Dersu y la alienación
Vamos a partir de una obviedad. Hay un esfuerzo histórico por establecer que el orden capitalista es una figura absoluta y definitiva de la producción social, ley natural y, por ende, algo inmodificable, pero esa es una discusión que, aunque intenten clausurarla, continúa abierta y, por supuesto, es toda una arena política, un terreno de lucha.
Entendemos, también, que el capitalismo establece un modo particular de pensar a la naturaleza y la relación con ella. Lugar común el que expresa que este sistema nos ha traído hasta aquí, con el cambio climático golpeando nuestras puertas y las catástrofes ambientales azotando al mundo.
A esta altura, es menester señalar que se viene diciendo mucho al respecto. Lo que pasa es que los planteos críticos y los cuestionamientos al sistema que podemos rastrear vienen de voces que portan el estigma del mal. Lejos están las expresiones bien intencionadas de los héroes de la historia como los nombra el presidente pantomima a cargo del experimento libertario en Argentina.
Por ejemplo, ya en la década del ’70 Perón planteaba:
“Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biósfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología y la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional.” (Perón, 1972)
Nos resulta bastante clara la advertencia y el énfasis en las contradicciones de un sistema basado en el dominio y la explotación de la naturaleza orientado a producir por producir -acumulación-, y, en esto de la productividad, producir también al sujeto propicio, el mero consumidor que reproduce acríticamente el estado de las cosas. Medio siglo después, anhelaríamos que se hayan tenido en cuenta algunos de estos planteos, ¿no?
Estas ideas no solo se desoyeron sino que se profundizó el sentido adverso. De hecho, de un tiempo a esta parte, hemos presenciado diversas escenas y movimientos que lejos están de una “acción mancomunada”. Para muestra un botón, en el 2019 presenciamos un golpe de Estado en Bolivia, con Elon Musk twitteando que “¡Golpearemos a quien queramos! Asúmelo” (“We will coup whoever we want! Deal with it”), en clara referencia a que lo único que importan son sus intereses, en este caso, hacerse con el Litio boliviano, más claro echale agua.
Algunas décadas después del documento de Perón, Fidel Castro, otra voz demonizada por la sociedad “bien pensante” y la “gente de bien”, planteaba lo siguiente:
“Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad.” (Castro, 1992)
Algo huele mal en este mundo de progreso y capacidades técnicas y tecnológicas "ilimitadas". Tal vez sea el hedor que desprende esta sociedad del consumo irracional. El sudor de la producción continua, la excreción de datos que expelemos hasta cuando dormimos -con los que trabajan y nos trabajan-. El fermento de la explotación y la desigualdad social creciente y, en apariencia, irresoluble.
La putrefacción está a la vista y se huele a kilómetros, tal vez, mirando la pantalla del celular encontramos una ventana a la distracción, a la tranquilidad ilusoria de que lo que pasa afuera no me afecta, pero el olor nos envuelve, es imposible de eludir. En este contexto parece muy difícil detenerse, pensar, aburrirse, reflexionar, pero es fundamental si queremos crear algo nuevo o, por lo menos, algo diferente. Por eso, vamos a retomar la reflexión sobre la relación con la naturaleza.
Desde el siglo XIX, Marx (2015) nos dice que la naturaleza es un medio de vida, tanto para la subsistencia de las personas, como para que el trabajo pueda existir, pues, “el trabajo no puede vivir sin objetos en los que es ejercido”.
Ahora bien, incorporando la noción de trabajo alienado1, nos propone que al apropiarnos de la naturaleza a través del trabajo nos privamos de medios de vida en ambas acepciones porque convertimos la naturaleza en objeto de trabajo y, por ende, nos convertimos en siervos de su objeto.
La clave aquí está en la noción de trabajador. Dentro de las relaciones sociales del sistema capitalista, si no somos trabajadores, qué somos. En el marco teórico marxista, está claro: o sos clase poseedora o sos clase desposeída. O sos propietario o solo contás con tu fuerza de trabajo, solo sos trabajador, proletario. Desde ahí, el movimiento que produce el trabajo alienado y como esa alienación se traslada a toda relación social. A todo vínculo humano; con la sociedad, con otros, con uno mismo y, por supuesto, con la naturaleza.
Llegado este momento, con la teoría amenazando mandarnos a leer, optamos por otro camino. Escuchando la conversación, moderada por Marcelo Figueras, entre El Indio Solari y Horacio Verbitsky, encontramos una referencia cinematográfica que nos sirvió para pensar todo esto desde otra óptica. Vimos esa película que, nos parece, pone en tensión esta discusión de forma magistral.
En Dersu Uzala (El cazador) (1975), una belleza cinematográfica escrita y dirigida por Akira Kurosawa -cineasta japonés- podemos ver esta contradicción. Está basada en las memorias publicadas en 1923 bajo el mismo título por el explorador Vladímir Arséniev (1872-1930), que describen a un cazador de etnia hezhen que acompañó a sus hombres durante varias expediciones por la región siberiana de Sijoté-Alín.
Lo que nos resultó central, es que no podemos pensar a Dersu como trabajador en términos capitalista, en ese sentido, su relación con la naturaleza es precapitalista -tal vez esconda algunos rasgos de lo que podemos pensar como post capitalista [¿socialista, comunista, tal vez?], si es que esto existe o tiene chances de existir, pero, porque no, darle lugar-.
Dersu elige vivir en la Taiga, es su habitad, es un medio de vida, tanto en términos de subsistencia, como en términos de medio para el trabajo. Él dialoga con la Taiga, la comprende y es comprendido por ella, la respeta, vive según las reglas establecidas por el entorno, con sus tiempos, ritos y dinámicas. Dersu es parte de la Taiga, un elemento más. Podríamos decir, también, que la Taiga vive en él tanto como el capitalismo en nosotros -como diría Saborido-.
En un momento dado, a Dersu le toca violar las leyes de la Taiga y entra en crisis. Tan frágil como vulnerable es contenido por Arséniev quien lo lleva a vivir con él y su familia a la ciudad. Después de un tiempo de desencuentro y largas conversaciones con el fuego de una estufa, Dersu plantea: "Capitán, por favor, déjeme ir a los montes. No puedo vivir en la ciudad".
Esto nos generó algunas inquietudes: qué sentido tiene para el cazador alejarse de la naturaleza donde encuentra todo lo que necesita para subsistir; qué sentido tiene alejarse de un modo de vida en el que no tiene que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Dersu tiene un punto ahí, porque en el capitalismo también sobrevivimos -la mayoría, otros viven de esa mayoría-, la pregunta es cómo. Dersu no se haya y quiere volver a su lugar. Nosotros nos preguntamos: ¿será que otro modo de vincularse con la naturaleza es posible en este sistema capitalista?
Creemos que no y queremos dejar claro algo. No estamos pensando en tribus y taparrabos, comunidades hippies o la vida en el Jardín del Edén -nada en contra de ellas tampoco-, la idea es poder poner en cuestión el sistema, rascar la superficie e intentar pensar el modo de vida instaurado en el capitalismo; pensar, tal vez, alternativas, otras condiciones en las que pongamos por delante los objetivos de una comunidad y avancemos en una resignificación de la relación entre la naturaleza y el ser humano.
[*] El autor es profesor de Educación Física (Colegio Ward). Magister en Ciencias Sociales con orientación en educación (FLACSO). Docente de nivel medio en la escuela pública porteña. Investigador independientes en temas de educación.
1 Karl Marx, en sus manuscritos económicos-filosóficos de 1844, plantea que la alienación tiene tres perspectivas: 1) la relación del trabajador con el producto del trabajo como un objeto ajeno y que lo domina. La alienación de la cosa. 2) La relación del trabajo con el acto de producción dentro del trabajo. Esta relación es la que existe entre el trabajador y su propia actividad como algo ajeno, que no le pertenece. La autoalienación. 3) Alienación del hombre respecto a su propio género.
“Una consecuencia inmediata es la alienación del hombre respecto del hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo también se le enfrenta el otro hombre… Si el producto de mi trabajo me es ajeno, se me enfrenta como una fuerza ajena, ¿a quién pertenece, entonces? A un ser distinto de mí. ¿Quién es este ser? El ser ajeno al que pertenecen el trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio se encuentra el trabajo, y para el disfrute del cual existe el producto del trabajo, solo puede ser el propio hombre. Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, pertenece a otro hombre distinto del trabajador... La relación del trabajador con el trabajo genera la relación con dicho trabajo del capitalista, o como quiera que se desee designar al dueño del trabajo."