Cuando las víctimas recobran la dignidad: apuntes sobre la condena al Tigre Acosta por delitos sexuales
Por Paula Viafora
El pasado viernes 13 de agosto de dio a conocer la sentencia del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°5 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por la cual se condenó a 24 años de prision al ex oficial de la Armada Jorge Eduardo Acosta, alias “El Tigre”. En el juicio se juzgaron agresiones sexuales y otros delitos cometidos contra tres mujeres víctimas del centro clandestino de detención y tortura que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la última dictadura. Quedó demostrada su participación como coautor de los delitos de: violación agravada por haber sido cometida con el concurso de dos o más personas, reiterada en -al menos- diez oportunidades, abuso deshonesto reiterado en dos ocasiones, todos en concurso material, cometidos contra una de las víctimas; privación ilegal de la libertad cometida por funcionario público con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley, agravada por mediar violencia o amenazas; imposición de tormentos agravado por haber sido cometido en perjuicio de una perseguida política; violación agravada por haber sido cometida con el concurso de dos o más personas, reiterada en dos oportunidades y abuso deshonesto, reiterado en al menos dos ocasiones; todos los hechos en concurso material, cometidos en perjuicio de otra de las víctimas.violación agravada por haber sido cometida con el concurso de dos o más personas, y abuso deshonesto, en concurso real, cometidos contra la restante víctima.
"Hubo que esperar más de treinta años, a pesar de que los delitos sexuales fueron denunciados en el Juicio a las Juntas, pero no fueron escuchados. Algunas de las sobrevivientes todavía no son conscientes de que fueron víctimas de violaciones. La vergüenza y la culpa, la condena social, la revictimización son barreras para todas las victimas de violación, aún hoy", expresó en diferentes medios Myriam Lewin, quien junto a Olga Wornat publicaron en 2014 el revelador texto “Putas y Guerrrilleras” que analizó mediante testimonios de sobrevivientes los crímenes sexuales en los centros clandestinos, la perversion de los represores y la controversia en la militancia.
En un relato en primera persona, Lewin expresó el precio que se pagaba por la sobrevida. No era para festejar ni mucho menos, no solo existía cierto sentimiento de culpa, sino que desde los mandos de la dictadura también se impulsaba la mirada acusatoria de los compañeros: “Las mujeres sobrevivientes sufrimos doblemente el estigma. La hipótesis general era que si estábamos vivas, éramos delatoras y además, prostitutas. La única posibilidad de que las sobrevivientes hubiéramos conseguido salir de un campo de concentracion era a traves de la entrega de los datos en la tortura, y aun mas, por medio de una transaccion que se consideraba todavía mas infame y que involucraba nuestro cuerpo”.
Otra sobreviviente de la Esma y víctima de Acosta, Graciela García Romero, relató en el documental “La Memoria de los Cuerpos” la explicación que fueron elaborando con los años del por qué agregar aún más dolor a la situación de sometimientos, violencia fisica y psicologica, que era la realidad cotidiana de cualquier centro clandestino, la violencia sexual: “Violaron a una categoria de mujeres, a lo que yo llamo una mujer nueva, porque éramos mujeres que habíamos desobedecido de manera conciente y decidida el modelo de mujer que pretendía la sociedad de entonces, el esquema patriarcal de lo que nosotras deberíamos haber sido. El cuerpo nuestro se convirtió en uno de los territorios donde ellos llevaron adelante una estrategia bélica, para destruir las subjetividades militantes, como forma de destrucción de un pensamiento y una ideología”.
La condena de Acosta, que llega con el siglo XXI ya avanzado, tiempo de feminismos y de un re-posicionamiento de la mujer en la sociedad y como dueña absoluta de su propio cuerpo, cae en la tierra fértil de un presente que ya no las juzga, sino que las fortalece y acompaña para no sentir vergüenza de dar a conocer sus padecimientos. Logran construir un relato colectivo en el que aparece una víctima que recobró la dignidad.