“Vengo a ocupar mi lugar”, el disco olvidado de Sandro

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    Sandro
    Foto: CEDOC
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“Vengo a ocupar mi lugar”, el disco olvidado de Sandro

15 Diciembre 2024

En el transcurso de este año se cumplieron 40 años de un disco disruptivo e incomprendido dentro de la carrera de Roberto Sánchez, más conocido como Sandro: Vengo a ocupar mi lugar. Y su título lo decía todo: toda una declaración que refería no sólo un imperativo sino también asumía un diagnóstico de su carrera hasta entonces.

La misión de visibilizar este disco suponemos que es clara: reivindicar aquella “década perdida” de Roberto Sánchez, infravalorada por la crítica y desconocida por la mayoría. La realidad es que ni siquiera su malograda biopic lanzada hace unos años atrás le rinde justicia a la década de los 80: en dicha miniserie, la figura de Roberto Sánchez es desdibujada, representada por un hombre abatido, engañado por sus amigos, refugiado en su casa y estafado por su mujer. Ni siquiera aprovecharon la oportunidad de representar algunas canciones de esa época. No. Una vez más, sus cinco discos de estudio grabados en esa década no fueron recuperados.

Únicamente se puede acceder a los dos últimos grabados para el sello EMI, reproducidos hasta el hartazgo en innumerables compilados. El resto permanece descatalogado, sin siquiera digitalizar. La magnífica obra del Gitano permanece tan descuidada que hasta en la plataforma más exitosa (Spotify) asocia su discografía junto a un ignoto joven cantante italiano. Incluso uno de sus discos (Fue sin querer) jamás fue editado en nuestro país. La década constituye un infausto e injusto cráter en su carrera artística a punto tal que él mismo en los noventa (cuando renace artísticamente bajo un aura mítica) bromeaba que en aquellos años “grababa para la CIA porque la gente ni se enteraba de sus discos”. No exageraba.

¿Qué había pasado en los ochenta?

Esa es la pregunta que motiva el desarrollo de este artículo. El mismo se concentra bajo una falsa hipótesis (falsa porque es incomprobable, sólo Roberto podría decirnos si es cierta o no): durante esa década, Roberto Sánchez apostó a renovar su personaje alejándose de aquel gitano, amante latino que tanta satisfacción le diera en los setenta. Pero los ochenta representaban no sólo un cambio de época sino también un cambio de paradigma sobre todo en nuestro país. Sus ambiciosos proyectos naufragaron como botellas en alta mar. Sin embargo, a través de las declaraciones de sus colaboradores, su testimonio y su labor podemos vislumbrar e inferir una obra magnífica que merece ser recuperada.

Los resultados truncos también sirven para reflexionar en torno a la calidad y el éxito, ¿son necesariamente sinónimos? Sabemos que nuestro ídolo por entonces dio todo, redoblando la apuesta, modernizándose. ¿En dónde estuvo el error? ¿En independizarse? ¿En renovarse musicalmente? ¿En no hacerle caso a Anderle y permanecer en el país? Muchos interrogantes que solo nos invitan a la ucronía pero que necesariamente obliga a hacerlo porque llamativamente esa década tan fértil a nivel artístico para Roberto Sánchez permaneció en el olvido por parte de su público, inclusive.

Yo no soy Sandro. Soy Roberto Sánchez y hago de Sandro como podría hacer de Batman. ¿Cómo es Sandro? Un atorrante tierno, desfachatado, respetuoso, responsable en su trabajo, seguro de que un cantante es más importante que un político, y al que le pagan sin tener que prometer nada.

Así solía presentarse Sandro durante el proceso de transición a la democracia. Para él era como una suerte de letargo artístico. Con mayor reclusión en su mansión de Banfield y apariciones esporádicas. Subí que te llevo (la última película de su carrera, protagonizada junto a una joven María del Carmen Valenzuela y el capocómico Darío Vittori) puede servir como cierre de toda una época. La despedida de Sandro de América, de aquel cantante romántico que había conquistado el continente durante los 70.

Sin embargo, la trama romántica no deja de interrogar sobre la realidad de Roberto Sánchez: en la película, la protagonista tiene que lidiar entre dos versiones: el apabullante Sandro y su hermano gemelo. Casi una paradoja de la realidad por la que transitaba el Gitano: ¿qué hacer con su alter ego? ¿cómo regresaría a Ítaca este Odiseo luego de tantos años de aventura en alta mar? 

Esa década de los años ochenta, tan fértil a nivel artístico para Roberto Sánchez, permaneció en el olvido por parte de su público, inclusive.

Vengo a ocupar mi lugar

Trato en lo posible de aprovechar mi casa llevando a mi gente, a mis amigos o simplemente estar solo pero sin importarme lo material. Mi casa es el producto de aquel Sandro y prefiero, en lo posible, no tocar nada de él. (Sandro, 1984)

Transcurría 1976 y cada día que pasaba resultaba más complicado convencer a Elvis Presley de que se introdujera en un estudio de grabación y realizara lo que su contrato con RCA establecía: sacar al mercado dos álbumes y cuatro singles de forma anual. Finalmente, la montaña fue a Mahoma y decidieron realizar estas sesiones en la propia casa de Elvis, en Graceland. No fue fácil: los músicos tuvieron que establecerse en un hotel cercano a la mansión a la espera de que Elvis se sintiera con ganas de grabar. Estas sesiones grabadas en el Jungle Room de la casa del Rey dieron el material necesario para que saliera luego “From Elvis Presley Boulevard” y el resto de los temas se incluirían en el último disco de Elvis: Moody blue. El Sandro de 1984, no se sentía acabado ni mucho menos como aquel “último Elvis”, pero tenía que luchar frente a sus propios detractores: el “Elvis argentino” también era objeto de burlas por sus kilos de más, además de ser acusado de ser una figura demodé no apta para los sectores progresistas que animaban los años del alfonsinismo.

Sin embargo, los puntos en común con su metropatrón no se detienen ahí, sino que, en la época que estamos comentando, Sandro también opta por grabar desde su casa aunque nada más cercano a la depresión fuesen sus motivos. Por el contrario, a partir de 1980 inauguraba desde su bunker casero su propio estudio de grabación. Por entonces, nuestro Elvis criollo ya se había distanciado de su Coronel y se había alejado de la discográfica que lo había visto triunfar. A partir de ahora, Roberto Sánchez se haría cargo de todo su producto Sandro. El Roberto Sánchez de los ochenta está en permanente dialogo con su alter ego. Estos años son claves para detenernos en el viraje de su personaje, la consolidación de su madurez artística. Meses antes del lanzamiento de Vengo a ocupar mi lugar Roberto Sánchez aventura una faceta mística que debe estar ligada a su estudio autodidacta de religiones comparadas y sobre los templarios.

Logré matar al Sandro de hace 20 años a quien sólo le importaba lo material. Gracias al estudio que comencé a hacer de la Biblia y de la palabra de Jesucristo hoy sólo me importa la paz y la tranquilidad espiritual del ser humano. Más adelante, sentencia: (Sandro) es un ser comercial, un nombre que sólo utilizo cuando estoy arriba de un escenario pero que a veces no puedo soportar.

En dicha entrevista aclara que no se considera católico sino simplemente cristiano, el católico para él se maneja a través de una serie de ritos, “y yo me manejo a través de la Biblia y de la palabra del Señor (en Semanario (clippin) Circa fines de 1984). Su principio es tan particular y genuino como es su patriotismo, lejos de las opciones partidarias.

Además, en 1980 encuentra a su aliado para darle batalla: Rubén Aguilera.

El encuentro con el consagrado arreglador no fue para nada amistoso: por entonces (Circa 1980) Sandro estaba grabando unas tomas en CBS para su última película cuando, en un receso, se topa con la cantante María Martha Serra Lima. El Astro le dijo que cuando terminaba se iba a pegar una vuelta por la sala donde ella estaba grabando, la respuesta de ella fue sonrojarse. Pero, ojo, no se adelanten: no fue ahí donde habría nacido el supuesto romance entre ellos porque (si eran aquellas las intenciones reales de Roberto) se encontró con un hosco anticupido. Rubén Aguilera era el gran arreglador de María Martha y no permitía que nadie se entrometiera cuando estaban grabando. El profesionalismo riguroso primero. Como buen leonino, su modus operandi era ese y no había peros. Roberto se topó con aquella pared que no accedía a la picardía del Astro latino. No hubo forma de convencerlo. Sandro, otro encendido leonino, tragó saliva y se fue. No obstante, ese encuentro accidentado fue la mejor carta de presentación para Roberto Sánchez: a él siempre le gustó rodearse de gente exigente, no obsecuentes. Aguilera era el aliado ideal para apuntalar a la nueva criatura que trataba de crear Roberto Sánchez.

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Disco Vengo a ocupar mi lugar
Gentileza de Jonás Aguilera. Tapa del disco intervenida por Sandro.

Si las canciones grabadas por el Rey desde su casa en Memphis eran autorreferenciales, las canciones compuestas por Roberto Sánchez para este Long Play también por primera vez hablarían más de él que de su alter ego. Como manifestaría en una entrevista contemporánea al álbum, su madurez lo había acercado a sentir en carne propia las canciones de amor que componía (Entrevista de Leonardo Simmons, 1984). Por entonces, en su vida había llegado un nuevo amor. Después de la ruptura con Julia Visciani y más tarde del romance fugaz con Tita Rouss llegaría a su vida María Elena Fresta, la mujer que se encargaba de cuidar a su mamá, la inolvidable Nina.

El sonido del álbum es revolucionario dentro de su trayectoria, priman los sintetizadores y las guitarras eléctricas (lo que darían a luz lo que Aguilera denominaba “baladas heavy” con reminiscencias a Scorpions o Whitesnakes). Aires new pop invadían el disco con canciones extraordinarias pero difícilmente de encasillar dentro de la “idea” de Sandro: baladas potentes y furiosas como “Tú te dejaste querer” o “Ayer te quise tanto”; rockeras como “Vengo a ocupar mi lugar” o tributarias del boom Michael Jackson como “Abriéndole la puerta al diablo” engalanan aquel disco de tapa curiosa, rupturista como su contenido: con un Sandro de pelo largo con aires desafiantes.

Después del repaso sobre el disco de potencial disruptivo, capaz de transformar la carrera de Roberto Sánchez, nos vemos obligados a reflexionar en torno al interrogante ¿el éxito siempre es sinónimo de excelencia? Fanáticos, melómanos, críticos musicales y aficionados concuerdan en el resultado grandioso de Vengo a ocupar mi lugar. Volviendo a Del Mazo suscribimos que “tuvo un suceso relativo” y, de hecho, su show inolvidable para muchos nunca llegó a colgar el famoso cartel de “no hay más localidades”.

Trabajo no le faltaba. Cuando podía, encaraba giras por terrenos seguros: la fidelidad latinoamericana y también de puntuales ciudades estadounidenses donde no había padecido la más mínima erosión. No obstante, la merma cuantitativa resultaba ostensible” (Del Mazo, Op. Cit. P. 78).

Evidentemente, la apuesta no resultó favorable lo que obligaría a Sandro a volver a una propuesta que posibilite aggionar las baladas al sonido de los ochenta. Después de Vengo a ocupar mi lugar vendrían para el sello EMI el álbum Sandro en 1986 y, en homenaje a Anderle y los 25 años de carrera, Sandro 88 donde reversiona sus clásicos. Como nos decía Mosquito Garrido: Si bien luego vuelve al esquema de las grandes baladas los ochenta fueron un cambio importante en su carrera porque él estaba buscando otra cosa.

Evidentemente, tanto el público como la crítica obligaría a Roberto Sánchez a hacer tablas con su alter ego, volviendo a la vieja propuesta.

No obstante, los noventa representarían la consagración del mito. Sandro le había ganado la partida a su creador y fue reivindicado su recuerdo incluso por sectores que años atrás lo tildaban de grasa. En tiempos donde se agudiza el proceso de mundialización, el discurso desideologizado, cuando parecían dirimirse las disputas pasadas se recuperaba el lado más naif de los setenta. Lejos de los enfrentamientos y la violencia política, y los discursos combativos, se recuperaba la imagen sensual e inocente de Sandro cantándole a su abuela convaleciente. Es a partir de los noventa, empujado por el revival boleril de Luis Miguel y los éxitos de artistas inoxidables como Julio Iglesias y Roberto Carlos que Sandro accede a recuperar al mito. Ya lejos de los emprendimientos temerarios que se dieron en la década pasada, está de regreso en la discográfica que lo vio triunfar.