Cien años de centralismo
Por Mariano Molina | Foto Daniela Morán
El jueves 27 de agosto estuve esperando la transmisión de Radio Nacional y el especial de los medios públicos por los 100 años de la radio. Cien años. Un compromiso con la historia. Una expectativa a zambullirme en voces y sonidos que recorren un siglo. Un país con 23 provincias y la ciudad capital. Diversidad de lenguas y tonalidades. Tantos modos de hablar y transmitir en las infinitas geografías de la patria.
Espero esa transmisión. Me entero que también va por video, pero no la voy a ver. Quiero escuchar. Oír. Poder concentrarme en las voces y sonidos. Realmente tengo expectativas. Estoy vinculado a la radio desde muy pibe. En el Secundario hacíamos una radio en los recreos con lxs compañerxs del centro de estudiantes. Radio la novena del Nacional 9 de Flores. Luego la facultad, el trabajo docente en el nivel secundario, la educación superior y con miles de niñas, niños y adolescentes en escuelas de la ciudad de Buenos Aires. También pasaron programas itinerantes, FARCO y la Red de Radios Rurales. Una gran parte de la vida vinculada a un medio de comunicación que, intuyo, el más democrático e inclusivo.
Arranca la transmisión. Por suerte es Radio Nacional y no un colectivo de periodistas autodenominados independientes que se organizan para la ocasión. Conduce Héctor Larrea. Maestro total. Es merecido ese lugar. Aparece una voz femenina. Siempre de soporte. Nunca protagonista central. No me gusta eso. La radio es democrática, pero en los medios tradicionales sigue habiendo elitismo y un lugar secundario para las mujeres.
El primero en dar un testimonio es Fernando Bravo. Es una voz autorizada. Hay que reconocerlo, más allá de su casi terraplanismo ideológico. Pasa el Negro González Oro. También Quique Pesoa, Aliverti, el negro Dolina, Liliana Daunes, Ulanovsky. En el medio, el presidente de la Nación. Alberto es un tipo macanudo, muy querible y creíble en sus comentarios y anécdotas. Se lo siente cercano y sincero cuando habla de radio y música. Después aparece Nelson Castro, Tenembaum, Gómez Castañón, Beto Casella. Siguen así. Es con todos. Son los cien años de la radio. En un corte, o algo parecido, escucho la voz de Pablo Antonini, compañero presidente de FARCO. Qué suerte que hay otras voces. Continúan algunos recuerdos y las entrevistas. Lalo Mir, Alejandro Apo, María O’Donell y tantos otros. Muchos maestros geniales de la radio. Artistas de la voz y la imaginación a los que nunca le llegaremos ni a los talones.
Siguen apareciendo pocas mujeres. Pasan más invitados. Ahora Mariano Closs, los de radio Metro, Andy, Matías Martín, Wainraich, Julieta Pink. Después Macaya Márquez. Van casi dos horas de transmisión. Todavía no habló nadie de otras radios nacionales. Tampoco se escucharon otras tonalidades. Y si hay algo real en Argentina, son las diversas tonalidades y lenguas. Mucho menos aparecieron las voces de radios comunitarias, indígenas, campesinas o escolares. Me empiezo a poner molesto. No puedo creer que los cien años de la radio se transforman en cien años de radio en la ciudad de Buenos Aires. Una porteñada que me deja sin aliento. Es Radio Nacional. La de la más de 40 emisoras. La que tiene que representar las voces de la gran extensión que somos. Pero no. No estaría pasando. ¿Cien años no merece la tan mentada mirada federal? De todos los rincones del país. De todas las voces en serio. Esas que marcaron generaciones en cada una de las provincias, ciudades, pueblos y comunidades.
Me enoja. Dejo de escuchar. No sé si después hablaron esas otras voces. Y si sucedió, reprodujeron aún más el estereotipo: hay quienes van primeros y quienes van al final. A la cola. La radio mainstream y la otra radio. O para decirlo en nuestro idioma: la corporación de la radio y el resto.
Son cien años. Pensé que era el momento. Pero nunca es el momento. Eso parece. Es Radio Nacional. Es nuestro gobierno. Son nuestros medios públicos. No sé cuándo es el momento para decir algunas cosas. No sé cómo decirlas. Siempre hay motivos superiores para no hablar de las cosas molestas. Es la radio pública. La de todas, todos y todes. Creo que hay críticas imprescindibles. Y acciones injustificables. Si seguimos reproduciendo diferencias y estereotipos ya sabemos cuál es el resultado. No hace falta mucho razonamiento. Hay quienes opinan que nuestros errores nos pueden hacer perder gobiernos. No creo tanto en eso. Pero nuestros errores groseros producen desilusiones. Y eso es peor que perder gobiernos. Es muy difícil de sobrellevar y genera pérdidas imprescindibles. Es más dañino, siempre y cuando el objetivo sea transformar algo de lo conservador, clasista y centralista que siguen siendo tantos rincones de nuestra sociedad.