El peso popular, aporte a la batalla cultural
Por Enrique Martínez, en propuestasviables.com.ar I Interesante y clave la discusión sobre el ahorro en dólares o en pesos, al que un importante comunicador como Víctor Hugo Morales pone en un nuevo escenario y la Presidenta corona, tomando el guante y definiendo una batalla cultural.
Ante todo: una batalla cultural remite a tratar de cambiar costumbres que tenían vigencia en un cierto ámbito y que se mantienen inercialmente a pesar que el ámbito ha cambiado. Es decir: lo que llamamos cultura es un conjunto de comportamientos adaptativos a una cierta estructura social y económica, que nos permite en casos sobrevivir y en otros casos tener proyectos positivos.
El cambio de cultura ocurre como dinámica de nueva sintonía, cuando la estructura cambia. Tratándose de procesos sociales masivos y complejos, está claro que la inercia tiene una gran importancia. Esto es: las cosas pueden estar cambiando y los ciudadanos pueden tener una percepción variable sobre ese cambio, en que si no tienen clara la dirección o no confían en su carácter irreversible, no modificarán sus conductas, o sea su “cultura”.
Usar el dólar como refugio de valor ha sido a lo largo de la historia del último medio siglo una clara conducta defensiva, frente a la inestabilidad del futuro; la certeza de que los ahorros en pesos se deterioraban frente a la inflación; la convicción verificada que una devaluación periódica daría al dólar un poder de compra superior al del momento de la adquisición original.
Esa conducta se masificó a medida que se sucedieron las crisis y la macro devaluación del 2002 la convirtió casi en ley moral.
Por lo dicho, para cambiar esa conducta, previamente hay que cambiar el escenario. ¿Sucedió eso? Parcialmente.
Veamos:
. Más allá del petardismo verbal de los liberales y la dura prédica de alarmistas de todo color y pelaje, la inestabilidad de una economía que creció 8 años a más de 7% promedio anual, con un Banco Central capaz de aguantar cualquier ataque especulativo, no es mi comparable con cualquier período anterior.
. La devaluación brusca no es un hecho esperable, a partir de una administración cambiaria que ha logrado saldos comerciales externos muy positivos, manteniendo una lógica de aumento pautado de la paridad. Con un horizonte que marca una caída importante de las obligaciones de deuda pública externa en 2013 y 2014, no hay razón alguna para imaginar que las autoridades del BCRA debieran cambiar de instrumento.
. La debilidad está en la forma de mantener el valor. Un estudio reciente, del cual lamento no tener la cita, mostró que comparando inversiones desde 2003 hasta hoy, quien hubiera tenido dólares, hubiera aumentado 100% su tenencia equivalente en pesos. Pero si hubiera invertido en plazo fijo hubiera aumentado 173%. Y si hubiera invertido en la Bolsa, según el índice Merval, hubiera aumentado 400%.
Lo que creo no señaló ese trabajo es que en términos de poder adquisitivo concreto, las dos primeras opciones representaron una pérdida, solo que el plazo fijo, menor al dólar. Estimo que eso es lo que percibe el ciudadano común y por eso no sale de su cultura inercial, metiendo los dólares bajo el colchón, a pesar que no se beneficia. Se juega a una sola carta: la devaluación que no vendrá.
Hay una pregunta casi obvia: ¿Y por qué el ciudadano común no invierte en acciones, cuyo resultado de mediano plazo mostró y muestra una ganancia respecto de la inflación?
Por un par de razones. La primera, que se trata de un mecanismo poco conocido y manejado de manera restringida y concentrada, aún por los grandes bancos. La segunda, porque en la Bolsa argentina cotizan apenas un puñado de empresas, la mayoría grandes corporaciones, respecto de cuya política el ahorrista que piensa en refugio de valor, tiene tanta o más desconfianza que sobre la política económica. Puede profundizarse la investigación de las causas, pero lo efectivo es que la década pasada muestra que la producción tuvo y tiene mucha mayor rentabilidad que las inversiones pasivas y que los ahorristas se inclinaron muy poco a acompañar a través de la Bolsa.
Del conjunto de lo expuesto se desprende casi como si fuera un silogismo lo siguiente:
. Para estar en condiciones de librar la batalla cultural proclamada, el gobierno debería hacer algunas cosas más, que muestren que el escenario efectivamente cambió y por ello deben adaptarse las conductas.
. La primera – aún no mencionada aquí – es frenar la inflación yendo a su causa real y no la sostenida por los economistas tradicionales: el uso de su poder por parte de los formadores de precios. Parece claro que el Gobierno, en todos los sectores donde hay monopolio u oligopolio, que son varios y claves, debe establecer una política mucho más rígida de autorización de precios.
. La segunda, es construir una opción inversora para el ciudadano medio, que a nivel subjetivo le permita percibir que mantendrá de verdad el valor de sus ahorros. Esta opción no es otra que la creación de una Corporación para el Desarrollo Nacional, sociedad por acciones, que pueda ser, a solo título de ejemplo:
. Socia inversora en YPF para sus desarrollos futuros, de segura alta rentabilidad.
. Socia en el Polo Petroquímico de Bahía Blanca para las necesarias ampliaciones de polietileno y polipropileno.
. Socia controlante de una refinería de cobre, licitando la asociación en minoría de una empresa que provea la tecnología y la operación.
. Dueña y operadora de un conjunto de plantas lácteas pequeñas que abastezcan todo el norte argentino, que hoy recibe ese alimento desde centenares de kilómetros.
Menciono estos cuatro ejemplos cuando hay docenas que se pueden listar, para mostrar que esta Corporación debería ser el símbolo – el sinónimo – de la producción industrial, en lo muy grande y en lo pequeño asociado a los consumos locales, que hoy no tiene actores solo por el grado de concentración de la economía, que llega hasta la producción y distribución de alimentos básicos.
Una decisión como la señalada sería – allí si definitivamente – demostrativa de un cambio de escenario, que permitiría inducir la transferencia de los ahorros hacia el capital productivo, con rentas reales positivas. Tal vez alguien que lea esto estará en condiciones de hacer una encuesta entre tenedores minoristas de dólares, preguntando si no quisieran ser dueños de un pedacito de YPF. Sería interesante que conociéramos las respuestas.
Bienvenida la batalla cultural. Para darla en condiciones de ganar, bienvenido el cambio estructural, hacia el peso popular volcado a la producción.