Cambiemos: palo y circo
Por Branco Troiano
No importa qué, quién, cómo ni dónde: si funciona, se hace.
El quiebre punitivista (o bien, nacimiento) de las nuevas políticas represivas del Estado, que se dio a partir de la asunción de Cambiemos, es consecuente con la forma en que Marcos Peña y compañía abordan cada demanda que va brotando desde algún sector de la ciudadanía. Y nada de brotes verdes. Se trata de brotes grises, oscuros, brotes cargados de odio e intolerancia, que aplauden desde el cómodo sillón de su living cualquier tipo de atropello a los derechos con tal de que “estos negros no jodan más”.
Vivimos inmersos en un colectivo cargado de miedos. Si bien es claro y evidente que la delincuencia y el nivel de violencia han aumentado en los últimos años, existe un factor determinante en la profundización de un terror que florece de las peores maneras: los medios masivos de comunicación. Antes de imponer como agenda setting a la corrupción, el Grupo Clarín y sus allegados posaban la atención en el fenómeno “inseguridad”. Cada investigación de porte, opinión, crónica narrativa y demás eran desarrolladas con un foco distorsionado y, en muchas ocasiones, irreal. Este hincapié, reflejado tanto en la repetición como en el tipo de relato, no hizo más que generar un clima de constante amenaza. Bajo este clima, los miedos pasaron a ser indefinidos, confusos y hasta irreconocibles, y fue por eso que terminaron transfiriéndose a asuntos accidentales. Por ese motivo, cualquier demostración de supuesto orden o persecución y castigo de “los malos” pasó a ser bienvenida y tomada como una respuesta al pedido popular.
El qué-hacer del actual Gobierno ante los principales problemas que aquejan a los argentinos en la actualidad es de fácil reconocimiento y análisis. Y, en paralelo, un trabajo sencillo gracias al blindaje mediático. Para “resolver” (nótese el sentido de las comillas) la situación económica, la estrategia del oficialismo fue imponer como objetivo inmediato a la inflación. A la baja de la inflación, claro está. No importa qué genera esta búsqueda frenética por bajar los dígitos, no interesa cómo repercute en las economías regionales, en la supervivencia y desarrollo de las Pymes, ni cómo se efectúa: si funciona, se hace. ¿Por qué funciona? Porque sus votantes, el grueso de sus votantes, no prevé todas las consecuencias negativas que conlleva para sus bolsillos. Funciona porque el cuarto poder lo avala, y lo instala como prioridad mayor. De esta manera, la estrategia es exitosa, ya que en el imaginario colectivo la palabra inflación termina quedando directamente relacionada con todo lo negativo de la economía, de manera que bajarla ya es un avance concreto y visible.
Lo mismo sucede con la seguridad. El avance punitivista no es casualidad, es otra de las puestas en escena de un grupo de cerebros que sabe por dónde entrarle a muchos y muchas que, del otro lado del televisor, esperan respuestas a sus problemas. Ahora bien, además de tratar las ideas de bajar la edad de imputabilidad y aumentar las penas, al macrismo le surgió una nueva y más que redituable oportunidad, fundado en el odio de clase y la ignorancia sobre las luchas sociales: “controlar” (estas comillas, aun, van cargadas de algo mucho peor que las anteriores) el espacio público. La represión a movimientos sociales, manifestantes independientes, trabajadores, docentes, investigadores, militantes y sindicalistas se encuadra en esta concepción de orden y castigo, sí, pero también, de manera llamativa, en la de seguridad. Distintas encuestas indican que un sector de la población entiende que el gobierno de turno se está encargando de atacar la inseguridad, y en los argumentos se encuentra el del orden del espacio público. Esto, sumado a todo el show montado por TN, Clarín y La Nación por dos o tres operativos exitosos en zonas calientes de narcotráfico, crea una idea, vaga y superflua, pero idea al fin, de que “se están acabando las mafias”, ya sean delictivas o vinculadas al narcotráfico.
En su libro “El arte de ganar”, el conductor de las campañas electorales del PRO, Jaime Durán Barba, asegura que “El electorado está compuesto por simios con sueños racionales que se movilizan emocionalmente. (…) Es clave investigar al votante común, poco informado, ese que dice `no me interesa la política´. (…) El papel de los medios es fundamental, no hay que educar a la gente. El reality show venció a la realidad”. Todo lo que se agregue como valoración subjetiva, sobrará.
En estos días vivimos una situación que podría serle de mucha utilidad a Durán Barba para nutrir estos textos, para ejemplificarlos, que no son más que una clara tomada de pelo al votante de Cambiemos, o peor, una explicación de cómo se va a efectuar la burla. El megaoperativo montado por las fuerzas policiales y Gendarmería en busca de Julio De Vido se pareció más a una escena de Hollywood que a una detención. Dejando de lado todas las irregularidades que tiene la detención en sí, vamos a detenernos en el momento. Decenas de efectivos de seguridad, camiones, patrulleros, cámaras, micrófonos y la frutilla del postre, un grupo de personas que se hicieron presentes al grito de “sí se puede, sí se puede”.
En fin, la represión a las marchas, a los trabajadores movilizados, a quienes piden por justicia en el caso Santiago Maldonado, el palo, el garrote, el patrullero, las sirenas, la rudeza y el implacable odio se traducen, bajo estructuras permeables a la influencia mediática, en orden y estabilidad. Y eso, a pesar de ser justamente lo contrario, a pesar de ser el comienzo de lo que podría desembocar en un estallido social, es la alegría de quienes caminan acompañados del globo amarillo. Es la certeza de que el cambio era verdad, de que no nos estaban mintiendo. Y, sí, es verdad. Cambiamos… para peor. Cambiamos para arrodillarnos, afuera, ante el mundo; y cambiamos para arrodillarnos, adentro, ante la chapa y el gorro.