“Sudeste”: la deriva existencial de Haroldo Conti hacia el río

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    Sudeste, Haroldo Conti
    Ilustración: Gabriela Canteros
DOSSIER CENTENARIO HAROLDO CONTI

“Sudeste”: la deriva existencial de Haroldo Conti hacia el río

25 Mayo 2025

Haroldo Conti no sólo escribió Sudeste, lo habitó. Lo navegó. Se dejó llevar por ese río turbio, de orillas barrosas y silencios densos, como si el delta le susurrara desde siempre su destino.

En esa novela temprana —la primera— ya estaba la semilla de su vida futura y también, quizás, su final: el río como territorio existencial, como patria íntima, como premonición de desaparición.

Sudeste no cuenta grandes hazañas. Es una novela de márgenes, de islas, de hombres callados y vínculos hechos de pocas palabras. El protagonista —el Boga— no busca otra cosa que dejarse llevar. No porque le falte voluntad, sino porque intuye que el río, con su flujo persistente y sus bifurcaciones impredecibles, sabe más que él.

Ese modo de estar en el mundo, de entregarse a una deriva sin renuncia, pero sin lucha innecesaria, parece resonar con la ética de Conti. Un hombre que eligió estar del lado de los humildes, de los que no tienen voz, de los que apenas tienen tierra firme bajo los pies. Un escritor militante, sí. Pero sobre todo, un humanista que escribió con el cuerpo, y cuya literatura es inseparable de su destino político.

Cuando lo desaparecen, el 5 de mayo de 1976, lo arrancan de su casa en el barrio de Palermo y lo sumergen en el mayor silencio: el del terrorismo de Estado. No se sabe con certeza qué ocurrió con su cuerpo, pero en la memoria colectiva, Haroldo Conti terminó, como el Boga, flotando en alguna curva del Paraná, entre los camalotes y el limo. El río como tumba. El río como testigo.

Sudeste se convierte así en un texto premonitorio, o más bien en una cifra de vida. Porque el río no sólo representa lo que fluye: también lo que resiste sin romper, lo que se adapta sin ceder. En un país donde la violencia estatal buscó borrar cuerpos e historias, el río guarda y dice. Nos devuelve, como puede, algo del murmullo de los que ya no están.

El río como espejo del alma

En Sudeste, el río no es sólo un escenario; es un personaje más, un ente viviente que moldea y refleja el estado interior del Boga. A lo largo de la novela hay momentos donde esta relación se intensifica, mostrando cómo el protagonista se funde con el entorno acuático.

En un pasaje se describe cómo el Boga, al navegar, se siente invadido por una extraña serenidad, una nueva placidez y una especie de estado risueño contento. Este sentimiento no surge de un evento externo, sino de la comunión con el río, de la aceptación de su ritmo y su silencio.

Otro momento significativo es cuando el Boga pierde la noción del tiempo, advirtiendo el fin del verano no por fechas, sino por signos sutiles del entorno: el cambio en la luz, en la temperatura, en el comportamiento del río.

Esta percepción sensorial y emocional del tiempo refuerza la idea de que el protagonista se ha convertido en parte del paisaje, en un ser que siente y vive al compás del río.

Finalmente, hacia el cierre de la novela, el Boga y su barco, el Aleluya, se presentan como una misma entidad: "Él y el barco, este triste Aleluya, eran ahora una misma cosa que muere con el día".

Esta fusión simboliza la culminación de la transformación del protagonista, quien ha dejado de ser un individuo separado para convertirse en una extensión del río, en un hombre-río que vive y muere con él.

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Tapa Sudeste

La literatura como resistencia y memoria

La figura del Boga, su fusión con el río y su deriva existencial, pueden interpretarse como una metáfora de la vida y destino de Haroldo Conti. Al igual que su personaje, Conti se sumergió en los márgenes de la sociedad, en los espacios olvidados, y desde allí construyó una obra literaria que da voz a los silenciados.

Su desaparición a manos de la dictadura no logró borrar su legado. Por el contrario, su obra, y especialmente Sudeste, se erige como un testimonio de resistencia, una forma de mantener viva la memoria de quienes fueron arrancados de su vida y de su historia.

En tiempos donde la memoria y la verdad son esenciales para la construcción de una sociedad justa, la literatura de Conti nos recuerda la importancia de mirar hacia los márgenes, de escuchar los silencios y de reconocer en el río no sólo un paisaje, sino un símbolo de vida, de muerte y de resistencia.

La deriva existencial de un cuerpo y su memoria.

No hay certezas absolutas sobre el destino final del cuerpo de Haroldo Conti, pero se sospecha —como en muchos otros casos de desaparecidos por la dictadura— que pudo haber sido arrojado al Río de la Plata como parte de los llamados “vuelos de la muerte”.

Conti fue secuestrado el 5 de mayo de 1976 por un grupo de tareas vinculado a la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), uno de los centros clandestinos de detención más siniestros del país. Su nombre figura en documentos y testimonios de sobrevivientes que lo ubican en ese circuito represivo.

Aunque no se halló su cuerpo, el método de arrojar prisioneros vivos al río o al mar fue probado judicialmente y confesado por varios represores. Es posible que ese haya sido también el final de Haroldo.

Lo estremecedor es que su ausencia física no logró borrar su presencia poética ni su legado político. Su memoria persiste como símbolo de la cultura comprometida que la dictadura quiso silenciar.