaron debilitados frente a elecciones políticas, padres que prefirieron la lealtad a una fuerza del Estado en vez de salvar a sus hijos. Y, como en tantos otros casos, el escudo encubridor de la religión y la Iglesia para verse más humanos o sentir menos culpa.
La autora presenta un testimonio de vida valiente, sin tibiezas ni ambigüedades, nunca dudo en cuanto a su camino, hoy ofrece su historia de vida como un aporte para la construcción de la memoria colectiva: “Es lo que viví, es lo que sentí. Lo que padecí y lo que disfruté. Son las marcas que me hizo la vida; son las huellas que voy dejando. Es lo que pude y quise escribir”.