Cambiemos: ni ñoquis ni 'grasas' para cuidar la silueta
Por Salomé Farias
A poco más de un mes de gobierno, el macrismo irrumpió en la escena política con el más oscuro tratamiento para las Instituciones y la República: el ajuste. Lo que significó la estigmatización peronista del miedo en la campaña electoral, se fundió en el épico simposio de la realidad. Con más de 20 mil despidos en la administración pública, el macrismo advierte, a través de su expresión económica, la reducción de grasa indeseable para la saludable vida renovable de la Nación y las instituciones. Reciclaje señores. De eso estamos hablando.
La demonización de las expresiones políticas se presentó en el eje electoral, donde los dos candidatos se encargaron de posicionarse desde la diferenciación, como es lógico de cara a un ballotage. Entre globos y alegrías, llegó la primavera, y con ella las herramientas para reducir el uso de harina y grasa. Cómo? Con el también oportunamente bien ponderado “peso de la herencia”.
Entramos en una ola de despidos masivos, bajo la estigmatización de “ñoquis” a los empleados públicos, lo que exacerba una extasiada ola de placer entre los votantes acérrimos defensores de la libertad de expresión y compra de dólares deliberada (cosa que no fue posible durante casi una década, porque la presencia del Estado ahogaba su libertad de acción).
Pero de repente esa calificación parece ser escasa para justificar el vaciamiento del Estado. Entonces, como estamos ante un CEO empresarial, organizativo, que poco tiene de tacto para el sector popular y la clase trabajadora, porque la política se reduce a la eficiencia y efectividad de las administraciones, la calificación de “ñoquis” se reemplazará con “grasas”, como sinónimo de militancia. "Queremos un Estado al que no le sobre la grasa de los militantes". Y entramos en otra discusión: los peronistas nunca seremos parte del común de la gente. Nunca seremos gente. No entramos en el “GCU”: Gente Como Uno.
Resulta que desde el 10 de diciembre del 2015, o unos días antes, quizás, ya cuando el partido judicial resuelve el término de un período presidencial para el día 9 a las 00 horas, el perfil de la nueva administración evidenciaba el análisis cualitativo que se avecinaba, acompañando al cuantitativo. Días más, días menos, comenzaba la vocalización de algunos sectores donde se acrecentaban los despidos, mientras el discurso oficial anunciaba, mediante decretos, la revisión de los contratos, de manera profesional claro, para no incurrir en el ajuste.
Las características de la “revisión” estarían acorde al año de ingreso a la función pública. Entonces, en una especie de Juegos de Suma Cero, aquel que llevaba más de 3 años en la administración pública, no sería un foco de conflicto, y renovaría su estadía por, al menos, un año. Por otro lado están quienes tienen menos tiempo en la administración, no importa cuál sea el motivo de esa contratación, sería marcado con el estigma del “ñoqui”. Sin recurrir a la ignorancia que implica hablar de contrataciones anuales, como si no se trataran de plantas transitorias, ejemplo de la debilidad del sistema estatal histórico.
El blindaje mediático que además, es bien colaborativo con las formas, “cese de contratos” los presenta, sin entrar en la represión policial y el abuso de autoridad nuevamente respaldado por el poder político, continua con la superficialidad de la información: “si no se les renueva el contrato por ñoquis están en todo su derecho”, o “si no son ñoquis no tienen por qué temer”, o “si es una empresa privada no sé por qué molesta que los echen”, y así miles de formas de esconderse en el “algo habrán hecho”.
La verdad es que en algún punto la cantidad les obliga a tomar otra posición de cara a los despidos, porque no es posible que, si la herencia es tan pesada, se haya podido mantener la estructura semejante a los miles de trabajadores despedidos.
La caracterización del empleado público no significa más que el estigma y el macartismo. Los despidos se fundamentan con previo espionaje en las redes sociales. “Todos somos stalkers”. Si señores, todos lo somos. La diferencia del poder político ejercido sobre un trabajador, un ser humano, con el peso de la ley, el peso de las instituciones violadas y de la constitución ignorada no es simplemente stalkear, es macartismo y persecución ideológica. Los despidos son ideológicos.
El país manifiesta hoy sí una grieta, que divide por ideología: sos parte de un ‘cambio’, por más irónico que suene, o sos parte de la política con la gente adentro.
Mientras tanto el GCU pregunta dónde está la ideología? Y reza por no volver a los discursos setentistas. Que no nos aferremos al pasado decían..
Perón sostenía “Yo ahora soy un grasa y quiero seguir siendo un grasa” cuando ante él sonaron las palabras de su Evita “¿Sabrán mis grasitas todo lo que los quiero?”.